La Biblia declara en forma categórica que para el creyente las cosas viejas pasaron y todas van siendo hechas nuevas. Esta es una terapia celestial que nos permite ver en nosotros al hombre nuevo que posee un nuevo espíritu con el cual ama andar en los estatutos de Dios. Por esta razón Pablo pudo escribir que el que hurtaba ya no hurte más. También dijo: y estos erais algunos, con un enunciado de los más abominables pecados.
Otra consecuencia de esta gran premisa consiste en el hecho de que los creyentes no pueden practicar el pecado, y que los que suponen creer pero siguen pecando libremente no heredarán el reino de los cielos (los abominables, los mentirosos, los adúlteros, los homicidas, etc.). ¿Pero es que acaso la persona que ha nacido de nuevo no peca más? Ciertamente continuamos pecando hasta que seamos librados definitivamente de este cuerpo de muerte y si decimos que no tenemos pecado la verdad no está en nosotros. El creyente peca porque en él mora todavía el principio del pecado como una huella del grillete de la esclavitud de la que fue liberado.
Pero las cosas viejas pasaron, el corazón incurable que tenía cuando era un hombre natural fue transformado en uno de carne para que pudiese creer; aquel corazón de piedra del hombre natural ya no existe más en la nueva criatura. Si Dios hubiese dejado el antiguo corazón de piedra seríamos todavía sus enemigos por naturaleza, amaríamos de continuo el mal y pecaríamos sin remordimientos de ofensa. En el hombre natural solamente existe atrición por el pecado, una molestia leve que le hace preocupar por el castigo de la ley o por el tormento de una conciencia educada para ver la diferencia entre lo bueno y lo malo. El hombre natural no tiene contrición, no se molesta por la ofensa hecha a Dios sino por la consecuencia judicial de su pecado.
Y si las cosas viejas pasaron el corazón de piedra también pasó a ser historia. Si antes éramos incurables ahora tenemos la salud de Jesucristo por el poder transformador del Espíritu Santo. De haber sido unos impíos sin congojas por nuestra muerte hemos pasado a ser unos creyentes que odiamos pecar: Porque lo que hago, no lo entiendo; ni lo que quiero, hago; antes lo que aborrezco, aquello hago (Romanos 7:15). Recordemos que cuando Pablo escribió el texto citado ya no era más Saulo, el implacable perseguidor de la iglesia, el que no aborrecía el pecado contra Jesucristo. Fue después de que el Señor lo llamara diciéndole Yo soy Jesús a quien tú persigues que su corazón de piedra fue permutado por uno de carne para que amase los estatutos del Señor. Aquel Saulo de Tarso vivía en el error, en la mentira teológica, seguía al extraño y no al buen pastor, hacía lo que quería y no aborrecía su pecado. Tenía tan solo la atrición de un hombre religioso, de un conocedor de la Ley, de un fariseo que se ufanaba de cumplir la forma de la letra de la norma.
Los que han nacido de nuevo evitan caer en la confusión entre la declaración genérica de Jeremías acerca del hombre natural y la declaración específica de Ezequiel en relación al hombre nuevo. El corazón incurable referido por Jeremías es extremadamente perverso, más que todas las cosas, pero el nuevo nacimiento narrado por Ezequiel nos presenta un corazón y un espíritu nuevo: aquél de piedra es quitado y en su lugar es colocado uno de carne. Este hombre nuevo no lo comprendió Nicodemo, maestro de la Ley, por lo cual Jesús se lo recriminó. Si esta enseñanza no hubiese estado expresada en las palabras del Antiguo Testamento el Señor no le habría reclamado nada a este fariseo que venía a él de noche porque sentía una gran curiosidad por el Maestro. Pero era una doctrina clave escrita por los profetas y él debería de saberla como hombre docto de la Ley.
Jeremías junto a otros profetas nos demuestra la depravación total de la humanidad y apoya el concepto de la muerte espiritual generada por el pecado. En realidad el fruto del impío es de muerte: no saben aquellos que erigen el madero de su escultura, y los que ruegan al dios que no salva (Isaías 45:20) ... Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento (Isaías 64:6) ... Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, por ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos declinaron, juntamente se han corrompido: No hay quien haga bien, no hay ni siquiera uno (Salmo 14:2-3) ... El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová: Mas la oración de los rectos es su gozo. Abominación es a Jehová el camino del impío: Mas él ama al que sigue justicia (Proverbios 15:8-9) ... Esto pues digo, y requiero en el Señor, que no andéis más como los otros Gentiles, que andan en la vanidad de su sentido. Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón (Efesios 4:17-18).
Ezequiel nos habla del hombre nuevo, de la necesidad de ser transformados por medio de una sobrenatural cirugía de corazón. Esa necesidad es satisfecha con la gracia de Dios para que podamos decir: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios: por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él (1 Juan 3:1). Es una gracia no dada a todos, no obsequiada al mundo por el cual Jesús no rogó, razón por la que este mundo desconoce al Señor y a los creyentes. ¿Y por qué razón no nos conoce? Porque su corazón sigue incurable, con la misma estructura de piedra que su naturaleza pecaminosa le proporciona.
Decir que el creyente tiene todavía el corazón incurable y perverso, más que todas las cosas, es negar la transformación hecha por el Espíritu Santo. Somos una nueva creación en Cristo (2 Corintios 5:17), hemos muerto al pecado, hemos sido también liberados del pecado al cual no servimos. El creyente no vive en la carne sino en el Espíritu. Pablo lo ha reafirmado: Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2).
Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jeremías 17:9) ... Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos, y guardéis mis derechos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36:26-27). El corazón incurable del hombre natural seria cambiado por uno de carne, junto a un espíritu nuevo; eso es parte del nuevo nacimiento. Resulta imposible afirmar que el creyente tenga todavía el corazón de piedra, ya que para él las cosas viejas pasaron, no lo olvidemos.
César Paredes
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