Viernes, 08 de enero de 2016

Estos dos personajes bíblicos tienen particularidades que los asemejan y los diferencian el uno al otro. Ambos fueron rebeldes y los dos dilapidaron la gran fortuna de su vida. Esaú fue descrito como el hombre necio que vendió su primogenitura, mas por si fuera poco lo hizo por un plato de lentejas. Su hermano gemelo estaba cocinando algo muy exquisito para un cazador hambriento y agotado, con un olor que exacerbaba el apetito de aquel que regresaba sin comida y debilitado. En el negocio planteado Esaú no tuvo menos que ofrecer, la primogenitura que le correspondía por derecho.

Tal vez pensaría el cazador que eso era puro cuento, que tal vez sorprendería a su hermano de tal forma que cuando su padre lo llamara por su nombre nadie podría suplantarlo. De esta forma engañaría a Jacob cuando Isaac repartiese las bendiciones. Pero no contaba con la astucia de su propia madre Rebeca, quien tenía su preferencia por el hijo que estaba mucho tiempo junto a ella. Y Jacob cobraría de esa manera lo que técnicamente le correspondía por derecho de compra venta, si bien violentaba la tradición de las familias al ser el menor sin derecho alguno.

El hijo pródigo también era el menor de la familia, pero estaba cansado del trabajo en la finca de su padre. Su deseo se había volcado por lo que quizás había escuchado de sus amistades, de la gente de comercio que viajaba para vender sus productos. Había escuchado que existían grandes ciudades con hermosas mujeres, tal vez otros placeres llamativos propios de las grandes urbes. Su deseo se afianzaba en la curiosidad de conocer nuevos lugares, sitios donde el juego de azar le posibilitaría una vida más cómoda sin tener que trabajar como lo hacía a diario en la casa de su padre.

Un buen día dijo que se marchaba pero que no lo haría sin antes cobrar lo que le debían. La herencia que reclamaba era la parte que un buen día le correspondería en caso de que su padre muriese. Sin mayor objeción el padre le dio lo que de buena gana quiso repartirle pero se quedó esperando día a día el momento en que regresara este hijo con muy mala cabeza. La parábola de Jesús conocida como el hijo pródigo podría llamarse de muchas formas, tal vez la del padre expectante. Sí, porque la paciencia de aquel señor que salía a ver si su hijo vendría nos enseña que alguien con mucho amor aguarda a sus seres queridos.

Cuando el anciano Isaac iba a morir quiso repartir las bendiciones propias para cada hijo. Al llamar a su hijo Esaú vino Jacob, el suplantador. Vestido con pieles de animales simuló que no era lampiño y con la ayuda especializada de su madre logró engañar al viejo y ciego Isaac. La bendición fue dada y técnicamente se hizo de todos los derechos de la primogenitura. Poco más tarde el verdadero Esaú reclamaba para sí los derechos que un día había vendido, y como dice la Escritura los procuró con lágrimas, pero ya era demasiado tarde. Tuvo que conformarse con otros beneficios, los de la providencia en el monte y retirado del amor de Dios.

Los teólogos que adaptan la Escritura a su teología deducen que la culpa de Esaú le trajo mucho dolor, que al valorar la primogenitura tanto como un plato de lentejas lo alejó de la bendición de Dios. Otros, más atrevidos, alegan que Dios amó menos a Esaú que a Jacob, pero que en realidad amó a los dos con medidas diferentes. Sin embargo, la Biblia nos enseña en varios momentos cuando relata la vida de estos dos personajes que Jehová había odiado a Esaú desde antes de que naciese. Dice que no había hecho ni bien ni mal y ya Dios lo odiaba. Gente atrevida y contumaz ha dicho que si Dios tuviese un jefe de relaciones públicas hubiese recogido tales palabras cambiándolas por otras más suaves, tal vez lo que ya han hecho algunos estudiosos filólogos al suponer que el verbo odiar significa amar menos.

Pero resulta que Dios no se preocupa por lo que piensen las personas, a quienes ya ha definido como muertas en delitos y pecados y a quienes ha considerado como nada y como menos que nada. En este sentido se equivocan si suponen que el Creador anda preocupado por lo que el hombre caído piense de Él. Al contrario, ha declarado que no hay justo ni aún uno, que no hay quien haga lo bueno ni quien le busque. Y sus profetas han revelado que si Jehová no nos hubiese dejado un remanente hubiésemos sido semejantes a Sodoma y a Gomorra. Ya lo dijo Jesucristo, que nadie puede ir a él a no ser que el Padre lo lleve a la fuerza, y por lo visto no lleva a todos hacia el Hijo. Esa es la razón por la cual Jesús, la noche antes de su crucifixión dio gracias por los que le había dado y dijo específicamente que no rogaba por el mundo.

El hijo pródigo tiene una gran diferencia con Esaú. Como el nombre de la parábola lo indica, es el hijo que se había descarriado, que prodigó su fortuna junto a gran parte de su vida. Jamás se sintió abandonado, si bien reconocía su pecado ante el Padre. Quiso asumir un rol inferior al de hijo pero al recobrar las fuerzas cuando estaba en medio de la pocilga del mundo emprendió el camino de regreso a casa. No pretendía más reivindicación que la de ser un jornalero más, pero su padre que le aguardaba salió a su encuentro y lo abrazó, le cambió sus vestiduras y le dio un nuevo calzado. También le colocó un anillo en su mano para que supiera que seguía siendo su hijo.

Este hijo que se había perdido y que ahora era hallado fue objeto de un gran recibimiento y de un gran festejo. Su hermano celoso porque jamás había dilapidado ni su tiempo ni las riquezas de su padre se volvió celoso y quejumbroso. Sin embargo, el padre no hizo caso de su egoísmo y continuó con el festín. Mataron el becerro más gordo y hubo grande alegría en aquel hogar. El que había muerto ahora vivía de nuevo, el que se había perdido había sido hallado.

Esaú sintió con dolor la pérdida de la primogenitura y supo que habría de olvidarse de las bendiciones espirituales que aquello conllevaba; sintió odio contra su hermano y aunque quiso matarlo sabemos que más bien tuvieron que abrazarse en tanto su ira fue aplacada. En cambio el hijo pródigo siguió siendo hijo, festejando el amor de su padre a quien siempre reconoció como tal.

La Escritura nos habla no solo de la parte histórica de estos dos personajes tan importantes para los estudiosos de la Biblia, sino que nos dice mucho más de ellos. Por lo que se relata de Jacob podemos inferir lo que se debe decir del hijo desobediente que dilapidando su fortuna tuvo que pasar ratos amargos en el mundo junto a los cerdos, pero que siempre recordaba la casa de su padre. Jacob fue amado con amor eterno y por esa razón actuó en favor de su primogenitura. Esaú fue odiado con odio eterno, por lo cual cometió los errores propios de los réprobos en cuanto a fe cuya condenación no se tarda.

Como la iglesia no sabe quiénes son los escogidos del Padre que todavía están en el mundo debe predicar el evangelio de Cristo a tiempo y a destiempo. Pero seguro estamos de que habrán de creer todos aquellos que fueron ordenados para vida eterna. Ni uno más pero ninguno menos; los Esaú del mundo darán la espalda a la primogenitura ofrecida, porque su destino así se los dicta. Sin embargo llorarán con amargura cuando se enteren de lo que han perdido y derrochado a cambio de las lentejas del mundo. Ellos no tienen conciencia metafísica para dilucidar que no son escogidos del Padre, se opondrán con injusticia deteniendo la verdad, harán guerra a los santos, se burlarán de los que creen en el Dios de la elección. Con su escarnio intercambian los aplausos del mundo y de su principado, ignorando que para ello fueron destinados.

Las ovejas extraviadas que Dios tiene todavía en esta tierra despertarán cuando oigan la voz del buen pastor y lo seguirán huyendo del extraño, porque al tener el corazón de carne con un espíritu nuevo desconocerán esa voz engañosa que las ha tenido en las prisiones de oscuridad. Ese es el misterio del evangelio, que brinda alegría a todos aquellos que son llamados a descansar de las faenas del mundo. La promesa de la vida eterna se convierte ahora en la lucha por la primogenitura, como lo hizo Jacob, un hombre escogido por Dios sin que él lo supiera hasta mucho más tarde cuando le fue revelado que era muy amado por el Padre que lo había apartado para ser objeto de su amor.

Y será predicado este evangelio en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones. El que creyere será salvo, el que no creyere ya ha sido condenado.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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