Elegir no es un trabajo fácil para los mortales humanos, más bien implica un esfuerzo acucioso de la mente para escoger entre muchas cosas algo preferido. Las razones que se combinan para estimular el acto de escoger es de muy variado orden, pero cuando hablamos de elección para vida eterna desconocemos lo que motivó a Dios a escoger a unos como vasos de gloria y a otros como vasos de deshonra.
No obstante, la Biblia nos menciona algunos valores que reflejan la motivación de Dios en la elección. Por ejemplo, se habla de dar a conocer el poder y la justicia de Dios como aquello que lo llevó a confeccionar vasos de ira para el día de la ira. Asimismo, existe el deseo divino de mostrar su misericordia y amor en los vasos de misericordia preparados para la alabanza de la gloria de su gracia. Vemos que estos motivos no se desprenden del objeto predestinado sino que provienen del Elector. De allí que Dios no haya visto nada bueno o malo en la criatura para hacer su elección, sino que tuvo un propósito eterno e inmutable ajeno a la criatura en el momento de elegir.
Así lo menciona Pablo en una de sus cartas, cuando escribió que Dios amó a Jacob pero odió a Esaú, aún antes de que hiciesen bien o mal (Romanos 9). Alguno se preguntará cuál es la razón por la cual Dios no quiso restaurar a toda la humanidad a pesar de tan grande poder que le asiste, sino que escogió lo necio del mundo, lo que no es, para deshacer a lo que es. ¿Por qué no preservó sin pecado a la raza humana? ¿Por qué no escogió para perdón de pecados a los ángeles caídos? Poder tiene de sobra para hacer como quiere, mas la Escritura nos dice que su voluntad se ha cumplido y se cumplirá siempre. De manera que todo lo que quiso ha hecho, por lo cual estamos seguros de que el mundo marcha como Él lo ha decidido.
Pablo dijo que él era el primero de los pecadores, mostrando que si Dios tiene poder para restaurar al más grande pecador sin duda puede volver a la vida a los que transgreden menos. El ha dicho que ha hecho al sordo y al mudo, al que ve y al ciego (Exodo 4:11). El hace al rico y al pobre, crea la luz y la adversidad, a unos les da larga vida mientras a otros los aguarda la tumba al nacer o en la juventud. Uno nace en medio de criminales mientras otros disfrutan los privilegios de una educación exquisita. De igual forma, hay quienes mueren sin jamás oír hablar de los beneficios de la luz del evangelio.
La premisa bíblica que declara que toda la raza humana ha pecado y que por lo tanto está destituida de la gloria de Dios (Romanos 3:23) nos lleva a inferir la síntesis de que la justicia divina cumplida llevaría a todos al castigo eterno. Sin embargo, unos son escogidos para gloria eterna, lo cual implica que la salvación no es un asunto de justicia sino de gracia. Claro, no se trata de que Dios haya dejado de ser justo, sino de que a través de la justicia de Cristo en la cruz nos recibió como hijos herederos, pasando por alto nuestros pecados por el solo hecho de que el Señor nos sustituyó en la cruz. De allí que Jesucristo haya sido llamado nuestra pascua, o la justicia de Dios.
Otra premisa de las Escrituras es que Dios es el Creador. Si Él nos ha hecho a nosotros (y no nosotros a nosotros mismos), el hombre no puede tener ningún reclamo frente a su Hacedor. El hombre es arcilla, barro en las manos del que lo moldea, por lo tanto no debería darse gloria a sí mismo como pretendiendo que hace un favor al Altísimo sirviéndole. En el evangelio de Juan (6: 37) se lee en forma muy clara acerca de la soberanía de Dios: Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Hay quienes quiebran el texto y lo separan, leyendo fuera del contexto la segunda parte, para decir al que a mí viene, no le echo fuera. Pero el contexto exige leerlo en forma completa, ya que solo vendrá a Jesucristo aquél a quien el Padre ha enviado hacia el Hijo.
En realidad la elección implica un acto gratuito de salvación hacia el hombre elegido por Dios desde la eternidad. También nos ilustra acerca del poder absoluto de Dios que a unos ha enviado a condenación eterna para mostrar en ellos la gloria de su justicia y poder (asunto que merecería toda la humanidad por sus delitos y pecados), mas a otros envía a la vida eterna, quebrando la oposición natural del corazón humano hacia su Creador. El irresistible poder de su Espíritu somete aquella enemistad en virtud de los méritos de Jesucristo, de su trabajo en la cruz en favor de los que el Padre le dio (Juan 17).
En resumen, el hombre que ha sido redimido puede exclamar igualmente con la Escritura que él ama a Dios porque Dios primero lo amó a él, que él va de buena voluntad hacia Su presencia en el día del poder de Dios (Salmo 110:3). La elección adjudica a Dios toda la gloria, mientras la criatura queda puesta de lado para que no se exalte en su presencia. De igual forma queda entendido por medio de la elección que el hombre no regenerado tiene negada cualquier capacidad de anunciar la verdad, de tener un pensamiento recto, de generar afecto en forma correcta.
Sabemos que Dios produce en nosotros (los redimidos) tanto el querer como el hacer, gracias a su buena voluntad. No es de todos la fe, pues la fe es un regalo de Dios; el acto de arrepentimiento y la fe misma a través de la cual somos salvos provienen de la gracia salvadora de Dios. De manera que toda la gloria se la lleva el Señor y la criatura no queda sino con la conciencia de quién es ella en realidad, de dónde proviene y cuán grande ha sido la misericordia salvadora con la que ha sido beneficiada. Y es que el amor del Creador se ha manifestado en el lavado de nuestros pecados con la sangre derramada del Hijo en la cruz.
Esta elección ocurrió desde antes de la fundación del mundo, cuando Dios nos escogió en Cristo (Efesios 1:4). Recordemos las palabras escritas por el profeta: Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con misericordia (algunas versiones prefieren te prolongué mi misericordia: Jeremías 31:3). La simple lógica nos asegura que lo que es eterno sigue siendo eterno por siempre, ya que no puede algo con el atributo de eternidad venir a ser temporal. No en vano dice la Biblia que Dios amó a Jacob antes de que hiciese bien o mal (desde la eternidad, como le dijo a Jeremías).
Es por ello que debemos estar confiados de esa salvación tan grande provista para los amados de Dios desde la eternidad, pues a los que Él predestinó (en o desde la eternidad) a esos también llamó; a los que llamó también justificó (a través de Jesucristo, la justicia de Dios, nuestra pascua); y a los que justificó también los glorificó (cuando estemos en gloria). El texto de Romanos 8 nos habla de varias perspectivas de la eternidad: una eternidad pasada donde ocurrió la predestinación sin que nosotros ni siquiera hubiésemos nacido, junto a una eternidad posterior que toca el eje del tiempo en nuestra historia, donde ocurrió el llamamiento y la justificación (si bien fue en la cruz cuando Jesucristo nos justificó representándonos en su expiación) y una eternidad futura cuando ocurra la glorificación de nuestros cuerpos.
Ante esta gracia concedida el elegido no puede jactarse en lo más mínimo ante la presencia de Dios, como si él hubiese puesto de su parte o como si su voluntad hubiese intervenido para seguir a Jesucristo. El sinergismo (o trabajo conjunto entre el hombre y Dios) no es más que una herejía que intenta robarle la gloria a Dios, negando la justicia de Jesucristo, colocando la justicia humana junto a la divina en un intento de colaboración que no puede hacer el hombre muerto en delitos y pecados. Cualquier enseñanza que se aparte de lo expuesto en las Escrituras es un intento de torcerlas para propia perdición de quien lo hace.
Cualquiera que se rebela, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, el tal tiene al Padre y al Hijo (2 Juan 1:9); Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en vuestra casa, ni le digáis: Bienvenido (2 Juan 1:10). No perseverar en la enseñanza de Jesucristo es rebelión, pero implica también que no se tiene a Dios. De suma importancia lo que añade el texto, que si alguno viene a nosotros sin esa doctrina no debemos recibirlo como hermano espiritual. La expiación universal de Jesucristo es una doctrina ajena a la enseñanza del Hijo (quien no rogó por el mundo la noche antes de su expiación y quien insistía diciendo que nadie podía ir a él a no ser que el Padre lo enviara a la fuerza); es también una doctrina opuesta a la expiación limitada del Hijo en pro de su pueblo (Mateo 1:21). Los que traen la doctrina desviada o herética no son bienvenidos entre los hijos de Dios, aunque tengamos que pagar el precio de la soledad en este mundo hostil.
César Paredes
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