Hay quienes asumen una dualidad entre el corazón y el intelecto. Más allá de que la Biblia pueda decirnos que es menester amar a Dios con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente, también habla de riñones y extrañas (intestinos) para manifestar la fuerza del amor. Son maneras de decir las cosas de acuerdo al contexto cultural del momento. Hoy día escuchamos la expresión hay que echarle cerebro a eso, sin que implique que debamos quedar descerebrados. Pero muchas personas que afirman profesar la fe cristiana han erigido la dicotomía mente-corazón como una verdad asumida, reservando para este último concepto todo aquello que es emocional, sentimental y, lo que es peor, carente de intelecto.
Nada más lejos de la realidad bíblica. Por esta vía se puede llegar fácilmente al misticismo y al desprecio de todo lo que sea racional. Expresiones como a Dios no le importa tu doctrina sino que lo ames hacen comunidad en muchos profesantes de la religión cristiana, cuya teología ha venido a ser una reflexión secundaria en la fe de los convertidos. Se ha llegado a asumir como una verdad de fundamento que la esencia del cristianismo y de la teología no descansa en proposiciones verdaderamente válidas sino en la experiencia personal del creyente. La iglesia habría de seguir los cambios del mundo y enfocarse más en lo que los fieles sienten, para no quedar rezagada. Bajo este argumento la teología jamás reemplazaría la experiencia y la alabanza, los dos ejes fundamentales de la tendencia contemporánea en materia religiosa.
La experiencia con Dios deja de lado cualquier argumentación basada en las Escrituras. Hay quienes asisten a las iglesias a adorar pero detestan la referencia al Antiguo Testamento por considerarlo aburrido, una narración de eventos acaecidos mucho tiempo atrás, lejanos a nuestro contexto cultural. Lo de ellos es Nuevo Testamento y en especial todo aquello que les diga que el Espíritu está haciendo una obra grande, antes que escuchar lo que la Biblia dice. Este tipo de discurso no tiene sustento en la Escritura, más bien conduce a una relación romántica con el dios que se ha concebido como sustituto del Dios revelado en los escritos de los profetas y en todos los demás libros de la Biblia.
Acerquémonos a algunos textos que hablan del corazón como del centro del pensamiento y del conocimiento. Porque el corazón de este pueblo está engrosado, y de los oídos oyen pesadamente, y de sus ojos guiñan: Para que no vean de los ojos, y oigan de los oídos, y del corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane (Mateo 13:15). Recordemos la respuesta de Pedro a Simón el Mago: Arrepiéntete pues de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te será perdonado el pensamiento de tu corazón (Hechos 8:22). La voz de Pablo se levanta para testificar acerca de lo que decimos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; mas con la boca se hace confesión para salud (Romanos 10:9-10). Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12).
¿No habló Jesús acerca de que de la abundancia del corazón habla la boca? De manera que según la Biblia el corazón es residencia del pensamiento, no solo de sentimientos. Decir que no importa la doctrina sino la adoración que se le haga a Dios es desconocer al Dios de las Escrituras. Es reconocer con Kierkegaard que lo que interesa es la intensidad de la plegaria y no necesariamente a quien vaya dirigida. Y vio Jehová que la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal (Génesis 6:5).
No podemos guiarnos por las experiencias porque el evangelio es un conjunto de proposiciones de Dios, pese a que Jesucristo refrendó sus palabras con señales especiales. No se trata de sentir que uno es salvo sino de creer lo que la Biblia enseña acerca de la persona y el trabajo de Jesucristo. Las personas no regeneradas pueden mostrar cierta piedad hacia sus seres queridos, pero la sola piedad no habla nada de la salvación de las personas, si bien creer y profesar la doctrina de Cristo es un síntoma de vida.
Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado (Hebreos 10: 16-17). Esta seguridad la obtenemos en base a la declaración teológica de las Escrituras, no porque experimentemos sensaciones de libertad o santidad ni porque trabajemos duro para alcanzarla. Basta con creer la proposición escrita para comprender que ya fuimos perdonados. La salud emocional de un creyente no podrá jamás envilecer la obra de Jesucristo en la cruz. Estar perdonado es un hecho teológico para aquél que Dios ha hecho nacer de nuevo, sentirse perdonado es un asunto emocional.
¿Cuán perverso es el corazón de un creyente? Muy a pesar de que abunda el criterio de maldad absoluta en el corazón humano el creyente presta atención a lo que la Biblia declara. No se trata de sentir si el corazón humano está bien o mal sino de creer lo que Dios ha hecho. Un profeta ha hablado del corazón natural y caído de la humanidad, pero otro ha declarado lo que el Señor haría en su tiempo con los corazones de sus hijos. Jeremías habló de la depravación de la humanidad en general, mientras Ezequiel sostuvo lo que Jehová haría: cambiar el corazón de piedra por uno de carne y poner un espíritu nuevo dentro de nosotros para que amemos sus estatutos. El pueblo de Dios lo es de buena voluntad porque tiene una nueva naturaleza.
Ciertamente pecamos y batallamos a diario por la aversión que sentimos contra el pecado, pero somos vistos ya perdonados por Dios en virtud del trabajo de Jesucristo, hecho una vez y para siempre, quien además intercede todavía por nosotros. El corazón de Saulo de Tarso era inicuo, engañoso y perverso, pero el de Pablo era renovado y de carne. Por esta razón el apóstol pudo escribir que estaba en un cuerpo de muerte y que el mal que no quería hacer eso hacía, empero el bien anhelado no hacía. El se sintió miserable pero agradeció a Dios por Jesucristo quien lo libraría de su cuerpo de muerte. Si el apóstol hubiese tenido el corazón del que habló el profeta Jeremías, sin duda no habría sentido la molestia del pecado. Cuando él era Saulo y no había sido alcanzado por la gracia de Dios perseguía a muerte a los creyentes sin ningún incomodo espiritual. Más bien pensaba que ayudaba la causa de Dios. Pero cambiado su corazón de piedra por el de carne (de acuerdo a lo expuesto por Ezequiel) se convirtió en Pablo.
Los ejemplos de la Escritura abundan y satisfacen, muestran al corazón como el sitio del pensamiento (bueno o malo) y dejan a un lado la posibilidad de suponer que la doctrina no importa. Es mentira decir que no importa lo que tu mente piense si con el corazón amas a Dios, o que podemos amarlo sin conocer al Hijo y su doctrina. Nadie va al Hijo sin la voluntad del Padre ni al Padre sin el trabajo del Hijo. El Espíritu Santo testifica a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, precisamente recordándonos todo lo que el Señor enseñó (doctrina pura), conduciéndonos a toda verdad. No por medios emocionales, como sostienen los del otro evangelio, sino con el trabajo intelectual de la enseñanza y por la consolación escrituraria que lo acompaña.
César Paredes
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