Existe una relación armónica entre la ley y el evangelio. Jesús dijo que había venido para cumplir toda la ley y no para abolirla, por esa razón no se puede hablar de la eliminación de los parámetros de justicia instaurados por Dios en el Antiguo Testamento. Sin embargo, hubo cambios o arreglos en el concepto de la aplicación de los juicios, ya que aún siendo el Nuevo Testamento más severo en cuanto a la idea de pecado ahora Jesús llegó a sentenciar ni yo te condeno, vete y no peques más. Y si antes el adulterio se sancionaba con testigos ahora basta que ocurra solo en la mente del pecador.
Lo que cambió fue la forma de la ejecución del castigo en esta tierra. Recordemos que Israel estuvo durante mucho tiempo en una teocracia, es decir, fue gobernada por Dios con instituciones teológicas a través de los profetas, jueces y reyes bajo la ley de Moisés. Los israelitas fueron entrenados en la figura de lo que había de venir, en la expectativa del Cordero de Dios que se manifestaría como el Mesías enviado. También se ejercitaron en la aplicación de la ley junto a sus sanciones, si bien el pueblo y el Estado se volvió a la letra de la norma apartándose de su espíritu.
El propósito de la ley era la justicia y la misericordia, pero la nación entera se volvió inclemente y pervirtieron el derecho, olvidando hacer misericordia y buscando argumentos sofísticos en la interpretación de la norma. Pero el legado general de aquellas personas nos permite entrever que la función de la ley de Dios era y sigue siendo mostrar el estándar de la justicia. Muchas cosas podemos aprender con aquellos israelitas bajo el gobierno teocrático, trataremos de acercarnos a esas enseñanzas.
1) Se desprende de los textos sagrados que el ser humano está inhabilitado naturalmente para cumplir con el mandato de la norma divina; 2) la figura didáctica de la expiación a través de animales sacrificados era una antesala del sacrificio que haría el Cordero de Dios por su pueblo; 3) la teocracia mostrada estuvo restringida a solo un pueblo de la tierra, si bien algunas personas extranjeras se incorporaron a esta justicia mediante el judaísmo; 4) el propósito de la ley se centró en educar al pueblo en la obediencia debida a Dios, en amarlo y agradecerle, así como en glorificarlo.
¿Quién puede mantenerse si Jehová mira nuestros pecados? Con este verso de un salmo se resume la inhabilitación de la naturaleza humana. Isaías dijo que todos éramos como suciedad, y nuestra justicia como trapos de inmundicia (Isaías 64:6) y el profeta Daniel aseguró que de Dios era toda la justicia pero de nosotros la confusión de rostro (Daniel 9: 8). Esta inhabilidad fue comprendida en la era apostólica y descrita en forma muy específica: Porque todos los que son de las obras de la ley, están bajo maldición. Porque escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas (Gálatas 3: 10).
La consecuencia natural de la inhabilidad humana para resarcir los daños causados por el pecado fue el sacrificio sustituto. Un cordero o un palomino recibían la muerte para que el sacerdote esparciera la sangre sobre una lámina de bronce que separaba el libro de la ley que nos acusaba y el sacrificio expiatorio. A esa lámina se llamó propiciatorio, el lugar donde se simbolizaba el apaciguamiento de la ira de Dios. El valor pedagógico de la norma mosaica dio paso a la noción de un Substituto, el Cordero anunciado como la Simiente que habría de venir, de acuerdo a la más antigua promesa hecha para los elegidos.
Si los animales ofrecidos como símbolo del sacrificio propiciatorio eran perfectos, sin mácula alguna, sin defecto de ningún tipo, cumplían así con el propósito de anunciar al Cordero sin pecado alguno, el cual quitaría los pecados de los judíos elegidos y de los gentiles elegidos que configurarían el pueblo de Dios. Feliz es el hombre a quien Jehová no le imputa la iniquidad, cuyos pecados son perdonados y borrados, nos dice el Salmo 32. El Sustituto por nuestros pecados nos salva eternamente, además de que intercede por siempre a nuestro favor. Ese es el puente que nos convenía, un cordero santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos, sin necesidad de ofrecer cada día sacrificio por sus pecados y luego por su pueblo. Esto lo hizo una sola vez y para siempre (Hebreos 7: 25-27).
La exclusividad del amor divino hacia el pueblo de Israel es señalada en varios textos de la Escritura. En Deuteronomio 7:6 leemos que el Señor escogió a Israel para ser su pueblo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra; Sólo a vosotros he escogido Yo de en medio de todas las familias de la tierra (Amós 3:2); El anuncia sus palabras a Jacob, Sus estatutos y sus juicios a Israel. No ha hecho esto con toda la gente; y no conocieron sus juicios. Aleluya (Salmo 147:19-20).
La finalidad pedagógica de la ley era instruir al pueblo para la vida, para no temer al enemigo y para obedecer a Dios. En la medida en que se cumplieran los estatutos el pueblo tenía la seguridad de la protección divina. El libro de aquella ley nunca habría de apartarse de la boca de los destinatarios de semejante bendición, sino que de día y de noche se habría de meditar en él, para hacer conforme a todo lo que en él ha estado escrito: porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien (Josué 1:8). La bendición de haber sido escogido de en medio de las naciones de la tierra tenía el doble propósito de proteger al pueblo y de que éste se esforzara en el estudio de lo que decía la ley. Siempre hay un esfuerzo que debemos hacer al ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor, no existe una pasividad absoluta en el elegido. Sin embargo, no por nuestra actividad somos escogidos sino que nos esforzamos para nuestro beneficio diario.
El fin de todo el discurso de la ley era que el hombre temiera a Dios y guardara todos sus mandamientos, porque ese es el todo del hombre (Eclesiastés 12:13). Y toda aquella ley depende de dos grandes mandamientos: 1) amar a Dios con todo el corazón, alma y mente; 2) amar al prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:38-39). Esta es una clara síntesis de la congruencia entre la ley y el evangelio, dos instituciones que no están en disputa sino en plena coordinación, por cuanto el Dios que ordenó el uno ordenó el otro y en Él no hay sombra ni mudanza de variación. Mal puede alguien sugerir que el Dios del Antiguo Testamento es diferente del Dios del Nuevo Testamento, cuando es un solo Dios sempiterno e inmutable.
César Paredes
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