Los pueblos se convierten del mal hacia el bien, en un sentido muy genérico. Tal sucedió con Nínive bajo la prédica de Jonás, un pueblo amenazado por Dios para ser destruido. La intervención oportuna del profeta permitió el arrepentimiento para beneficio de la ciudad. ¿Significa ese acto que todos y cada uno de los ninivitas fueron convertidos para salvación? No es lo que se desprende por fuerza del relato bíblico, antes hemos de mirar otros contextos en los que el pueblo de Israel también se arrepentía de sus pecados sin que implicara que lo hacían en virtud de alcanzar la salvación eterna.
Fue Jesucristo quien dijo que muchos serían llamados. Este llamamiento conlleva arrepentimiento, participación en los deleites del Espíritu (a través de la iglesia), mas a muchos de estos llamados se les dirá en el día final que nunca fueron conocidos. Y es que dentro de los muchos llamados pocos son los escogidos. Hay un llamado general al arrepentimiento, lo que se ha conocido en teología como el llamamiento externo. Sin embargo, existe el llamado interno o llamamiento eficaz que hace el Espíritu de Dios en forma irresistible e irrevocable. Esta acción conduce a la conversión para salvación.
En tal sentido, la conversión ocurre una sola vez en la vida. No hay tal cosa como conversión a diario o conversión continuada en el creyente, como tampoco puede hablarse de nacimiento continuado. Es imposible que una persona nazca a diario, por lo tanto es igualmente absurdo suponer que la conversión para salvación sea un acontecimiento repetido en el creyente. El que ha nacido de nuevo no puede volver a la muerte por cuanto ha venido a vida eterna. Alguien usó la metáfora del puente que se cruza una sola vez, contraponiéndola a la figura de cruzar muchos puentes a lo largo de la vida.
Nosotros hablamos del poder de Dios en el llamamiento eficaz de sus elegidos. Si bien la palabra es extendida a todos los que la oyen, el rol fundamental del Señor es abrir el corazón del que ha de nacer de nuevo para que esté atento a lo que el Espíritu le dice por intermedio de la exposición de la Escritura. Poco importa que sea en una iglesia, en el aula de clase, en la calle a través de un megáfono, por intermedio de la radio, en un papel del periódico o a través del recuerdo de un texto leído. El llamamiento eficaz toma su turno en el día del poder de Dios para el que ha de ser añadido a la iglesia. Y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna (Hechos 13:48), ni uno más ni uno menos.
Normalmente uno puede enfocar los conceptos desde dos perspectivas, una general y otra específica. En sentido muy genérico la conversión es olvidar el camino de maldad e inclinarse moralmente hacia el bien. Ya nos referimos a los ninivitas y a ciertos momentos en la vida del pueblo de Israel. Lo vemos en ocasiones en poblaciones sometidas a catástrofes naturales, en los presos cuando son castigados por sus crímenes, en los estudiantes al obtener una baja calificación, en los hijos reprendidos por los padres.
En un sentido más particular se habla de conversión para salvación. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar (Isaías 55:7). Sabemos que Dios tiene misericordia de quien quiere (y endurece al que quiere endurecer), por lo tanto el profeta está hablando de un arrepentimiento para salvación. Dios tendrá misericordia y perdonará los pecados del hombre inicuo arrepentido, quien ha venido a ser un convertido, alguien que ha pasado de muerte a vida.
Este último principio es clave en la comprensión de la conversión para salvación. Los muertos no pueden oír ni caminar, de manera que necesitan vida antes que nada. Jesucristo dijo que él era el camino, la verdad y la vida. Que nadie iría al Padre sino a través de él. Pero igualmente argumentó que nadie podía ir a él a no ser que el Padre que lo envió lo llevase a la fuerza. En otra oportunidad le explicaba a un maestro de la ley que era necesario nacer de nuevo, pero que esto no era por voluntad humana sino divina. El objetor bíblico levantado en el capítulo nueve de la carta a los romanos se preguntaba por qué razón Dios inculpaba al impío, dado que éste no tiene voluntad para resistirle. En su reclamo reconoció que los muertos no pueden hacer nada a su favor, si bien le parecía injusto el hecho de que Dios le cayera encima con todo su peso.
El texto escrito en Romanos 9 nos habla de dos grupos de personas, uno escogido para vida eterna y otro apartado para condenación eterna. A ambos los escogió Dios desde antes de la fundación del mundo (Apocalipsis 17:8) y mucho antes de que hiciesen bien o mal (Romanos 9:11). Los que objetan bajo el argumento de hallar injusticia en Dios presumen que el hombre está hábil y no ha muerto del todo, que solamente se encuentra temporalmente enfermo y que la redención del Cordero es extensiva a toda la humanidad sin excepción. Estos argumentan igualmente que Jesús hizo su parte pero que ahora le toca a cada quien hacer la suya.
Sumergidos en el sinergismo (trabajo conjunto entre Dios y la criatura) olvidan que la salvación es monergismo absoluto (trabajo exclusivo de Dios). Han pasado por alto la inhabilidad total de la humanidad en materia espiritual y desdeñan la suprema soberanía divina sobre la criatura y todas las cosas creadas. Al mismo tiempo pisotean la sangre de Cristo al creerla insuficiente para salvar a los que se pierden, por cuanto según ellos dicen fue derramada por todos sin excepción. En otros términos, alguien cuyos pecados han sido expiados puede perecer eternamente en el infierno de fuego. Esta aberración aparece como consecuencia de una interpretación errónea de la expiación, al presuponerla universal y no limitada al pueblo de Dios (Mateo 1:21).
Pese a lo dicho hay que añadir que el creyente debe volverse de su mal camino cuando en ocasiones se aleja de la recomendación de vida señalada en las Escrituras. Se desprende lo que decimos a partir del texto escrito en Apocalipsis 2:5: Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. Este es un mensaje para la iglesia, no para el no creyente. Pero ¿significa esta amenaza que el creyente pierde su salvación?
Hemos de responder a tal pregunta que en ninguna manera esa puede ser la enseñanza del texto. La Escritura no se contradice sino que se complementa. Jesucristo aseguró que sus ovejas le seguirían a él solamente, que huirían del extraño porque no conocen su voz. Afirmó que él las guardaba en sus propias manos y que su Padre hacía lo mismo, pero también resaltó que nadie las arrebataría de ese lugar seguro.
La Biblia nos enseña que Dios a quien ama castiga y azota a todo el que tiene por hijo. Esto no quiere decir que lo enviará al castigo eterno, de la misma manera que quitar el candelero de su lugar no equivale a la pena eterna. Sea que venga persecución o muerte, enfermedad, problemas sobre problemas, estos pueden ser simples castigos como consecuencia de la falta de arrepentimiento en el creyente. Pablo lo ejemplificó cuando habló de tomar indignamente la cena del Señor, lo que hacía que algunos hubiesen muerto y otros estuviesen enfermos. Juan habló del pecado de muerte (por el cual él no recomendaba que se pidiera) y se refería a los hermanos. De manera que este tipo de arrepentimiento es para evitar el castigo suave o fuerte del Señor en sus hijos.
En resumen, la conversión para salvación no es un acto espontáneo del hombre, sino consecuencia del Espíritu Santo en el proceso de la regeneración que hace del pueblo de Dios. Lo mismo acontece con el llamamiento eficaz, pues nadie puede llamarse a sí mismo para ir al Padre. Es el Espíritu Santo el autor y primera causa del llamamiento, de la conversión y de la regeneración. También lo es de la santificación, un proceso en el que como creyentes estamos comprometidos a participar para lograr el crecimiento que nos brinda alegría y que da sentido histórico a aquello en lo cual hemos creído.
El Espíritu de Dios ora con nosotros y ruega con gemidos indecibles, porque no sabemos lo que hemos de pedir como conviene. El Espíritu entiende la mente del Señor y nos enseña a orar. Dado que el creyente es templo de Dios el Espíritu mora en él (sin que huya) como garantía de nuestra salvación. El hecho de que viva en nosotros conlleva a otra conclusión, que su trabajo nos ayuda a crecer y a perfeccionar la comunión con el Padre y con el Hijo. Su sentido de la verdad nos conduce a ella y no permite que creamos la mentira (o sigamos al extraño). Los que oyen la voz del extraño lo siguen porque tienen un espíritu no santo, perteneciente al mundo y está instruido por doctrinas de demonios. El otro evangelio imita al verdadero evangelio pero su fin es camino de muerte. Sin embargo nosotros sabemos en quién hemos creído y no somos de los que se vuelven atrás.
César Paredes
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