Dios no acepta ningún símbolo que lo represente. De hecho le dijo a Moisés lo que tenía que predicarle a la gente que le preguntase quién lo había enviado: Yo soy, que bajo el nombre Jehová significa en forma completa: Yo soy el que soy. Pero el hombre caído en politeísmo e idolatría demostró lo alejado que estaba del ideal teológico del único Dios.
Pese a que la ley de Dios está manifiesta en los corazones de los hombres por obra de la creación, y aún acusándoles a éstos su conciencia, la revelación escrita todavía sigue desconociéndose, incluso voluntariamente. En efecto, la revelación escrita declara que no hay Dios sino solo uno. Simultáneamente se nos agrega que la adoración debida a su nombre debe ir regulada en la forma que Él así lo ha dispuesto. Sin embargo, el hombre prefirió darle honra a las criaturas antes que al Creador, a quien pretendía (y todavía pretende) adorar en semejanza de animales de todo tipo, o a través de los elementos de la naturaleza. En forma más extrema hay quienes adoran a un ser humano como si fuese el mismísimo Ser Divino (la figura del Emperador de Roma, por ejemplo).
La Escritura prohíbe rendir tributo religioso de alabanza u honra a los ángeles, a cualquier criatura (llámense apóstoles o profetas), e incluso establece que no se habrá de adorar imágenes ni ninguna semejanza de lo que la gente se imagine sea el Dios invisible. Sugerir que los íconos religiosos son una representación que recuerda, evoca o refiere al Dios de la Biblia, es un subterfugio condenado en la declaración bíblica.
Los romanistas se han inclinado por distinguir entre latría y doulía. Dos términos que denotan que el primero es la adoración superior debida a Dios, pero el segundo se liga a una reverencia inferior rendida a los santos. No obstante, la Biblia no distingue tal estructura en la alabanza y adoración al Ser Supremo sino que exige que solamente a Él se debe todo honor y gloria. De hecho, se ha declarado que Dios no comparte su gloria con nadie.
Al contrario de lo que sostienen los idólatras, los ángeles y los apóstoles han rechazado la adoración que intentaron rendirle los hombres que se impactaron por su poder y especial actuación sobrenatural. La expresión se hizo común en el relato bíblico: yo soy consiervo tuyo. Y aquellos que sostienen la necesidad de una imagen para la educación religiosa han de comprender que en el Antiguo Testamento la mejor forma de transmitir el contenido doctrinal era escribiendo en túnicas, en los dinteles de las puertas y por transmisión oral el conocimiento de la ley divina. No fue a través del dibujo o la escultura sino de la palabra escrita y oral que se transmitía aquella revelación.
Casos excepcionales como los querubines del arca o la serpiente de bronce fueron hechos con fines muy distintos a los de prestar servicio en la adoración. Incluso la serpiente de bronce hubo de ser eliminada porque los israelitas demostraron su caída en la tentación de la adoración de imágenes, como lo habían aprendido de otros pueblos. A nosotros nos bastaría con el mandamiento que exige no hacernos ninguna imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni en la tierra ni en las aguas debajo de la tierra; pero en caso de que alguien las hiciese el mandamiento continúa agregando que no debemos inclinarnos ante ellas ni mucho menos adorarlas.
Los israelitas aguardaban a Moisés cuando subió al monte para recibir la ley de Dios. Se desesperaron porque no podía demorar tanto su regreso y pidieron a Aarón que les confeccionase un ídolo. Surgió el becerro de oro, una imagen que de seguro habían visto en Egipto mientras estuvieron bajo esclavitud. Ellos pensaban que adorando al becerro rendían culto al Dios que los había liberado de la mano dura de Faraón. Tal vez muchos de ellos no sostenían que ese becerro era otro dios, sino que más bien aquella figura animal representaba y ayudaba a entender al Dios verdadero. Sin embargo, antes de Moisés bajar de la montaña Jehová le mostró su enojo por lo que hacía el pueblo corrompido en la idolatría.
El rechazo de Dios y de Moisés al becerro de oro implica el rechazo a la adoración por intermedio de una imagen. Dios no aceptó el agradecimiento religioso que el pueblo pretendía rendirle a partir de una imagen. Antes, la condenó y castigó a muchos de ellos para escarmiento de los otros. Pablo recogió en su carta a los romanos que parte de la corrupción religiosa de la humanidad se demuestra en los actos de adoración a la criatura, antes que al Creador. Decir que los israelitas pretendían adorar por intermedio de una imagen al Señor que los había rescatado es violentar los principios declarados en aquellas tablas que Dios escribía a Moisés.
De igual forma quedó demostrado con la destrucción de aquella figura que Dios no quiere que nos hagamos ninguna figura que lo represente. ¿A quién o qué me haréis semejante? es uno de los planteamientos que hace a través de sus profetas. Al indicarnos que a Él solamente hemos de adorar se implica que no hay más nadie a quien rendir tributo de latría o de doulía. Pero al prohibirnos inclinarnos ante cualquier imagen para venerarla o adorarla nos habla en forma muy explícita con la advertencia de que no acepta la idolatría en ninguna de sus formas.
No existe una adoración inferior debida a los santos hombres de Dios o a los ángeles que Él creó, porque todos son criaturas y está dicho que los hombres son culpables de rendirle tributo a la criatura antes que al Creador.
Simular que se adora al Creador por intermedio de un símbolo es violentar sus mandamientos expresos en la ley dada a Moisés y en los muchos escritos de los profetas y apóstoles. Precisamente, el pecado de aquellos israelitas que aguardaban el descenso de su profeta radicó no en adorar a otro Dios sino en pretender adorar un símbolo de Él, como si lo representase. Estos criterios religiosos son muy viejos y los israelitas los habían aprendido en Egipto, su tierra de esclavitud por excelencia.
El creyente que ha nacido de nuevo no tiene más ayuda que el Espíritu de Cristo que mora en él. No necesita poderes extraordinarios para adorar a su Creador, mucho menos la ayuda de símbolos que supuestamente representan a Dios. El argumento de rogar a los santos para que intercedan ante Dios es completamente falaz. Pero Roma lo ha implantado en su Sinagoga y, justamente en su reunión de contrarreforma, que se llama el Concilio de Trento, recomienda abiertamente tener el recurso de la asistencia ante Dios por intermedio de los santos.
La argucia de pedir a María para que medie entre la criatura y el Hijo (Hijo de Dios) es aberrante. María no es madre de Dios sino de Jesús en la carne, más allá de que otro concilio, el de Efeso en 431, la haya declarado Theotokos (madre de Dios). Precisamente, la iglesia estaba en el aprieto de salirle al frente a los que negaban la Trinidad, así como también a los que suponían que Jesucristo no era co-eterno con el Padre (asunto debatido en el Concilio de Nicea I en 325 de la era cristiana). Pero en Efeso hubo dos posturas que se debatieron, la que declaraba a Jesucristo como tomado por el Padre una vez que había nacido (falacia total) y la que decía que había nacido como Dios y como hombre. Esta segunda postura bíblica se combinó con la falacia de que María vino a ser declarada Madre de Dios (falacia total).
Sabido es que la naturaleza de Cristo es tanto divina como humana, pero eso no implica que María venga a ser la madre de su ser divino. De igual forma la Biblia habla de los hermanos y hermanas de Jesús, pero la Iglesia de Roma sostiene que María fue siempre virgen y por lo tanto no tuvo más hijos. De manera que sobrepasando las Escrituras han negado de plano que José no conoció a su mujer hasta que dio a luz el niño.
No existe ningún otro mediador entre Dios y los hombres, solamente Jesucristo hombre. Bastaría este mandato para volvernos obedientes y alejarnos de la idolatría, pero el subterfugio humano trabaja duro para rendir tributo a la criatura. No existe la figura del mediador del mediador, sino de un solo mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).
La historia general de la humanidad muestra la tendencia irreversible de introducir imágenes o representaciones visibles del objeto de adoración. En sus servicios religiosos viene a ser una marca muy fuerte que delata la caída humana frente al pecado. El Dios que es Espíritu viene a a ser representado en figuras de cuadrúpedos, reptiles y humanos, o también en cualquier elemento de la naturaleza. De esta forma se da honra a la criatura antes que al Creador. Pero justo es decir que Dios prohíbe tales actos de adoración, que no los recibe con agrado y que más bien los repudia y abomina. Por esta razón (entre otras) escogió a un pueblo para enseñarlo a adorar y envió a su Hijo para decirnos que había que adorar al Padre en espíritu y en verdad. ¿A qué haremos semejante a Dios?
Si el becerro de oro causó estragos en medio de la congregación de Israel por ser una abominación a Jehová, más allá de la buena intención de sus orfebres y adoradores, no pensemos que ha cambiado en algo el mandato divino. Más bien no tenemos ninguna excusa por la abundante información de la palabra revelada, de manera que acatemos la admonición del apóstol Juan cuando escribió en una de sus cartas: Hijitos, guardaos de los ídolos. Por si alguien todavía dudare de la veracidad de lo planteado, Pablo definió lo que se escondía detrás de cualquier ídolo o imagen, sea plana o tridimensional, o aún mental, al decirnos que lo que la gente sacrifica a sus ídolos a los demonios sacrifica, y no a Dios: Y no querría que vosotros fueseis partícipes con los demonios (1 Corintios 10:20).
Por su parte Moisés dijo que el pueblo había despertado a celos al Señor con los dioses ajenos. Ellos le mostraron sus abominaciones, sacrificaron a los diablos, no a Dios; a dioses que no habían conocido. De esta forma queda claro que cuando se sacrifica veneración, honra, alabanza o petición a las imágenes (ídolos o representaciones de ellos) se le rinde tributo a Satanás, el ángel de luz que gobierna las tinieblas. No nos olvidemos de la Roca que es Dios nuestro Creador.
César Paredes
destino.blogcindario.com
Tags: SOBERANIA DE DIOS