Martes, 19 de enero de 2016

A Jehová de los ejércitos, a él santificad: sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo (Isaías 8:13). También la Escritura nos dice que nos ocupemos de nuestra salvación con temor y temblor, lo cual no implica que vayamos a perder nuestra salvación sino que debemos valorarla en su total sentido. En lugar de temer a la gente deberíamos temer al que puede echar el cuerpo y el alma en el infierno de fuego; aunque un verdadero creyente no va al infierno, sin embargo ha de temer al Dios que lo ha salvado. El temor es de reverencia, de impacto por su poder para castigar y de asombro por haber mostrado su misericordia para con su pueblo.

Si somos propensos a sentir miedo fácilmente por causa de nuestros enemigos, deberíamos pensar más en lo que significa el temor a Dios, asunto que la gente ignora por andar ocupada en sus impiedades. Pero nosotros no ignoramos lo que significa ese temor reverente, por cuanto sabemos que es verdad todo lo que el Señor ha dicho que hará para castigar eternamente a los que se complacen en la mentira y detienen con injusticia la verdad.

Por otro lado, el temor a Jehová nos auxilia antes de la caída, nos previene del error, por cuanto temer su castigo (aunque no sea eterno) como garantía de que somos sus hijos nos previene de seguir pecando.

La Biblia enseña que Dios castiga y azota a todo el que tiene por hijo, de manera que sí existe el temor reverente ante el Padre que ordena la casa, que disciplina a sus hijos, que no descuida el tener que mostrar el valor de sus palabras. ¿Has visto alguna vez a una persona que pareciera no ser castigada por su errores? He allí un ejemplo de impiedad, lo cual no supone en ninguna manera que será olvidado en la eternidad o que en este siglo será dejado impune del todo. Simplemente Dios soporta con mucha paciencia los vasos de ira preparados para el gran día de la ira, para mostrar en ellos la justicia de su castigo y el poder de su enojo. Porque el impío se enaltece en su impiedad y se extiende como laurel verde, pero de Jehová es el darle retribución aún en esta vida. De repente uno lo busca y no lo encuentra, dice uno de los salmos de la Escritura; será quebrantado y consumido como la grasa de los carneros.

El verso 12 del capítulo 8 de Isaías nos refiere la otra parte del contexto de lo que acá se dice. Agrega el Señor a través del profeta que no debemos tener miedo de lo que la gente teme; recordemos que el profeta habla con el pueblo de Dios y la expresión la otra gente se refiere al pueblo que no es de Dios. De manera que lo que los impíos temen eso les vendrá, pero su temor no debe ser el nuestro. Nosotros no debemos sentir miedo al igual que ellos, ellos se preocupan por todo, hablan de calamidades económicas, de tragedias, de falta de esperanza. Ellos hablan de esas cosas porque no tienen la confianza que nosotros tenemos, dado que ellos no creen en el Dios de las Escrituras.

Muchas de nuestras preocupaciones han sido aprendidas de los impíos, nos hemos contagiado del temor de los que moran en el mundo. El profeta nos recomienda de inmediato en el verso 13 que nuestro temor debe ser dirigido hacia Dios. El es el único digno de ser temido. Y para nosotros es un temor de reverencia y no de miedos, porque Él nos ha amado y su amor es eterno. Tenemos que ver a Dios como la fuente de nuestra seguridad. El apóstol Pedro nos escribe unas líneas que concuerdan con lo dicho por Isaías: ¿Y quién es aquel que os podrá dañar, si vosotros seguís el bien? Mas también si alguna cosa padecéis por hacer bien, sois bienaventurados. Por tanto, no temáis por el temor de ellos, ni seáis turbados... (1Pedro 3:13-15). La misma idea fue escrita por Oseas: Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey; y temerán a Jehová y a su bondad en el fin de los días (Oseas 3:5).

Tenemos un claro ejemplo en la Biblia acerca del contraste entre temer a la gente y temer a Dios. Los doce espías enviados a la tierra de Canaán nos muestran las consecuencias de esos dos tipos de temor. Mientras Josué y Caleb recordaron las proezas de Dios al sacarlos de Egipto, frente al ejército de Faraón, los demás espías hablaban de los gigantes y contaminaban al pueblo con sus temores. Tener el temor de Jehová es reconocer su poder y su soberanía en cada evento y circunstancia de nuestra vida. El temor del impío conduce a la cobardía, al susto y al tropiezo.

¿En qué hacemos foco nosotros? Josué y Caleb se enfocaron en el Dios que los había rescatado de Egipto, pero los otros pensaban en lo terrible que les parecían los gigantes. Ellos se sentían ante los potenciales enemigos como langostas. Su foco estaba centrado en las dificultades y en sus propias fuerzas, en la misma manera en que los impíos valoran sus propias circunstancias. Pero Josué y Caleb sabían que esa tarea de la conquista era pan comido por cuanto el mismo Dios prodigioso que los había liberado de Egipto continuaba con ellos.

Así como la ansiedad y la preocupación han de ser desterrados de la vida del creyente, el temor que la gente siente no ha de ser nuestro temor. Si por nada hemos de estar afanosos, por nada hemos de estar temerosos. Ya el Señor lo dijo: No temáis manada pequeña, porque a vuestro Padre ha placido daros el reino. Solamente el temor reverencial a Dios nos acompaña, el respeto necesario al Creador ante quien tenemos que rendir cuentas de lo que hacemos en la administración de aquello que nos ha sido dado. Es en ese sentido que nos ocupamos de nuestra salvación con temor y temblor.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 9:14
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