Lunes, 04 de enero de 2016

La Reforma Protestante puso un pie firme en su visión de la teología de la soberanía de Dios, pero en parte también dejó un pie tambaleante al suponer que la libertad humana era un hecho absoluto antes de la caída de Adán. El hombre caído no puede ser libre para las cosas espirituales, sino solamente goza de una libertad que tiende al mal. Esto pudiera ser cierto en algún sentido pero desde una óptica más amplia, aquella de la soberanía de Dios, el hombre no es libre ni siquiera para hacer el mal.

Dios a todo lo que quiere inclina al hombre, de manera que más allá de que la tendencia natural del ser humano caído sea inclinarse ante el mal, Dios puede torcer la voluntad de su criatura y obligarlo a hacer el bien. Por ejemplo, Ciro es llamado el pastor de Jehová, porque hizo cosas en favor del pueblo de Dios, si bien no había conocido a ese Dios. Pese a ser un hombre caído como los demás mortales, pese a no conocer al Altísimo y a pesar de su tendencia al pecado tuvo que ejecutar buenas acciones en favor del pueblo escogido.

La tendencia al mal del hombre en el pecado no lo libera para hacer el mal, más bien el hombre es controlado en forma absoluta por la providencia de Dios. Judas Iscariote no pudo entregar al Señor antes de tiempo, Herodes no pudo asesinarlo cuando era un niño nacido en un pesebre, los judíos en el Sanedrín no pudieron dar rienda suelta a sus motivaciones contra Jesús de Nazaret, por cuanto aún no había llegado su hora.

Recordemos la muerte del rey Acab, planificada por el Dios de la Biblia. Incluso se envió un espíritu para que infundiese mentira en los profetas de Jehová y profetizasen en una forma específica para engañar al rey. De esta manera, incluso una flecha tirada a la deriva cayó para derribar al monarca escondido en los trajes de un soldado común. También podemos observar el censo de Israel para darnos cuenta de las dos formas del relato bíblico, una desde la perspectiva de la soberanía divina y otra desde la óptica del pecado humano gobernado por el príncipe de este mundo.

Pero la Reforma Protestante pensó que antes de la caída el hombre era absolutamente libre para decidir hacia el bien o hacia el mal. Da a entender con ello que Dios pudo equivocarse o que pudo quedar mal con sus planes inmutables y eternos. Dada la supuesta libertad de Adán, éste podía escoger no pecar. Si Adán no hubiese pecado entonces el Cordero de Dios preparado desde antes de la fundación del mundo hubiese quedado en suspenso. Dios lo habría preparado en vano y hubiese tenido que ver frustrados sus planes de redención y la historia de Cristo en la cruz.

En Dios no hay un por si acaso, todo lo que hace es un sí y un amén. De manera que mal podía Adán no pecar, mal pudo ser un agente libre e independiente de la voluntad de Dios. Al contrario, la declaración bíblica nos abre la perspectiva de que Adán tenía que pecar. Sí, Adán no fue libre para no pecar, aunque se hable de la inocencia del primer hombre. Imaginemos lo que implicaría que Dios jugase a los dados con su Cordero preparado antes de la creación de Adán y que éste lo hubiese sorprendido con no pecar.

Pero tampoco se puede alegar que Dios supo que Adán caería ante la tentación de la serpiente, ya que ese saber divino hubiese estado sustentado por algo que Dios vio en el futuro. Si esto fuese así entonces Dios no sabía nada antes de mirar en el futuro de Adán. No sería un Dios Omnisciente y eternamente omnisciente. ¿Cómo sabe Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo? Estas preguntas son comunes en el alma que inquiere la manera en que Dios se da cuenta de las cosas. La respuesta obvia de las Escrituras es que Dios sabe el futuro porque hace el futuro.

Todas sus profecías son prueba de lo que ha trazado para la humanidad y el universo creado; este universo creado junto a su humanidad no son la causa del conocimiento de Dios. De manera que no podemos hablar de plagio divino como si Dios averiguara lo que los corazones humanos piensan, sus intenciones y planes, para después hacer una redacción de las profecías como si fuesen su idea. No, Dios no mira el futuro para conocerlo, simplemente conoce lo que planifica y decreta.

Mal pudiéramos imaginar a un Dios que avizoró el destino humano, que mirando por el túnel del tiempo se dio cuenta de que un hombre llamado Judas Iscariote entregaría a Jesús de Nazaret, cometiendo alta traición. Entonces Dios al darse cuenta de la malicia humana aprovechó la oportunidad de crear la idea del Cordero divino y de enviarlo a la futura redención de aquello que llamaría después su pueblo. Porque tampoco este pueblo suyo era su pueblo hasta que Dios lo previó en el futuro, un grupo de personas que deseosas anhelaban la presencia del Salvador de sus almas. Porque si Dios supo que Adán iba a pecar porque lo vio en el túnel del tiempo, entonces todas sus profecías son una copia de las intenciones humanas de las que astutamente se apoderó.

Por esta razón, más allá de lo que la Reforma Protestante haya dicho respecto a que Adán era libre para pecar o no pecar, la Biblia nos enseña en forma implícita que Adán tenía que pecar porque no era libre para no hacerlo. Ya sabemos lo que hubiese pasado si Adán no hubiese cometido pecado, que Dios hubiese tenido que quedarse con su Cordero en suspenso teniendo que ver frustrados sus planes eternos (ya no tan eternos y no tan inmutables).

La Biblia también habla en forma explícita acerca de este tema cuando nos dice por boca de los profetas que Dios ha hecho al malo para el día malo, que desde antes de que naciesen preparó los vasos de ira para el día de la ira y los de misericordia para tener misericordia de ellos. Nos dice que no ha acontecido nada malo en la ciudad que Jehová no haya hecho (Amós 3:6). Lo que cabe como reacción lógica en la desesperada mente humana es la pregunta del objetor bíblico, aquella escrita en el libro de Romanos capítulo 9: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién ha resistido a su voluntad?

Este es el grado de la más absoluta soberanía de Dios, un hecho descrito objetivamente en la Biblia que ha venido a ser piedra de tropiezo para grandes teólogos. Incluso para los reformados. No somos marionetas, se argumenta; pero somos algo peor, barro en las manos del alfarero, figura bíblica que le muestra al ser humano que no es nada sino menos que nada. Así como el hacha no se puede ensañar contra el que la levanta, tampoco nosotros podemos hacer nada contra el Hacedor de todo. Solamente seguiremos lo que está pautado para nosotros, tanto para los que tienen corazón de piedra como para los que tienen corazón de carne.

Algo que se desprende con seguridad de esta doctrina bíblica es que los que comprendemos el conocimiento del amor de Dios decimos con el Hijo: Así, Padre, porque así te agradó. Los del evangelio diferente se entretienen dilucidando en que esta posición muestra a Dios como injusto y no será bien vista por los ojos de la humanidad. Por ello arreglan los textos para su propia perdición, para en un acto democrático y universalista invitar a todos los que quieren y que estén dispuestos a correr en pos de la misericordia de Dios. Pero olvidan los que tal hacen que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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