Muchos se sorprenderán con esta declaración, que la fe no es un instrumento de salvación sino más bien es el resultado de ella. La Biblia asegura que no es de todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2) y que la fe es un don de Dios (Efesios 2:8-9). Se entiende entonces que Dios la da a quien quiere darla, de la misma forma que tiene misericordia de quien quiere tenerla. Sin embargo, cabe acotar que una vez que hemos sido objetos de tal regalo nuestra responsabilidad para con ella es primaria. Si tuviereis fe dijo el Señor; ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? -también lo dijo él. El que ora, asegura un apóstol, ha de hacerlo con fe, no dudando.
La definición de fe dada en la Escritura es la siguiente: La fe es la sustancia de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Hebreos 11). Si el hombre está muerto en delitos y pecados, mal puede tener esa sustancia con la cual se define la fe. La upostasis griega, ὑπόστασις, es el soporte, lo que está debajo de algo. Entonces, en materia del espíritu la fe es el soporte de aquello que sabemos ocurrirá, no por nuestras fuerzas sino por quien prometió que ocurrirían.
Afirmamos que un muerto en el espíritu no tiene fe, de manera que si una vez es vivificado le será dada en consecuencia la certeza (upostasis) de lo que habrá de ocurrir. Por esa razón la fe no puede ser una condición de la salvación sino más bien una manifestación sintomática de ésta. La fe como soporte permite colocar en ella todas las promesas que Dios le ha hecho a su pueblo. Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree (Romanos 10:4). La finalidad, la meta, la conclusión, el propósito y límite de la ley es Cristo, de manera que el hombre que cumpliere las cosas de la ley vivirá por ellas como consecuencia necesaria. Las obras de la ley fueron exigidas para alcanzar justificación, pero al mismo tiempo todo aquel que no cumpliere en forma absoluta con ella quedaba bajo maldición. Por lo tanto, Jesucristo habiendo cumplido perfectamente la ley (sin eliminarla) fue hecho la justicia de Dios. Si creemos que Dios lo levantó de los muertos y confesamos que él es el Señor, seremos salvos. Esa es la justicia que es por la fe (upostasis) (Romanos 10:9).
Por supuesto, volvemos al inicio, ¿quiénes son los que reciben tal certeza? Aquellos que les fueron dados por el Padre al Hijo, de quienes éste habló la noche previa a su crucifixión y por quienes él oró dando gracias. A ellos, y solo a ellos, les es dada la upostasis; en cambio, al mundo, por el cual no rogó, le fue negada. Se deduce que Jesucristo murió por su pueblo, al cual vino a salvar de sus pecados (Mateo 1:21). Como consecuencia de esa salvación es dada la fe y la justificación al mismo conjunto de personas por quienes derramó su sangre en la cruz. Estos han sido y serán llamados en su debido tiempo.
Aquellos por quienes Jesucristo no rogó antes de morir, sino que específicamente dejó por fuera de su oración, no son objeto de su muerte expiatoria, por lo tanto ellos no tendrán jamás la fe que es una de las consecuencias de la salvación. Se cumple entonces el hecho de que no es de todos la fe. Tal es el caso de Ciro, mi elegido, aunque él no lo sabrá. Ciro fue escogido para un trabajo particular (o para muchos) pero no lo supo plenamente, porque no le fue revelado el conocimiento de Jehová. Judas fue elegido como hijo de perdición, por lo tanto no lo fue para salvación. Hay quienes son escogidos para hacer milagros en el nombre de Cristo, pero sus nombres no están en el libro de la vida (Judas Iscariote estuvo con muchos discípulos que hicieron grandes señales).
La fe como síntoma de la redención es un regalo de Dios y acompaña al creyente para poder agradar a Dios. Decirle a la gente que ella es pecadora y que la Escritura es la revelación de Dios suele ser ofensivo. Muchos dejaron al Señor porque él les estaba revelando la gran verdad de que nadie puede venir a él si el Padre no lo envía. Les estaba diciendo que él era el pan de vida, mejor que el maná comido en el desierto. Pero estas cosas ofenden a los que no tienen fe. El hombre sensual no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14). Esa es la idea central que Jesús le transmitió a Nicodemo, que debía nacer de nuevo, muy a pesar de su conocimiento de la ley. La mala noticia fue que esa actividad no dependía de su voluntad sino solamente de Dios.
¿No está encubierto el evangelio para los que se pierden? Es conveniente examinarse a sí mismo para ver si se está en la verdad, porque hay muchas imitaciones de la verdad cuyo fin es camino de muerte. Todo el que adultere la Escritura busca su propia perdición, para lo cual parece haber sido destinado. Muchos discípulos de Jesús hicieron lo mismo, se retiraron murmurando porque les parecía una palabra dura de oír aquella que el Señor hablaba. Pero si tenemos fe, el síntoma de la salvación, tenemos el soporte para edificar una vida de certeza y confianza. Nada más placentero que la certitud de que ocurrirá aquello que nos ha sido prometido. Esta es la upostasis que vence al mundo.
César Paredes
destino.blogcindario.com
Tags: SOBERANIA DE DIOS