S?bado, 12 de septiembre de 2015

Un hombre que vivía en el desierto alimentándose de langostas y miel, vestido con piel de camello, parecía uno de los antiguos profetas; pero éste anunciaba el camino del Señor, exhortaba a quienes le oían a que enderezaran su sendero y se arrepintieran. Muchos iban a él para ser bautizados, incluso algunos fariseos cuya curiosidad se había despertado. Sin embargo, les dijo a ellos que eran una generación de víboras, preguntándoles quien les había enseñado a huir de la ira venidera.

Entre la muchedumbre que acudía a Juan el Bautista los fariseos buscaban indagar acerca del nuevo anuncio en materia religiosa. Ya cansados de sus rituales anhelaban una voz nueva que les diera ritmo a sus vidas cercadas por el aburrimiento. Lo mismo intentaron con Jesús porque algunos se acercaron a él para escucharlo, aunque otros procuraban aprehenderlo y hasta matarlo. Jesús los llegó a llamar hipócritas, sepulcros blanqueados, conociendo sus pensamientos y su apego por la forma religiosa.

El hacedor de maravillas que se movía en medio de las multitudes había causado un gran impacto entre la gente. Sus milagros eran contundentes y notorios, no inferiores a su retórica. En una oportunidad preguntó qué cosa era más fácil, decir tus pecados te son perdonados o toma tu lecho y anda. El paralítico objeto del milagro obtuvo el doble beneficio de su gracia, pudo caminar libremente pero también fue sanado de su mortalidad espiritual.

Llama la atención el discurso de uno de los tantos jefes de sinagogas que presenciaron las enseñanzas y prodigios del Señor.  Jesús mostraba parte de su poder como enviado del Altísimo, sus milagros constituían el cumplimiento del anuncio de los profetas y lo refrendaban como el Hijo de Dios. En una oportunidad estaba el Señor en una sinagoga un día sábado, ese día tan sagrado para los judíos y en especial para sus autoridades religiosas. Una mujer encorvada, a quien Satanás había atado por dieciocho años, entraba al recinto cuando el Señor la miró. La compasión no fue dejada de lado sino que de inmediato lo llevó a decirle a la mujer que se enderezara. En aquel momento el cuerpo de la mujer se enderezó, dando alabanza a Dios al igual que una gran cantidad de personas reunidas allá.

Sin embargo, el jefe de la sinagoga se incomodó y arengó a la multitud dándoles un discurso tan elíptico como sagaz. Seis días hay en la semana para trabajar y uno para descansar, por ello es conveniente que la gente venga a ser sanada entre semana y no en el día sábado. El absurdo de estas palabras es más que notorio, las cuales resaltan por un lado el reconocimiento del extraordinario poder a este hacedor de maravillas. Por otro lado, exhibían cierta incomodidad ante este hombre que a menudo denunciaba el oficio religioso como un fraude espiritual.

El jefe de la sinagoga no se dirigía a Jesús, tal vez no tuvo el coraje necesario para enfrentarlo directamente. Por esa razón hizo una elipsis desviando sus palabras a otro auditorio, a la muchedumbre como pretexto. De entre los días de trabajo que tiene la semana que vengan para ser sanados, es decir, poco importaba que fuese Jesús el que curaba a los enfermos o que fuesen grandes sus señales. He allí otra elipsis, otro argumento circunstancial, que intentaba ignorar la presencia del Señor.

El argumento base contra el que ocupaba el espacio religioso del momento no era alguna falta encontrada en su conducta, tampoco le criticaba su doctrina. Mucho menos encontró alguna actitud reprochable en las masas volcadas en el lugar de la asamblea. Pero el principal de la sinagoga arguyó que el día sábado era de descanso y sanar a un enfermo constituía un trabajo.

La idea de violación a la ley de Moisés fue el eje argumentativo para decirle en forma colateral a Jesús de Nazaret que respetara la costumbre de los judíos. La simplicidad con que el Señor hacía el milagro fue igualmente ignorada para señalar la señal como trabajo. Equivale a decirle a un bombero que apaga un incendio que tenga cuidado para que no moje el césped del vecino mientras hace su trabajo. No hay una lógica atinente en la conclusión argumentativa del principal de la sinagoga, ya que no atacó la esencia del problema religioso que era Jesús mismo, sino más bien una referencia a una situación particular, como lo era el día en que se hacía el milagro. El jefe religioso intentaba despertar un sentimiento favorable de respeto por el sábado, en recuerdo de la ley de Moisés. Pensó que con su alocución movería la psiquis del pueblo contra la lógica de la maravilla presenciada, una mujer encorvada durante dieciocho años que había sido enderezada por las palabras prodigiosas de un hombre.

Cuando se quiere condenar a alguien las excusas sobran, más allá de que la persona sea irreprochable y de conducta inequívoca. Lo mismo acontece en sentido contrario, cuando se desea exculpar a un malhechor también aparecen las excusas. Los fariseos, los escribas y los principales de las sinagogas estaban acostumbrados a lidiar con ambas situaciones, condenaban a quienes les adversaban y absolvían a quienes les servían. Fijémonos como no hubo problema alguno con Judas Iscariote a la hora de negociar la traición al Señor. En ese momento no tuvieron escrúpulos para darle dinero por el crimen que se cometería en consecuencia y tampoco sintieron remordimiento por condenar a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.

No en vano el Señor supo siempre a quienes se enfrentaba. A Herodes lo llamó zorra, a los fariseos les dijo muchas veces hipócritas, llenos de podredumbre, y de Judas dijo que mejor le hubiera sido no haber nacido. Sin embargo, él sabía todo esto porque ya había sido anunciado por los profetas quienes eran sus siervos. El Hijo del Hombre va como de él está escrito, mas ay de aquél por quien fuere entregado. Poco importa que Judas haya sido señalado como el que tenía que entregar al Señor, su juicio será proporcional a su fechoría. Lo mismo vale para los escribas y fariseos, para los dirigentes religiosos de las sinagogas (que hoy se llaman iglesias o sinagogas de Satanás), todos ellos cumplieron y cumplen a cabalidad el guión que el Padre deseó desde la eternidad, pero cada uno pagará por su pecado.

Esta es la forma implacable de gobernar Dios el mundo que creó para alabanza de su gloria. No hay quien se le ponga de pie y le reclame lo que hace, de manera que más nos conviene amistarnos ahora con Él para que nos venga paz. Ante el Todopoderoso no conviene equivocar las premisas o la conclusión, por más que el razonamiento parezca verosímil en sí mismo, ya que el argumento podría ser erróneo en la disputa con el Señor. Esto le sucedió al jefe de la sinagoga a quien Jesús le respondió diciéndole que era un hipócrita, que si un hombre sacaba su asno o desataba su buey para que bebieran agua un día sábado, ¿por qué razón no podía hacer él su trabajo con aquella mujer a quien Satanás tenía atada por dieciocho años?

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:08
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