Dios declara las nuevas cosas antes de que sucedan, no hay otro Dios sino Jehová, según la afirmación de Isaías. El es el que crea la luz y forma las tinieblas, hace la paz y crea el mal. Yo, Jehová, hago todas estas cosas (Isaías 45:7). El declara el final desde el principio y dice que Su consejo permanecerá para siempre. Job afirmó muchos siglos atrás lo siguiente: Empero si él se determina en una cosa, ¿quién lo apartará? Su alma deseó, e hizo. El pues acabará lo que ha determinado de mí: Y muchas cosas como estas hay en él (Job 23:13-14).
Semejantes declaraciones merecen toda la atención teológica del caso; no es posible pasar por alto estas afirmaciones en relación al Señor ante quien Job se espanta en su presencia para considerarlo y temerlo. El Hijo recomendó que era prudente temer a quien podía enviar cuerpo y alma al infierno de fuego eterno, donde el gusano de los que allí van no muere y el fuego nunca se apaga. Si estudiamos las Escrituras no lo hacemos por simple juego teológico, más bien porque allí nos parece que está la vida eterna.
El gran problema de hoy en día es la sedimentación de la doctrina de Jacobo Arminio en las iglesias de la Reforma Protestante. Su enseñanza nació en la cuna de los Jesuitas en el siglo XVI como respuesta de la llamada Contrarreforma. Se buscaba sembrar la droga del arminianismo en las universidades protestantes de entonces y en sus seminarios, ya que Roma albergaba la esperanza de que se expandiera con facilidad. Arminio se presentó como seguidor de las doctrinas de la gracia pero subrepticiamente enseñaba a sus alumnos lo opuesto a lo que la Biblia dice.
Cuando la Escritura afirma que Dios es soberano, Arminio sugería que lo era pero no siempre. Hay un momento en que despojado de su soberanía permite que el hombre decida libremente su destino. Esta tesis la prestó de Luis de Molina cuya teología analizaba la relación entre la libertad humana y la omnipotencia de Dios. Según Molina, los seres humanos no están determinados del todo ni para el bien ni para el mal, ya que Dios predetermina los actos humanos por su conocimiento absoluto en virtud de su ciencia media. Es como si el hombre tuviese muchos futuros posibles y Dios los conociera de antemano.
El molinismo subraya lo que Jesucristo habló de Corazín y Bethsaida, ciudades en las cuales se hicieron ciertos milagros pero sus habitantes no creyeron. Jesús enfatizó en que si en Tiro y Sidón se hubiesen hecho tales señales y prodigios se habrían arrepentido. Esto es lo que el molinismo llama ciencia media o conocimiento medio en Dios. Dios conoce todas las posibilidades y esto es lo que subrayaba Jesucristo. Pero no es más que una falacia enorme, ya que el ejemplo presentado por los molinistas se les revierte de inmediato, pues surgiría la pregunta siguiente: ¿Si Dios sabía que Tiro y Sidón se hubiesen arrepentido de haberse hecho los milagros de Corazín y Bethsaida, por qué razón no los hizo?
La respuesta a la interrogante presentada pone en evidencia la impertinencia del ejemplo molinista. Más allá de que se hubiesen arrepentido Dios no quiso que se arrepintieran, como bien ha dicho en innumerables oportunidades el Hijo habló al hablar en parábolas para que la gente no entendiese y se arrepintiese. Dios es quien envía el espíritu de estupor para que los que rechazaron la verdad la sigan execrando y crean la mentira para su eterna condenación (Pablo a los Tesalonicenses). Si esto hace Dios, lo hace en virtud de su soberanía, no de su conocimiento medio de las cosas, pues si sabe el futuro es porque lo ha diseñado y decretado ya que todo lo que su alma deseó esto hizo.
El intento romano es demostrar el compatibilismo, una tesis que intenta justificar la soberanía de Dios junto a la libertad de la decisión humana. Si el hombre es libre para decidir entonces puede ser culpable para ser condenado. De lo contrario Dios sería injusto. Pero este planteamiento compatibilista no es para nada original de Molina, ya estaba escrito en la carta a los Romanos cuando Pablo escribía la famosa pregunta del objetor: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? ¿Pues quién ha podido resistir a su voluntad? ¿Es Dios injusto?
Si estas preguntas fueron presentadas en las Escrituras es porque el objetor bíblico entendió que la elección de Esaú como vaso de ira era una realidad teológica. Esa elección fue presentada como parte del decreto de Dios dado en la eternidad, antes de la fundación del mundo. Acá no hay oportunidad para el supuesto conocimiento medio en el Creador ya que Él es quien ordena todas las cosas para que sucedan y aún ha hecho al malo para el día malo (Proverbios 16:3). La historia del Faraón de Egipto y su relación con Moisés demuestran la predestinación absoluta de Dios basada en su propio beneplácito. Dios endureció el corazón de Faraón y éste continuó endureciéndose porque para eso fue levantado, para que Dios mostrase por toda la tierra su poder y su gloria.
Cuando la Biblia asegura que Dios conoce todas las cosas desde el principio quiere decirnos que es soberano absoluto, que ha hecho cada una de ellas con un propósito y un fin determinado. El conocimiento de Dios sobre las cosas creadas no deriva del objeto creado sino del Creador mismo, quien fue el que otorgó esencia a las cosas. Mal puede decirse que Dios predestina basado en el conocimiento natural de los asuntos que ordena que sucedan, pues el objeto nunca podrá hacer dependiente al Creador. Sucede todo lo contrario, el objeto depende siempre de lo que su Creador ha querido que sea, ya que Dios no puede llegar a conocer lo que ha creado como si antes no lo supiera. Y si lo supo no fue en virtud de la cosa creada sino en virtud de lo que quiso su alma que esa cosa creada fuese.
La Biblia enseña que Dios es soberano en todas las cosas, incluso en las referidas a las decisiones humanas (Proverbios 20:24; 21:1). El hace todas las cosas y anuncia lo por venir desde el principio, y desde antiguo lo que aun no era hecho; Él es quien dice: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quisiere; Yo hablé, y lo haré venir: lo he pensado, y también lo haré (Isaías 46:10-11). Sus propósitos no dependen de los hombres ya que no es necesitado de algo (Hechos 17: 25), sino más bien a los seres humanos les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellos (Hechos 17: 26).
Dios conoce todas las cosas, de manera que no llega a conocer nada. Dios ve todos los pasos del hombre, en su poder están todas las fieras del campo, sus ojos están en todo lugar mirando a los buenos y a los malos. ¿Quién fue el consejero del Señor? ¿Quién le dio a Él primero, para que le sea pagado? ¿Podrá decirse que la criatura enseñó a su Creador sus propios pensamientos para que a partir de allí ordenara el futuro? Más bien por Él y en Él son todas las cosas, pues la ciencia de Dios y las riquezas de su sabiduría son muy profundas, como incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos.
Pero los seguidores de Arminio creen que Dios no decretó todas las cosas que suceden. Dicen ellos que Dios no escogió desde antes de la fundación del mundo quién sería salvo y quién sería condenado, sino que previó lo que acontecería en el futuro y predestinó fundamentado en lo que el hombre haría. Por esta razón se deriva su otra herejía, que mientras el Espíritu Santo intenta regenerar el corazón del hombre, éste tiene la potestad de resistirle. Incluso algunos de los arminianos sostienen que el hombre obtiene su salvación y la pierde por momentos, siendo susceptible de volverla a retomar. En otros términos, el hombre se ve más poderoso que Dios quien está en franca lucha contra el mal. De esta forma los arminianos dan la bienvenida al dualismo, la tesis que habla de la lucha entre el bien y el mal.
Ya con estas tesis arminianas vemos a un Dios frustrado que intenta salvar a toda la humanidad pero que tiene por monumento de su fracaso el infierno. La sangre de Cristo que dicen ellos fue derramada por todos sin excepción yace pisoteada en los que se pierden. Ellos gritan continuamente que no les sirvió de nada la expiación del Hijo, mientras los que se creen salvos aseguran que tuvieron que hacer su feliz decisión por Cristo.
Los arminianos no tienen la más mínima idea de lo que es la expiación de Jesucristo, al generalizarla y universalizarla. Ellos no saben que el trabajo de Cristo es precisamente lo que hace la diferencia entre condenación y salvación. En cambio hablan de la decisión humana y la oración dirigida junto a la voluntad sugestionada. La salvación para los arminianos está condicionada por el pecador no por el Salvador o el Elector. La expiación significa reconciliación entre Dios y el pueblo por el cual Jesucristo murió (Mateo 1:21). Si Cristo murió por todas las personas del planeta como dicen los arminianos, todo el mundo ya está reconciliado con Dios. Pero ¿por qué muchos de estos reconciliados van al infierno?
La doctrina de Arminio es una mentira completa, aunque bien disfrazada de verdad. Ella tiende a confundir bajo la simulación de creer lo mismo que dice la Escritura pero torciéndola para la propia perdición de quienes la siguen. Arminio es el ciego que guía a los ciegos y por lo tanto caen en el mismo hoyo. El otro evangelio cuando se coloca su disfraz pretende hacer creer que hay comunión entre la doctrina bíblica de la gracia soberana y la doctrina que de la Escritura tuercen. Como si dijesen que el hombre se predestinara a sí mismo, o que Dios se convierte en un plagiario que ha copiado los pensamientos humanos para dictárselos a sus profetas. Hecho el plagio se dio a conocer como el Autor de las Escrituras. En tal suposición hay que imaginar que lo que le sucedió a Jesucristo fue idea humana, cada maltrato y cada pesar; hasta Judas sería el ideólogo de la traición. Con buena fortuna el Dios del cielo tuvo éxito por la firmeza de la voluntad humana, ya que aquello que Él vio que harían los hombres no lo cambiaron ni en lo más mínimo. Suerte la de ese Dios del otro evangelio, si bien la Escritura abunda en textos que dicen todo lo contrario, de manera que no hacen bien los que promulgan tales enseñanzas.
Jesucristo propició la paz entre Dios y sus elegidos. Esta propiciación significa que aplacó la ira de Dios al hacerse pecado por su pueblo, por lo cual fue juzgado. La ira de Dios se hubiese apartado de todas las personas si Cristo hubiese propiciado la paz por toda la humanidad sin excepción. Sabemos que el juez de toda la tierra no juzgará dos veces por el mismo delito, al juzgar primero al Hijo y después a los que él representó en la cruz.
¿Pagó Jesucristo el rescate por Judas Iscariote? ¿Lo pagó por Caín o por los que no tienen sus nombres escritos en el libro de la vida desde antes de la fundación del mundo? ¿No dijo Jesús que no rogaba por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado? Sabemos que si alguna de las personas por quien Cristo murió va al infierno equivaldría a pisotear la sangre derramada en la cruz.
La Biblia nos dice claramente por quién murió Jesús. Mateo 1:21 nos asegura que Jesús moriría por su pueblo; se agrega que vino a poner su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28). También allí se nos dice que libró de los pecados a todos aquellos que fueron apuntados para vida eterna (Hechos 13:48); señala que él es el buen pastor que da su vida por las ovejas (Juan 10:11); él nos compró con su propia sangre (Hechos 20:28); murió por nuestros pecados, de acuerdo a la Escritura (1 Corintios 15:3); hizo la propiciación por los pecados de su pueblo (Hebreos 2:17).
Esta es una breve síntesis de lo que nos enseña el gran libro de los libros acerca del propósito de la venida de Jesucristo a esta tierra. Quienes afirman cosas que no están escritas en la Biblia ni que tampoco se pueden inferir de lo dicho por ella, no están en la doctrina de Cristo (2 Juan 9). Afirmar que Jesucristo murió por toda la humanidad sin excepción es predicar un evangelio diferente (Gálatas 1), lo cual equivale a ignorar la justicia de Dios que se revela en el evangelio. Y quienes así hacen colocan su propia justicia (el conjunto de obras de hacer y no hacer) para ayudar con la expiación del Jesús que ellos dicen conocer.
Creer en el evangelio implica conocer por quiénes murió Jesucristo (por su pueblo, sus ovejas, su iglesia, sus amigos, los elegidos del Padre), todos ellos son llamados con diversos nombres pero son un mismo conjunto de personas. Vale la pena mirar de cerca el texto de Pablo a los romanos, para disfrutar de su significado: Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salvación a todo el que es creyente; al judío primeramente y también al griego. Porque en Él la justicia de Dios se descubre de fe en fe; como está escrito: Mas el justo vivirá por la fe (Romanos 1:16-17).
César Paredes
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