Mi?rcoles, 23 de septiembre de 2015

De toda palabra emitida dará el hombre cuenta en el día del juicio. Este es un dictamen de Jesucristo al que poco prestamos atención. Estamos hechos de palabras, sean estas buenas o malas, edificadoras o destructivas. Un ejemplo interesante sería colocarse a solas frente a un espejo y comenzar a decir al menos diez improperios contra nosotros mismos; luego veremos cómo nuestro rostro se endurece y nuestra alma se incomoda. Si, al contrario, pronunciamos un promedio de diez vocablos elogiosos nuestro rostro cobraría lozanía y el alma se volvería dichosa.

Tan importante es lo que decimos para nosotros mismos como lo que le decimos a otros. Construimos y destruimos con palabras, porque en esencia el hombre es lenguaje doblemente articulado. Sabemos que los animales tienen sistemas de comunicación pero no lenguaje, que es una propiedad exclusivamente humana. Hay más de diez características lingüísticas exclusivamente humanas que los animales no comparten en su totalidad con nosotros. Por ejemplo, la prevaricación que implica falsear la realidad, mentir, llegar a escribir poesía, o narrar historias. Podemos llegar a mentir mientras los animales siempre comunican la verdad. Otra propiedad es la traslación espacio-temporal que nos permite ir atrás o adelante en el tiempo y en el espacio por medio de las palabras: decimos, mañana iré al aeropuerto o hace un año que no salgo a la montaña. Con ello el ser humano puede escribir la historia o la profecía, mientras la carencia de esta propiedad en la especie animal lo limita a comunicar el aquí y el ahora. La danza de las abejas solo habla del presente, no del mañana o del ayer.

Pero Jesucristo nos habló del corazón humano diciéndonos que de su abundancia hablaba la boca. Hizo referencia a un tesoro que el hombre guarda, el cual puede ser bueno o malo. Sabemos que Pedro tenía un buen tesoro en su corazón, sin embargo negó al Señor varias veces. Jesús no se refería a ello cuando explicó lo del corazón y la boca, más bien se refería a una confesión especifica. Recordemos que todos los creyentes decimos palabras impropias, mostramos aspereza cuando nos enfadamos, sin que ello implique que tengamos un mal tesoro. Jesús mismo se enfadó con los cambistas en el templo y dijo cosas duras; también a Herodes lo llamó zorra y a los fariseos les dijo que eran unos hipócritas, sepulcros blanqueados llenos de podredumbre por dentro, sin que eso hable del mal tesoro en el corazón de Jesucristo. Por lo tanto, ese tesoro hace referencia a lo que es susceptible de confesarse: si tienes un mal tesoro hablarás de él con naturalidad, pero si el tesoro es bueno también saldrá a la luz su contenido.

Alguien dijo que si hablamos con palabras soeces nos contaminamos, pues somos lo que decimos. Se ha agregado que el deterioro del lenguaje implica el deterioro de la realidad que se percibe. Más allá de que esto pueda ser cierto no es lo que Jesús estaba diciéndonos. El se refería al tesoro interno del hombre, si el hombre es bueno tiene un tesoro bueno y si es malo tendrá uno malo. Eso de ser bueno está relacionado con la justicia, si se es justificado, si se ha llegado a ser creyente. Cada buen pensamiento y deseo santo viene del Espíritu de Dios, por lo que entendemos que el impío no tiene un buen tesoro en su corazón. Sus deseos no son santos, No hay quien haga bien, no hay ni siquiera uno (Salmo 14:3), las entrañas de los impíos son crueles (Proverbios 12:10), no saben aquellos que erigen el madero de su escultura, y los que ruegan al dios que no salva (Isaías 45:20).

¿A qué se refería Jesús cuando habló del buen y mal tesoro del corazón del hombre bueno y malo? Fijémonos que cualquier ser humano puede producir buenas o malas palabras en virtud de su capacidad lingüística, pero ello no está referido al tesoro del que hablara Jesús. En cambio, hay un hombre permanentemente bueno (el redimido) y uno permanentemente malo (el que no ha nacido de nuevo y que no es oveja). El fruto bueno emanado del buen tesoro del corazón es la confesión del evangelio de Jesucristo, mientras el mal fruto del hombre malo es la confesión del falso evangelio. No puede la naturaleza de un árbol hacerle producir un fruto cuya genética no se lo permita, de manera que el olivo siempre dará aceitunas y nunca alcaparras. Una oveja será siempre oveja por naturaleza, nunca una cabra. El leopardo no puede cambiar sus manchas ni el etíope su piel, un tesoro malo en el hombre malo no podrá hacer confesar el verdadero evangelio de Jesucristo.

Y es que de la abundancia del corazón habla la boca, dondequiera que estuviere el tesoro del hombre allí estará también su corazón. Recordemos otro ejemplo bíblico, cuando Jesús se refería a sí mismo como el buen pastor. El aseguró que sus ovejas le seguirían y huirían del extraño porque no conocen su voz. Esto es categórico, no se trata de pronunciar buenas o malas palabras por medio de una misma boca, se trata de confesión. No es posible intercambiar los frutos de los árboles, como tampoco es posible que una oveja redimida confiese un evangelio diferente al enseñado en las Escrituras, o se vaya tras el extraño.

Del buen tesoro del corazón de la oveja que sigue al buen pastor se producirá el buen fruto, porque del árbol bueno se obtiene fruto bueno mas del árbol malo solo es posible obtener fruto malo, por lo cual irán con afrenta todos los fabricadores de imágenes (Isaías 45:16). Las imágenes mentales que el hombre se hace de Dios son una afrenta para el hombre malo por cuanto ha rechazado la descripción que Dios hace de Sí mismo para colocar su propia figura de lo que ha concebido debe ser su dios. A toda esta imaginería la Biblia llama ídolos y detrás de ellos están los demonios. Quien sacrifica honra, alabanza o reverencia a los ídolos a los demonios sacrifica (en palabras de Pablo).

La gente cree en ángeles y los venera, hace canciones a los angelitos, construye muñecos y los adornan dándoles nombres, los cargan y le cantan himnos de loor. Muchos les piden milagros y otros les ofrecen promesas, pero todos ellos están confesando del mal tesoro de su corazón. Lo mismo hacen aquellos que se creen más avezados que éstos por tener una Biblia que estudian día y noche pero cuyas palabras tuercen para poder construir su propio ídolo. Estos hablan de un Jesús que hizo su parte por toda la humanidad y que aguarda ansioso para que el hombre haga la suya. Ellos asumen que el hombre puede resistir el llamado eficaz del Espíritu Santo, niegan la muerte espiritual declarada en la Biblia para toda la humanidad, piensan que el nuevo nacimiento es algo en lo que se debe colaborar. De la misma forma aseguran que Dios no odia a nadie (sino que ama menos a unos y no ama a todos por igual), antropomorfizan la Divinidad al darle los mismos sentimientos humanos: si yo quiero la salvación de todos Dios también lo quiere, porque no puede Él ser menos caritativo que sus criaturas.

No en vano Pablo advirtió hace siglos que si alguno se presentare con un evangelio diferente al que él había enseñado éste debe ser llamado anatema (maldito). Y Juan nos dijo que si alguno no trae la doctrina de Cristo no lo recibamos en nuestras casas ni le digamos bienvenido, para no ser partícipes de sus plagas. La palabra de la cruz ofende al mundo y les parece dura de oír, pero los que son llamados a seguir al buen pastor la consideran una lámpara que alumbra su camino. El hombre natural no discierne las cosas que son del Espíritu de Dios y le parecen locura, porque ellas han de discernirse espiritualmente. El ladrón en la cruz tuvo el discernimiento que le dio el Espíritu de Cristo y reconoció al Señor como el que vendría en su reino. Le pidió que se acordara de él en ese momento pero recibió una promesa mejor: en ese mismo día entraría al reino de Cristo. Al Señor no le importó su récord de vida, su pasado oprobioso, sino que lo reconoció como una oveja perdida de la casa de Israel por las que vino a morir. El otro ladrón siguió confiado en sus ídolos que lo ampararían en la eternidad, por lo tanto hacía burla del Salvador que estaba a su lado pero al que no reconoció. Ese sigue perdido en el infierno eterno y por él Jesucristo no murió, él fue uno de los dejados por fuera en la oración intercesora del Señor, cuando la noche anterior le había dicho al Padre que no rogaba por el mundo (Juan 17:9).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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