S?bado, 12 de septiembre de 2015

Un sistema teológico de interpretación bíblica incendió la política mundial del siglo XVI. Descubrir la Biblia que estuvo encadenada en uno que otro púlpito permitió que sus palabras anunciasen el propósito divino para salvar al hombre. El justo por la fe vivirá, una novedad en los oídos de los llamados con posterioridad los Reformadores, que abría un paradigma desconocido. No se trataba de obras para ganar el cielo, ni de pagar indulgencias al Papa, pues bastaba solo la fe.

Muchos monjes jamás habían tenido contacto con la Escritura, mientras algunos compraban el cargo eclesiástico y otros ingresaban a los monasterios con el deseo de encarrilar su fuero religioso. Por otro lado, la Biblia se había traducido solo al latín pero no a las lenguas vernáculas de los millones de ciudadanos que ignoraban sus letras y mensaje. Iniciado el proceso de reforma protestante se dio un vuelco al sentido de la fe. Roma vio una amenaza en sus arcas y en su poder político, por esta razón se creó la Contrarreforma.

La disputa ya no era solamente doctrinal sino ampliada al ámbito político y militar. La represión romana con su célebre y terrible Inquisición llevó a decenas a la hoguera y a miles al martirio con un variado número de torturas. El destierro, la pérdida de posesiones, el escarnio público, fueron los tormentos más suaves. En materia doctrinal sus teólogos agudizaron su ingenio para maldecir a todo aquel que no suscribiera sus enseñanzas.

Como la Biblia empezó a ser conocida por las traducciones a muchas lenguas el público lector comprobaba el engaño de Roma. De allí que la exégesis eclesiástica oficial exigía una adhesión absoluta a los intérpretes al servicio de las instituciones del poder papal. Los cánones eclesiásticos eran absolutos y a través de ellos se maldecía y excomulgaba de la fe a todo aquel que sugiriera una interpretación diferente, sin que importara que se oponían con ello al lineamiento de las Sagradas Escrituras.

Por su parte el Protestantismo procuró adherirse a lo que la Escritura decía, interpretando Escritura con Escritura, yendo al texto con su contexto y en especial a la gramática. El foco esencial de la Reforma se basó en la soberanía de Dios, estableciendo que Dios es capaz en virtud de su omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia de hacer lo que desea con su creación.

La derivación lógica, pero de singular apoyo bíblico, fue la presentación sistematizada de la predestinación para salvación y condenación. Se observó de los textos particulares y del contexto general de los escritos bíblicos que Jesucristo murió solamente por aquellos que el Padre escogió para tal fin. Si el hombre ama a Dios es porque Dios lo amó primero, si alguien busca a Jesucristo es porque el Padre lo envío hacia él, si Cristo no rogó por el mundo la víspera de su crucifixión entonces significa que lo dejó por fuera de la cruz.

Liberados del dominio romano los nuevos fieles no les rendían más tributo económico por la amenaza del infierno. Asimismo habían comprendido que un ídolo no es nada pero su peligro radicaba en que rendirle alabanza o veneración era hacerle un tributo a los demonios. Esto se podía leer en las cartas de Pablo, así como también se sabía la advertencia de Juan acerca de cuidarse de los ídolos. Se vivía por la fe sin que las obras contaran como garantía de una salvación que era de sola gracia, para quienes Dios había escogido dársela desde antes de la fundación del mundo.

Los defensores de la tradición romana vieron afectados su dinero y su influencia en las masas que ya no le temían. La guerra contra estos luchadores protestantes fue ardua y aun no acaba, simplemente ha tomado un cariz disimulado detrás de la bandera ecuménica y bajo el epítome de los hermanos separados. Nos llaman hermanos pero sus cánones nos consideran malditos. Así nos llaman porque no creemos en el libre albedrío, porque decimos que el hombre natural está totalmente muerto en sus delitos y pecados, porque sostenemos junto con la Biblia que dentro del conglomerado de la raza caída no hay justo ni aun uno, ni quien busque a Dios.

Sutilmente Roma introdujo en el centro de la Reforma la droga del arminianismo, como uno de sus clérigos jesuitas ha querido llamarla. Con ella recogen fruto abundante y han cercenado la esencia de la teología de la gracia transformándola en una teología de las obras. Pese a que admiten que la salvación es por gracia, añaden que el hombre hace su parte; a pesar de admitir la caída de la humanidad en pecado sostienen que no está totalmente muerta. Aducen que en caso de que estuviera muerta Dios por gracia soberana ha declarado un justo medio y habilita a todos los hombres por igual para que decidan libremente. A esto último llaman gracia habilitante. Como vemos, la teología de Roma es sofística, toma partes de la verdad para ocultar su veneno (droga lo han llamado) que impone su teología no ajustada a la Biblia.

Roma dice que la predestinación de Dios no es absoluta, que hay infinidad de posibles futuros pero Dios los conoce por ser Omnisciente. Esto parece verdad pero deja un sabor amargo en el vientre, ya que Dios no necesita llegar a conocer ni mucho menos averiguar los futuros posibles que los seres humanos puedan escoger, debido a que en su soberanía ha escogido lo que cada quien hará. Roma ha generalizado la salvación haciéndola universal, diciendo que Jesucristo murió por toda la humanidad, sin excepción. Cada persona decide si quiere o no ser salva, si bien después de salvarse una persona puede perder la salvación adquirida -aunque haya variantes al respecto.

La Biblia nos asegura que el corazón del hombre es malo como el de un esclavo del pecado (Romanos 6:20). La peor de las consecuencias de la caída humana es que no puede el ser humano discernir las cosas espirituales (1 Corintios 2:14) y se ha declarado enemigo de Dios (Efesios 2:15). Al ser hijo de la ira por naturaleza necesita de la predestinación para poder ser salvo de su propia ruina y de la  condenación eterna.

Por esta razón la elección es incondicional y el llamamiento del Espíritu es irresistible. Quienes se dedican a torcer las Escrituras lo hacen como sus antepasados escribas y fariseos, los jefes de las sinagogas, quienes se escandalizaban porque Jesús hiciera sus milagros en día  sábado. Hoy día se escandalizan porque el Padre predestinó desde la eternidad cuanto acontece y con su naturaleza caída sostienen que con el libre albedrío no se meta nadie. Son ciegos guías de ciegos dispuestos a caer en el mismo hueco.

Otra gran consecuencia de la teología de la soberanía de Dios es que la expiación de Jesús fue limitada, circunscrita a los elegidos del Padre. A éstos llamó Jesús sus ovejas y amigos, su iglesia, por quienes daría su vida para nuestro reposo. Jesús no rogó por el mundo sino que lo dejó por fuera de su expiación, solamente rogó por los que el Padre le había dado y por los que creerían por la palabra de ellos. Estos son el grupo de ovejas de quienes el buen pastor dijo que entregaría su vida, son ovejas porque ese es el requisito para alcanzar la gracia de su expiación. A un grupo de personas les dijo que no podían creer en él porque no eran de sus ovejas. Fijémonos que Jesús dio a entender con esa expresión que ser oveja es una condición previa al hecho de creer, una condición que no podemos alcanzar por nuestra cuenta. Estas ovejas fueron hechas por el Padre.

Pero la condenación de Esaú exacerba a los que aman el libre albedrío, puesto que se hizo desde antes de que naciera o de que hiciese bien o mal. El propósito de tal condenación es exaltar la gloria del poder y la justicia de Dios, asunto que molesta al objetor que reclama ¿por qué razón Dios inculpa?, ya  que nadie puede resistir a su voluntad o pararse en frente para protestarlo. Pero los amantes del libero arbitrio osan erigir su puño contra el Creador y son azuzados por los teólogos extraños del evangelio diferente.

La virtud de la gracia irresistible descansa en el hecho de que todo lo que el Padre le da al Hijo irá hacia él, y el que va hacia Jesús no es echado fuera por él (Juan 6:37). Una vez que somos llamados a salvación no podemos resistirnos por cuanto el llamamiento y los dones de Dios son irrevocables e irrenunciables. La vieja teología de Arminio sembrada por consejo de los jesuitas da su fruto nefasto, pero la verdad es que somos llamados a huir de Babilonia, nunca a reformarla. Muchos llamados reformadores no intentaron reformar a la madre de las rameras, pero otros gustaron reformarla porque su corazón ardía por el recuerdo de Babilonia. Hoy día el llamado apocalíptico del Señor sigue siendo el mismo: Salid de ella, pueblo mío.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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