Domingo, 06 de septiembre de 2015

Dios escoge a unos para cumplir un cometido determinado, pero eso no implica que sea para salvación eterna. A esto se llama elección histórica, como aconteció con Saúl cuando sirvió como rey de Israel (1 Samuel 9:17). Sabemos que poco después Dios lo rechazó en forma contundente. Jesucristo escogió doce discípulos y uno era diablo (Judas Iscariote, el que lo habría de entregar). Escogió a Ciro, a quien llamó su siervo, su ungido y su pastor, pero de quien dijo que él no lo conocía: ...te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste (Isaías 45:4). Ciro se enteró de que Jehová era el Dios de toda la tierra, tal vez al obtener la noticia de que Daniel fue liberado del foso de los leones (Daniel prosperó durante el reinado de Darío el Medo, colocado en el trono de Babilonia por dos años, después de su conquista, y durante el reinado de Ciro el persa: Daniel 6:25-28). Pese a la información obtenida, Ciro siguió siendo pagano, ofrendando a sus dioses, desconociendo la verdad de Dios.

La nación de Israel fue escogida por Dios para ser testigo de sus proezas, para ser llamada pueblo especial, por Su sola gracia y no por méritos propios de esa nación (Deuteronomio 7:7-8 y 9:4,6). Pero no todos los israelitas obtienen salvación eterna, sino que en Isaac te será llamada descendencia, como dijera el apóstol Pablo. Y a través de la historia de la iglesia uno puede observar que muchos fueron escogidos para ser ministros del evangelio sin que fuesen salvos, ya que apostataron. Estos son de los que le dirán al Señor en aquel día que ellos profetizaron en su nombre e hicieron muchos milagros, pero el Señor les responderá que nunca los conoció (jamás tuvo comunión con ellos). Ciertamente, ellos fueron iluminados y probaron los beneficios del reino celestial, pero se rebelaron contra el Señor como los israelitas en el desierto lo hicieron contra Moisés.

Todo cuanto acontece sucede en un todo de acuerdo a la voluntad placentera de Dios (Efesios 1:11), de allí que nuestra salvación depende exclusivamente de Él (Efesios 1:4). Hay otro tipo de elección que se sabe apreciar mejor, la elección para salvación. Es así como dice la Escritura, que Dios nos salvó y nos llamó con llamamiento santo, no por causa de nuestras obras sino por causa de su propósito y sola gracia, la cual nos concedió en Cristo Jesús desde antes de la fundación del mundo (2 Tesalonicenses 2:13).

Esta elección es la del Nuevo Pacto, donde el Señor coloca su ley dentro de nosotros y la escribe en nuestros corazones. Enseñados por el Padre somos enviados hacia el Hijo, nuestras iniquidades son perdonadas para nunca ser recordadas (Jeremías 31:33-34). Por esta razón decimos que la elección para salvación es incondicional, como siempre ha sido: A Jacob amé, pero a Esaú odié (antes de que hiciesen bien o mal), como dijera Pablo a los romanos.

Pablo enfatizó en que la salvación no es por obras para que nadie tenga de que jactarse, sino de sola gracia y por causa del Elector. Este asunto forma parte de las profundidades de Dios, de su inescrutable sabiduría, de lo insondable de su pensamiento. Del mismo modo, así como hubo elección para salvación la hubo para condenación eterna. A esto se le llama reprobación y puede ser considerada una consecuencia natural de la elección para salvación. Ya que si algunos son tomados para vida eterna y no todos, los dejados a un lado son de hecho tomados para condenación eterna. Pero no solo se implica de la elección para salvación sino que el Espíritu Santo lo explicita al inspirar a Pablo para que escribiera que Esaú también había sido escogido desde antes de que hiciese bien o mal, para que nadie diga que la reprobación es por las obras.

Hay algunos que gustan enfatizar que Jacob fue escogido de pura gracia pero que Esaú se perdió a sí mismo. Además de la incongruencia con la lógica de la elección para salvación (que los dejados a un lado lo son de hecho y por implicación para reprobación) se violan los términos en que fue escrita la revelación: que ambos gemelos fueron escogidos antes de que naciesen y antes de que hiciesen bien o mal, para que el propósito de Dios según la elección permaneciese. Ambos gemelos implica por fuerza incluir no sólo a Jacob sino a Esaú, a este último para perdición.

De inmediato surge la objeción en la mente de los que se oponen a la Escritura. Por eso añade el texto de Pablo la interrogante del objetor: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Y Pablo pregunta retóricamente si es posible que hubiese injusticia en Dios, a lo que responde: en ninguna manera. La expresión en lengua griega implica decir ni lo piense, ni lo imagine. Ciertamente, nadie puede pararse en contra del Dios Altísimo para reclamar que le fue quitado algo que le pertenece por derecho propio (de allí que las traducciones hayan colocado el verbo resistir en la alocución referida por Pablo en su carta a los romanos: nadie puede resistir a Su voluntad).

La Palabra de Dios siempre regresa con aquello para lo que fue enviada: los elegidos para vida eterna son rescatados pero los reprobados son endurecidos. Por esta razón también se escribió que nosotros somos buen olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden: A éstos ciertamente olor de muerte para muerte; y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas ¿quién es suficiente? (2 Corintios 2:15-16).

¿No habló Jesús en parábolas para que los que oyeran no entendieran y después él tuviera que salvarlos? (Mateo 13:11-14). Por cierto, Judas escribió que algunos hombres han entrado encubiertamente, los cuales desde antes habían estado ordenados para esta condenación, hombres impíos, convirtiendo la gracia de nuestro Dios en disolución, y negando a Dios que solo es el que tiene dominio, y a nuestro Señor Jesucristo (Judas 4).

Muchos son los llamados y pocos los escogidos; pero los que tenemos el llamamiento eficaz para pertenecer a Jesucristo hemos sido elegidos para salvación. Es el Padre quien nos arrastra hacia el hijo, quien abre nuestro corazón para que estemos atentos a Su Palabra. Nuestro llamamiento ha sido para santidad (1 Corintios 1:2), para paz (1 Corintios 7:15), para libertad y paciencia, para tener comunión con Jesucristo.

Sin este llamamiento eficaz toda obra hecha sería muerta, pues aún la oración del impío y su ofrenda son abominación a Jehová. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de él, por lo tanto nadie que se desvía de la doctrina de Jesús o que tuerza la Escritura puede llamarse con propiedad elegido del Padre. No puede el Espíritu de Cristo llevar a muerte espiritual a un elegido para vida, ya que su misión es también la de llevarnos a toda verdad. Por esta razón el Señor dirá en el día final, nunca os conocí, a todos aquellos que fueron llamados pero no fueron escogidos.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:27
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