Un modelo es un ejemplo, un paradigma, pero ello no implica que deba repetirse en forma idéntica. Sin embargo, como paradigma viene a ser el espejo en que debemos mirar para estar seguros de que algo similar podrá ocurrir en la historia de nosotros. Además de que los modelos en la Biblia son plataformas de lo que puede ocurrir, también son inspiraciones para el alma de todo aquel que busca la justicia de Dios. La Biblia abunda en ejemplos, con casos narrados por sus escritores que educan al pueblo de Dios para que no tenga miedo de lo que el mundo pueda hacer.
Un profeta calvo es molestado por la burla de unos muchachos, cuando una pequeña turba le gritaba a Eliseo: Calvo, sube. Tal vez la gente le recordaba al profeta la forma en que su antecesor Elías había ascendido al cielo y le pedía que se fuera con él. Los jóvenes odiaban la palabra de Dios y anhelaban que el profeta Eliseo se fuese de inmediato con Elías. Estas cosas ocurren porque el mundo ama lo suyo y desea estar a solas con sus militantes, sin elementos extraños como suelen ser los creyentes en el Dios de las Escrituras. Son muchas las argucias del mundo y por medio de ellas impele a los fieles a que abandonen sus atrios.
El profeta Eliseo estaba consciente de quién era él, un hombre que habitaba como su maestro en la presencia de Jehová. Por esa razón se volteó ante los jóvenes y los maldijo. Sí, no tuvo otro camino a seguir, o corría humillado ante la turba burlona o recordaba sus credenciales de profeta del Altísimo. Eliseo optó por lo segundo y al maldecir a aquellos muchachos dos fieros osos aparecieron en el campo y destrozaron a los 42 jóvenes que se estaban burlando. Y es que Dios no hace caso de las personas para respetarlas, simplemente ya ha escogido a sus ovejas desde antes de la fundación del mundo y las defenderá de los vasos de ira que también preparó de antemano para destrucción.
En ocasiones vemos situaciones diferentes, profetas que son masacrados por la espada del enemigo. Estos casos ciertamente son distintos de lo que se supone sea su justicia, pero en ningún momento podemos imaginar que signifiquen una derrota de Dios. Al contrario, eso permite acumular más ira para el día de la ira o simplemente obedece a un plan que nosotros no vemos a simple vista. Herodes mató a Juan el Bautista, pero más tarde murió comido por los gusanos, con una muerte angustiosa. Esteban fue dilapidado, pero vio los cielos abiertos y poco después muchos fueron rescatados de su vana manera de vivir. Saulo de Tarso fue uno de los beneficiados al convertirse después en Pablo.
Por cierto, este apóstol reprendió a una mujer que era adivina y le expulsó su demonio, causando gran estrago económico a sus amos. A otro lo dejó ciego por varios meses al reprenderlo. Pero el Dios de la Biblia no ha cambiado, simplemente vemos estilos diferentes en sus profetas, apóstoles y demás ovejas de su prado. Hay casos en que sigue actuando con dureza, aún hoy en día, enviando catástrofes a personas y comunidades, maldiciendo a quienes ya ha maldecido desde la antigüedad. No en vano la Escritura ha dicho que horrenda cosa es caer en manos el Dios vivo.
¿No fue Judas Iscariote impelido a suicidarse? Mejor le hubiera sido no haber nacido a este hijo de perdición, como lo dijo el propio Jesucristo. Los creyentes del verdadero Dios deberían tomar nota de la división del mundo con sus habitantes, recordando siempre que unos son vasos de ira y otros vasos de misericordia. Los primeros son llamados cabritos y los segundos ovejas, y así como el leopardo no puede mudar sus manchas tampoco el árbol bueno dará frutos malos ni el malo dará frutos buenos. Es imposible que una oveja se convierta en cabra como imposible que una cabra llegue a ser oveja. Los que no creen en Jesucristo no son ovejas y esa es la razón por la cual jamás llegarán a creer. Pero los que creerán en él lo harán por cuanto son ovejas extraviadas que el buen pastor vino a buscar.
Cuando ocurra la segunda venida de Cristo él pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. El Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. A los de la izquierda les dirá: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:31-46).
La humanidad detiene con injusticia la verdad, diciendo que adoran a Dios a su manera o que lo ignoran porque no lo han visto. Pero Dios es Espíritu y su manifestación se conoce desde la fundación del mundo por medio de su creación, de manera que no hay excusa para pretender adorarlo en forma de cosas o animales creados. Mucho menos para que la soberbia humana pretenda coronarse con el argumento de que el hombre apareció por azar y como producto de la hipotética evolución.
Dios nos manifiesta su ira por causa de la soberbia humana, haciendo que los hombres deshonren sus propios cuerpos y entregando a las mujeres a tener placer con las mujeres. Claro, la deshonra que la humanidad hace del Creador se paga con la deshonra a que ella es sometida por el mismo Dios que la hizo (Romanos 1). Pero el hombre llama a su bochorno orgullo gay, para paliar la vergüenza que lo corona. Es una astucia argumentativa que pretende enderezar con palabras lo torcido de su pensamiento, ya que con aparejos sociales se pretende modificar la ley humana para hacer ver que el torcido corazón humano hace lo correcto ante la ley divina.
Por eso la Escritura enseña que el necio corazón humano ha sido corrompido en gran manera. Hubo dos ciudades emblemáticas en la antigüedad, conocidas por su impiedad y por la forma en que se manifestó el justo juicio de Dios. Sodoma y Gomorra nos recuerdan lo terrible que es caer en la desgracia del peso de la justicia divina. Claro, la gente hoy día piensa que eso es mitología bíblica, que los habitantes de aquellas ciudades lo que deseaban era dar la bienvenida a sus visitantes, que el relato bíblico dice una cosa distinta a su significado plano.
Pero aunque el hombre llame a Dios injusto por lo que hizo con Esaú y por lo que ha hecho con la mayoría de los seres humanos creados, Dios permanece inmutable y no hace acepción de personas. El salva a los que quiere salvar, llama a los que ha escogido desde antes de la fundación del mundo, los justifica y los redime por completo. Ciertamente, a todos aquellos que separó desde la eternidad para recibir su justo juicio de condenación los endurece por siempre. Estas son las nubes sin agua llevadas por todo viento de doctrina, fieras manchas de los ágapes eclesiásticos, cerdos que vuelven al charco y perros que devoran su propio vómito. De éstos habla la Biblia diciendo que la condenación de ellos no se tarda.
Pablo escribió una vez a una iglesia recordándole que algunos de ellos habían cometido ciertos pecados muy ofensivos contra Dios, lo cual nos habla de la esperanza del amor divino que perdona aún las cosas más viles que los humanos pueden hacer. No que sea bueno tentar la paciencia de Dios, pero sí que hace bien recordar que sin importar la condición moral en que puedan estar los seres humanos Dios se complace en perdonar al corazón contrito y humillado. Pensemos en lo que la misericordia de Dios puede hacer con el alma desesperada, recordemos que la Escritura nos dice a gritos que Jesucristo no vino a buscar justos sino pecadores: ¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No erréis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos: mas ya sois lavados, mas ya sois santificados, mas ya sois justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6: 9-11).
César Paredes
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