Tal vez sorprenda que Jesucristo sea la justicia de Dios proclamada por Jeremías en el Antiguo Testamento. Aunque no se coloque el nombre Jesús, el cual significa Jehová salva, se ha dicho que el Señor es la justicia de Dios. Ese es el título que también tiene en el Nuevo Testamento el fundador de todo cuanto existe, como lo dijera Juan en su evangelio: En el principio creó Dios los cielos y la tierra...
Pasemos ahora a mirar lo que la humanidad por regla general mantiene en su corazón acerca de lo que lo puede justificar ante Dios. Porque somos cuentadantes y en el fondo de nuestro corazón cada uno ha conocido a Dios a través de la creación. Lo que de Dios se conoce ha sido manifestado por la obra de sus manos, si bien el hombre natural pretende callar su conciencia aduciendo que no está seguro de que Dios exista.
Más allá de la duda de cada quien, existe una especie de auto-justicia o de justicia propia con la cual pretende presentarse el pecador en caso de tener que dar cuentas algún día. Porque aún los que niegan a Dios no están del todo ciertos en lo que habrá después de la muerte. Y es que un ídolo ha echado raíces en los corazones humanos, especialmente en aquellos que aguardan una salvación eterna. Esta confección de la nueva divinidad ya no es tan joven, data del inicio mismo del pecado humano y lleva el sello del orgullo satánico. Este ídolo es la propia justicia.
Si hay salvación entonces el hombre debe tener parte en su confección. Esa parece ser la norma emanada de la concepción del castigo como consecuencia del error, para que por argumento opuesto se diga que el premio (salvación) debe ser adquirido por mérito propio. La relación de causa-consecuencia es un lugar común en la mente de los seres humanos. Esta relación se pide prestada para antropomorfizar a Dios atribuyéndole raciocinio humano e igual forma de pensar que los mortales hombres.
El querer establecer nuestra propia justicia es el producto de que el hombre no se puede someter voluntariamente a la justicia de Dios. El paradigma bíblico nos enseña desde el Génesis que Dios instituyó el sacrificio de Jesucristo como la ofrenda única aceptable para amistarnos con Él. Después del pecado humano Dios cubrió a Adán y a Eva con pieles de animales, los cuales no se comían en aquel entonces. De manera que matarlos no fue un acto habitual por alimentación sino un sacrificio que simbolizaba al Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo.
Jeremías sabía que el Hijo de Dios era su redentor como también lo supo Job quien pudo afirmar que tenía un Redentor que vivía, que moriría pero que resucitaría. ¿Cómo supo Job toda esta teología del Nuevo Testamento? En realidad los hombres de Dios lo sabían desde que fueron llamados por Él, ya que el evangelio es uno solo e ignorarlo es prueba de que no se tiene a Dios. En el pueblo de Israel hubo mucha gente que sacrificaba a Dios ignorando la justicia que es Cristo, al igual que sucede hoy día en las iglesias. Pero junto a ellos había miles que sí tenían conciencia de lo que hacían y de quién vivía en ellos. Fuera de ese pueblo estuvo Job quien dijo literalmente lo siguiente: Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo: Y después de deshecha esta mi piel, aun he de ver en mi carne a Dios (Job 19:25-26).
Job sabía que el Señor resucitaría pero que él también se levantaría de los muertos. Aquella justicia que es Cristo fue en lo que creyó Abraham de quien se escribió: Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. La ley y los profetas no hicieron otra cosa que anunciar la justicia de Dios, si bien los líderes religiosos de entonces no lo comprendieron e hicieron tropezar a muchos, como ciegos guías de ciegos.
La ofrenda de Caín no sirvió porque no era conforme a lo que Dios consideraba su propia justicia, pero la de Abel fue aceptada por cuanto incluía el símbolo de la expiación de Jesucristo. Es el Nuevo Testamento quien nos revela que Caín era del maligno, lo que hace cobrar sentido al rechazo divino de su ofrenda. Aquello que es una imitación de la expiación de la culpa se coloca como el instrumento preferido del otro evangelio, del anatema, como dijera Pablo. Sus militantes sostienen que hay que cooperar con la justicia perfecta, olvidando lo que significa la expresión de Jesucristo en la cruz: Consumado es. Esa expresión viene del griego tetelestai que quiere decir que ya ha sido acabado por cuanto es perfecto.
Cada vez que algún teólogo o algún cuerpo doctrinal instruya acerca de añadir a la justicia perfecta de Jesucristo estamos frente a un planteamiento herético. Pero mucho cuidado, no hay herejías sin herejes, más bien son herejes todos aquellos que promulgan tales doctrinas, los que las creen y los que pretenden ignorar su gravedad. Juan nos recomienda apartarnos de tales personas que no traen la doctrina de Cristo, a fin de que no seamos partícipes de sus plagas; pero Jesucristo le dice a su pueblo cautivo (que aún no ha creído) que huya de Babilonia, que salga de allí. Y es que maldito es todo aquel que pone carne por su confianza y se aparta de los brazos de Jehová.
Esta justicia de Dios se manifiesta en la justificación de los injustos (pues no hay justo ni aún uno), no se basa en nuestros méritos (que no tenemos, ya que el hombre natural está muerto en sus delitos y pecados) sino en los méritos del Hijo de Dios. Pero hay un detalle a tener en cuenta, el cual es de suma relevancia: esa justicia fue impartida a los elegidos del Padre desde antes de la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8). A éstos representó Jesús en la cruz, por ellos oró la noche antes de su crucifixión, estando en Getsemaní; él no rogó por el mundo sino que lo excluyó a propósito (Juan 17:9), por cuanto aquellos que fueron, son y serán enviados por el Padre al Hijo conforman el pueblo por el cual murió Jesús (Mateo 1:21; Juan 6:44 y 65).
Nosotros hemos sido hechos justicia de Dios en Él (2 Corintios 5:21). Jehová, justicia nuestra, dijo Jeremías (33:16), quien también escribió la siguiente declaración: En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado: y este será su nombre que le llamarán: Jehová, justicia nuestra (Jeremías 23:6). El ángel le dijo a José que debía llamar al niño por nacer Jesús, porque él salvaría a su pueblo de sus pecados; ese vocablo significa Jehová salva. ¿No es este el cumplimiento de lo dicho por el profeta en el Antiguo Testamento? ¿No es la iglesia el Israel de Dios?
Todo aquel que niega la doctrina de la justicia de Cristo en virtud de la representación que hizo de los elegidos del Padre está colocándose al lado de Roma. Si Jesucristo está a la diestra del Padre e intercede por nosotros, ¿cómo puede alguien llamándose creyente argumentar que los santos ruegan por nosotros en el cielo? Eso es hacer insuficiente la intercesión del Señor. De la misma manera sería pisotear su sangre si se dijese que Jesús hizo su parte pero que ahora nos toca a nosotros hacer la nuestra. La expresión Consumado es implica que ya todo se hizo en la cruz para beneficio de los escogidos del Padre. Estos serán enviados al Hijo en el día de su salvación y nadie los apartará de sus manos.
Pero la expiación total de los redimidos no supone una licitación al pecado. La ley moral de Dios se mantiene como una demostración de su carácter y de lo que espera que nosotros hagamos. Ciertamente no se trata de hacer males para que vengan bienes sino de no intentar colocar nuestras obras éticas o morales como una bandera de garantía para el reino de los cielos. Las buenas obras son una consecuencia de nuestra redención, jamás serán un instrumento de su compra. De otra manera la gracia ya no sería gracia; sabemos, más bien, que nuestra salvación no es por obras, para que nadie se gloríe ni se jacte en la presencia del Señor. La prueba irrefutable de lo que se dice acá está a lo largo de toda la Escritura, la que también añade: A Jacob amé pero aborrecí (odié) a Esaú ... antes de que hiciesen bien o mal (Romanos 9:11 y 13).
César Paredes
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