En una intervención de Eliú frente a Job le aclara que mayor es Dios que el hombre. De tal manera le pregunta a Job: ¿Por qué tomaste pleito contra él? Porque él no da cuenta de ninguna de sus razones. Job se consideraba a sí mismo justo hasta ofrecer holocaustos por los pecados de sus hijos. Su concepción de auto-justicia vino a ser una de las razones por las cuales no entendía lo que le sucedía, aunque está bien reconocerle que desde un principio asumió que Dios estaba metido en todo lo que padecía. La reflexión de Eliú deja establecido en el libro considerado el más antiguo de la Escritura que Dios no responde ante nadie.
Quizás por no tener a nadie igual o superior a Él en dignidad, potencia y voluntad, cualquier reclamo hecho contra el Hacedor de todo cuanto existe viene a ser inútil. Una cosa muy distinta es cuando Él se dirige al hombre y le demanda que lo inquiera para enseñarle cosas grandes y ocultas que no conoce. Cuando Él quiere mostrar sus caminos ha buscado profetas que lo anuncien, pero solamente tenemos una voluntad pública conocida en tanto lo más secreto de Su Persona se mantiene oculto.
La gente se esconde del Señor encubriendo su consejo, y sus obras hechas en las tinieblas pretende que nadie las vea. Pero la subversión del hombre viene a ser reputada como barro del alfarero, porque aún al impío hizo Dios para el día malo. De allí que Isaías exclame a gran voz: ¿La obra dirá de su hacedor, no me hizo; y dirá el vaso de aquel que lo ha formado, no entendió? (Isaías 29:16). El barro no puede decir al que lo labra tú no tienes manos, o qué haces. El alfarero, quien es el dueño del barro, tiene potestad de hacer un vaso para honra y otro para deshonra.
La soberanía de Dios es el tema central de la Escritura, junto con su intención de salvar a la humanidad elegida desde antes de la fundación del mundo. Jesús recalcó en diversas oportunidades que el Padre hace como quiere, que le es lícito hacer lo que quiere con lo que es de Él. De esta forma enfatizó que muchos son los llamados, mas pocos los escogidos (Mateo 20: 16).
La motivación de Dios en la elección radicó en su propio placer (por el puro afecto de su voluntad), en su deseo de desplegar su propia gloria, en el hecho de exhibir públicamente su amor especial, su conocimiento (su amor) hacia los escogidos. Justo es resaltar que este conocimiento previo de Dios no está basado en la cualidad del objeto sino en su comunión o ausencia de comunión con el mismo. Dice la Biblia que Adán conoció de nuevo a Eva su mujer y tuvieron otro hijo, que José no conoció a María hasta que dio a luz al niño, a pesar de que era ya su esposa y él conducía el asno que la llevaba hacia Belén. Esto deja claro que el conocimiento de Jehová no es meramente cognitivo sino que alude al afecto, al sentido de la comunión íntima. Jesucristo les dirá a muchos en el día postrero nunca os conocí porque nunca tuvo comunión con ellos. Pero a los que nos salvó nos llamó con vocación santa, no conforme a nuestras obras, mas según el intento suyo y gracia, la cual nos es dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2 Timoteo 1:9), pues a los que antes conoció, a estos también predestinó (Romanos 8:29).
El hombre se constituyó en un pecador en virtud de su relación con Adán, formado en maldad y concebido en pecado (Salmo 51:5). Enajenados desde la matriz y descarriándose desde el vientre, los impíos hablan mentira (Salmo 58:3). Por un delito vino la culpa a toda la humanidad para condenación, pero por una justicia vino la gracia a todos los hombres (escogidos para tal fin) para justificación de vida. Si por la desobediencia de un hombre fueron constituidos muchos pecadores, por la obediencia de uno (de Jesucristo) los muchos serán constituidos justos (Romanos 5: 19).
En este texto de Romanos Pablo habla de dos grupos representados por dos personas. El primer conglomerado de gente es el liderado por Adán, contaminado por el pecado y apartado para siempre de Dios. Sin embargo, por la justicia de Jesucristo (el segundo Adán) vino la gracia a los muchos que pertenecen a su grupo, los cuales son todos aquellos por los cuales el Señor murió en la cruz y por quienes la noche previa a su crucifixión hubo agradecido al Padre por habérselos dado.
Como ya él lo había dicho antes en varias oportunidades, solamente vendrán a Jesús los que el Padre le envía. Jesús no murió por el Faraón ni por Caín, tampoco por Judas Iscariote ni por aquellos descritos en Apocalipsis 13:8 y 17:8, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación el mundo. Jesús murió por las ovejas, como el buen pastor; no puso su vida por los cabritos. Había un grupo de personas que no podían creer por cuanto no eran de sus ovejas; existen los hijos del diablo y los hijos de Dios, de la misma manera todas las ovejas huyen del extraño porque no conocen su voz y no podrán ser engañadas por ellos. Sin embargo, Dios envía un poder engañoso para que crean la mentira todos aquellos que no quisieron creer en la verdad.
Pero, ¿por qué no quisieron creer en la verdad? Porque eran vasos de ira preparados para destrucción y para exhibir la gloria del poder y de la justicia de Dios. Entonces vuelve el objetor con la misma pregunta: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién ha podido resistir a su voluntad? Sin cuestionar es el tema que nos ocupa y es asimismo la respuesta que la Escritura lanza contra el que pretende algún reclamo. ¿Quién eres tú para discutir con Dios? La dimensión e esta interrogante es difícil suponerla si vivimos en un contexto democrático, pues Dios no ha sido considerado jamás como un presidente de una nación sino como el Rey de reyes y Señor de señores. Entender la soberanía divina implica hacer un esfuerzo por comprender el contexto en el cual habla la Escritura.
Dado que no hay justo ni aún uno, ni quien busque a Dios, se comprende que no hay quien entienda (Romanos 3: 11). El decreto del Génesis lo decía como advertencia, que el hombre podía comer de todo fruto menos el del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que de él comieres morirás (Génesis 2: 17). Y eso fue lo que sucedió con toda la humanidad, la cual cayó en Adán y está muerta en sus delitos y pecados. Solamente la dádiva de Dios da vida eterna en Cristo Jesús, solamente por medio de la resurrección del espíritu es posible llegar a la vida. El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios porque la paga del pecado es muerte.
Comprender la dimensión del pecado junto a su consecuencia es el primer paso para reconocer la necesidad de salvación. Esa es la buena noticia, ese es el evangelio, que el Hijo vino al mundo y se encarnó ofreciéndose como Cordero expiatorio por todos los pecados de su pueblo. El que creyere será salvo, pero el que no creyere ya ha sido condenado. Los que habrán de creer lo harán en virtud de que el Padre los envía hacia el Hijo y éste no los echa fuera sino que los guarda en sus manos, los que ya están en las manos del Padre. Nadie podrá arrebatarlos de ese escondite, ni siquiera el poder de Satanás que engañará a muchos pero jamás a los escogidos.
La expiación de Jesucristo fue planificada por el Padre para beneficio del pueblo escogido. El ángel le dijo a José que le colocara al niño por nacer el nombre Jesús, porque su significado Jehová salva implicaba que él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Isaías escribió que Jehová quiso quebrantarlo sujetándolo a padecimiento, pero que le aseguraba linaje una vez que hubiese puesto su vida en expiación por el pecado; de esta forma la voluntad de Jehová sería en su mano prosperada y viviría por largos días (eternamente). Pero añadió el profeta que Jesús vería el resultado de su alma y sería saciado, satisfecho. El Señor está satisfecho con los que redimió en la cruz, no está preocupado por los que no redimió. En resumen, Isaías dijo: con su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y él llevará las iniquidades de ellos (Isaías 53: 11).
Sin cuestionar y sin protestar decimos que así sea, pues que así agradó a Dios salvar al mundo por medio de la locura de la predicación.
César Paredes
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