Cuando uno examina las Escrituras llega a la conclusión de que hay al menos dos evangelios. Puede haber muchos más, pero en clara síntesis todo se resume a dos: el que predica la salvación condicionada en el pecador y el que anuncia la salvación condicionada en Jesucristo. La Biblia rechaza el evangelio sinergístico, donde el pecador coopera con el Salvador, por ser un subproducto de las doctrinas de demonios.
Analicemos por un momento este evangelio espurio, el cual es anunciado como una libre oferta que implica una libre aceptación. Según esta perspectiva el hombre no ha muerto del todo sino que tiene vida espiritual para discernir las cosas espirituales. Del mismo modo, el sacrificio expiatorio del Hijo de Dios se hizo en favor de toda la humanidad, sin excepción. Incluso, algunos reformadores originarios creyeron en la ilimitada expiación de Jesucristo, diciendo que era eficaz en los elegidos aunque extensiva a toda la humanidad. Uno de ellos fue el célebre Calvino, quien además escribió en sus comentarios que Jesucristo cuando le lavaba los pies a Judas le estaba dando la oportunidad de arrepentirse, como si el Señor albergara tal esperanza.
Veamos la contraposición bíblica a esta doctrina extraña, recordemos algunos textos en los que se desmiente tal suposición. El buen pastor daría su vida por las ovejas (entonces no por los cabritos); a un grupo de personas le dijo que no podían creer en él porque no eran de sus ovejas. Del mismo modo afirmó que nadie podía acudir a él a no ser que el Padre que lo envió lo llevare (a la fuerza); aseguró que había escogido a los doce pero que uno era diablo, de manera que Judas Iscariote era el que le había de entregar. En tal sentido, el Hijo del Hombre iba como estaba escrito de él pero ¡ay! de aquél por quien sería entregado. La noche antes de ser crucificado oró al Padre pidiendo por los que le había dado, pero en forma específica dijo que no rogaba por el mundo (Juan 17-9).
Para que exista la libre oferta del evangelio el pecador debe tener libertad de respuesta. Esto encanta a las masas que no pueden ver culpa sin libertad. A esto se llama compatibilidad, a la tesis que afirma que para ser responsable se debe tener libertad de acción. De allí que la vieja doctrina de Pelagio se desempolve y catapulte el planteamiento herético del libre albedrío, una tesis que Roma ha defendido bajo pena de maldecir a todo el que piense distinto. La Escritura declara al hombre como muerto en sus delitos y pecados al mismo tiempo que presenta a Dios como Soberano indiscutible, que mueve los pensamientos humanos e inclina los corazones de los hombres a lo que quiera, sin respetar o pedir permiso a nadie.
El hombre no regenerado camina de acuerdo a la carne, piensa en las cosas de la carne, está en la esclavitud de la ley del pecado, tiene enemistad plena con Dios y no puede sujetarse a su ley. De esta manera recibe toda la maldición de la ley cuando ella dice: maldito todo aquel que quebrantare la ley en un punto o no cumpliere toda la ley. El hombre natural no puede agradar a Dios ni entender las cosas relacionadas con el Espíritu de Dios por lo cual necesita nacer de nuevo en un acto sobrenatural que depende exclusivamente de Dios (Juan 3:3).
Pero la Escritura agrega más, dice que si nuestro evangelio está encubierto, lo está en los que se pierden, en quienes el dios de este siglo (Satanás) cegó el entendimiento de los incrédulos, de manera que no les resplandezca la luz del evangelio (2 Corintios 4:3-4). Los impíos andan en la vanidad de sus sentidos, con el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón (Efesios 4:18). Uno puede preguntarse quién endurece los corazones humanos y la respuesta es Dios, ya que a quien quiere endurecer endurece (Romanos 9:18).
Claro, el evangelio diferente suaviza las cosas para presentar a un Dios piadoso y benevolente que está dispuesto a redimir a toda la humanidad si tan solo ella estuviera dispuesta. Sus predicadores dicen que ya Cristo hizo su parte pero que ahora le toca a usted hacer la suya. Con esta distorsión pasan por alto la descripción que Dios ha hecho de la humanidad injusta, que no busca a Dios y que está muerta en sus pecados. Por el contrario, por el evangelio de la salvación que depende solamente de Jesucristo sabemos que cuando el Espíritu Santo entra en la vida del que ha regenerado hace que esa persona renuncie a su creencia en un falso dios, de un pseudo cristo y del evangelio diferente y anatema. Por esta razón no puede haber un solo creyente que ignore el trabajo y la persona de Jesucristo.
Una cosa es la libre presentación del evangelio y otra muy distinta la libre oferta. El anuncio de la buena noticia de Dios se hace sin distinción de personas, pero no porque exista una oferta para cada uno que oye el evangelio. Los que son elegidos del Padre, una vez que han escuchado su llamado, responderán deseosos ante el nuevo nacimiento operado en ellos. Esta es la locura de la predicación con la cual quiso Dios salvar al mundo, ese mundo que tanto amó hasta enviar a Su Hijo para expiación de sus pecados. Pero no es el mismo mundo por el cual Jesús no rogó la noche antes de su crucifixión. En la parábola del sembrador se ve claramente lo que sucede con el anuncio del evangelio; mientras unos creen de una manera y otros de otra, solamente la semilla que cayó en buena tierra dio fruto a su tiempo. La explicación de la parábola la hizo el mismo Jesús.
El anuncio del evangelio tiene su paralelismo con el pregón de Noé acerca del diluvio por venir. El arca se hizo enorme, como pensada para que en ella se metiera mucha gente (pero no toda la humanidad existente en ese entonces). No obstante, Dios nos deja ver que pese a la predicación de Noé la gente no respondería al llamado si sus corazones no fuesen motivados a actuar en esa dirección. Por otro lado, cuando el Señor escogió a sus discípulos y les encomendó la tarea de predicar este evangelio por todo el mundo pudo haber escogido ángeles que hicieran un pregón más eficaz. También pudo adelantar el sistema de comunicación masivo para entonces si su interés hubiese sido salvar a toda la humanidad desde ese momento en adelante.
Debemos leer el sentido general de las Escrituras que nos habla de la voluntad divina haciendo desde antes de fundar el mundo los vasos de honra y los vasos de deshonra. Jacob y Esaú son el paralelismo o el modelo que presentó el Espíritu a través de sus profetas y apóstoles. En lugar de decir que si nosotros queremos que todo el mundo sea salvo Dios también lo habrá de querer, deberíamos decir que queremos que sean salvos los que Dios quiere que lo sean. El escritor del libro de los Hechos dijo que el Señor añadía a la iglesia cada día los que habían de ser salvos (no metía cabras en el aprisco de las ovejas). Pero el frenesí del otro evangelio abre las compuertas para meter a todo aquel que quiere escapar de la ira venidera, sin miramiento de doctrina y ajenos a toda precisión bíblica. La buena noticia es que la salvación ha sido condicionada totalmente en la persona y en el trabajo de Cristo; si existe un pacto de gracia entonces no es de obras, por lo tanto no es condicional. No se trata de si cumples estos requisitos serás salvo, sino de tú eres salvo porque Cristo te representó en la cruz. ¿Representó el Señor a todos, sin excepción? No, ni a Judas ni a Caín, ni a aquellos cuyos nombres no fueron escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo. Por supuesto que no representó al mundo por el cual no rogó la noche antes de su crucifixión. ¿Cómo saber quién está representado en el trabajo de Jesucristo? Simplemente el Espíritu dará vida a quienes él sabe tienen que tener esa vida dada por el Padre. Lo demás es especulación.
César Paredes
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