El que salvaría a su pueblo de sus pecados lleva por nombre Jesús, tal como el ángel le dijo a José, el carpintero esposo de María. Si hubo una emoción por el nacimiento del niño ocurrió en aquella época de los tiempos del rey Herodes. Nacería un rey, pero el mundo lo interpretó como un soberano de una nación que pelearía por el poder de la ciudad. Algunos sabios del Oriente vinieron a dar sus honras a ese futuro rey que había nacido en un pesebre. Oro, como un emblema de las riquezas de su reinado; incienso, en alusión a la actividad sacerdotal del futuro rey; mirra, para el ungüento en relación a su muerte. Tal vez ellos indagaron acerca del Mesías Rey que nacería de acuerdo a los rollos escritos por Daniel, considerado un gran sabio en el Oriente.
Los pastores estaban en los campos porque no era invierno todavía. Al parecer la fecha del nacimiento del niño fue corrida por mandato de la iglesia apóstata que prefirió hacer coincidir una festividad pagana con el evento histórico-religioso. Incluso el nacimiento de Juan el Bautista lo acomodaron para que fuese en los correctos seis meses antes del nacimiento de Jesús, de manera que coincidiera también con otra festividad pagana.
Pero la Biblia no ordena en ningún lugar la celebración del niño que nació en Belén. Al contrario, Pablo habla en contra de aquellas personas que guardan los días, los meses y los años. Una costumbre que se gestó hace siglos pasa a ser lo más natural en un mundo nada eclesiástico y en una iglesia fundida en la vanidad de una esperanza universal.
El creyente debería preguntarse si Dios es un niño al cual hay que adorar. Sabemos que Jesús es el Verbo hecho carne, quien por haber venido en forma humana desde que el Espíritu gestó en María el embarazo tuvo que nacer como un niño. Pero de la misma manera Jesús fue un adolescente en alguna oportunidad de su paso por esta tierra y no se ve a nadie adorando al joven de trece o más años de edad.
Pero como autómata se va el mundo tras la compra-venta de objetos y estrenos en esta época que llaman de amistad colectiva. Una oportunidad más para la locura religiosa y para el servicio a la idolatría. Es la confluencia con las Saturnales romanas, fiesta celebrada con un banquete público e intercambio de regalos. Los romanos festejaban el nacimiento del sol (Sol invictus) el 25 de diciembre en pleno solsticio de invierno. Eran las fiestas de celebración de las finales jornadas del campo, que dejaba a las familias campesinas con la oportunidad forzada del descanso.
Ahora se argumenta que la imagen del niño en un pesebre evoca el nacimiento de Dios en la tierra, que la figura del pequeño refiere al Jesús adulto. Pero toda imagen refiere, evoca, enuncia, permite recordar algo, lo que precisamente hace el ídolo. Cuando los paganos de antaño se inclinaban ante sus ídolos adoraban lo que ellos representaban. Hoy día muchos llamados cristianos hacen lo mismo, pero obviando que la Escritura condena tal práctica. Pablo dice que lo que la gente sacrifica a sus ídolos, a los demonios sacrifican.
El nacimiento de Jesús no se celebra, pero está descrito en la Biblia como un acto de cumplimiento divino, de acuerdo a la promesa del Génesis 3:15. Aquel momento seguido del pecado de Adán es el gran anuncio de lo que sucedería siglos más tarde en Belén. Los profetas de Dios hablaron y desearon ver ese momento, el Dios hecho hombre que cumpliría su gran propósito, salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Los sabios o magos del Oriente siguieron las estrellas para ver el lugar del nacimiento del niño; pero ellos eran paganos y honraron lo que Daniel había descrito para su pueblo.
El antiguo paganismo nacido en Babilonia acostumbraba celebrar a Semiramis con el niño. Una fábula religiosa estaba arraigada en los pueblos desde hacía muchos siglos y la iglesia romana vio oportuno combinar el evento narrado en la Biblia con el relato de aquellos pueblos. El sincretismo religioso se afianzó en la época de Constantino (375 de nuestra era, aproximadamente) y fue dando lugar al culto especializado en la iglesia del niño junto a su madre.
Pero la narración del Génesis es muy clara y descriptiva. Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar (Génesis 3:15). Así hablaba Dios a la serpiente antigua, la cual se llama diablo o Satanás. Dos pueblos son mencionados en ese relato, dos grupos, uno que es el conjunto de los elegidos del Padre, representados por la simiente de la mujer (simiente que es la promesa levantada del Mesías salvador), otro que viene dado por los réprobos en cuanto a fe (simiente de la serpiente que es Satanás).
A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como de muchos; sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo (Gálatas 3:16). La enemistad entre Satanás y la iglesia de Dios es notoria a través de la historia de la salvación de los escogidos del Padre. El implacable odio de Satanás, sus ángeles y los hombres impíos ha llevado a perseguir al pueblo escogido y redimido por aquella simiente de la mujer que es Jesucristo hecho hombre.
Jesús en su nacimiento (natividad o navidad) representa el fiel cumplimiento de la promesa para los escogidos de Dios. Jesucristo y el Padre tienen el mismo objetivo en cuanto a su crucifixión, el sacrificio realizado en favor del pueblo de Dios, de su iglesia, de las ovejas del buen pastor. Sí, hace ya más de veinte siglos nos nació el Salvador. El Cristo es Jesús (nombre que significa Jehová salva); Jesús en la cruz consumó todo lo que tenía que hacer para alcanzar concretamente la salvación de su pueblo. Pero el vocablo salvar en la Biblia también significa preservar, de manera que Jesucristo es quien preserva al mundo en tanto es Dios soberano, pero en forma especial preserva a los que son creyentes en él. No que salva al mundo en su totalidad de la condenación venidera, sino que lo preserva; pero a su pueblo lo preserva en forma especial, para la redención eterna y final.
La manera de recordar a Jesús es teniendo su Espíritu en nosotros, pues quien no tiene el Espíritu de Cristo no es de él. Vano sería recordar a Jesús a través de ídolos (la cruz, el muñeco confeccionado en forma de niño, el Cristo adulto), como vano sería argumentar que esos objetos son recordatorios, símbolos que ayudan o que enseñan. La Biblia condena las imágenes que se usan para tal fin (para adorarlas o venerarlas, para simbolizar y recordar) como idolatría.
No hay navidad que celebrar si no es bajo la tutela del paganismo, camuflado ahora bajo el ropaje del sincretismo religioso. A la verdadera iglesia Juan les advierte todavía desde la Escritura: Hijitos, guardaos de los ídolos.
César Paredes
destino.blogcindario.com
Tags: SOBERANIA DE DIOS