Si crees que Dios es uno haces bien, pero eso también hacen los demonios. Ellos creen y tiemblan, asegura Santiago, por lo cual no es indicio de andar en la fe de Cristo. Hay algo que debe indicarnos si en realidad somos o no somos participantes del reino de Dios. No se trata de un hacer o dejar de hacer, más bien se trata de creer la doctrina de Jesús. ¿Cuál es esa enseñanza? Es la misma que recogen las Escrituras.
Jesús dijo que no vino a este mundo a enseñar lo que a él se le ocurriera sino la doctrina de su Padre. De manera que conocer a Jesús implica tener en cuenta lo que enseñó respecto a su Padre así como también indagar acerca de su persona. ¿Quién era Jesús? La Biblia nos dice que él era el Cordero de Dios preparado desde antes de la fundación del mundo para morir por el pecado de su pueblo. Eso es lo que debemos aprender de su persona, más allá de su conducta o ética que el mundo se encarga de propagar. A muchos les parece bien suponer que dar limosna, ayudar a los pobres, evitar decir mentiras, no codiciar la pareja ajena, todo ello forma parte de la ética cristiana. Aunque sean cosas buenas, aunque se infiera que Jesús en alguna medida defendía tales propósitos, la ética no fue su misión en esta tierra. El propósito de su venida consistió en expiar los pecados de su pueblo (Mateo 1:21).
El fue enfático en decir que era el buen pastor que ponía su vida por las ovejas. También habló de los cabritos en sentido negativo diciendo que a ellos los apartaría hacia el castigo eterno. Uno infiere que se nace oveja, más allá de que se viva como cabra bajo el príncipe de las potestades espirituales de maldad, mientras no haya sido llamado por el Padre. Pero hay quienes nacen como cabra y por lo tanto no podrán cambiar nunca esta condición. Jesús les dijo a un grupo de judíos que ellos no podían creer en él porque no eran de sus ovejas. La inferencia es que se tiene que ser oveja para poder creer en el Salvador enviado por Dios al mundo.
Ese mismo Jesús aseguró la noche antes de su crucifixión que no rogaba por el mundo, dejando claro que el propósito de su muerte era expiar los pecados de su pueblo. Este pueblo es el conglomerado de los escogidos del Padre, los llamados eficazmente de las tinieblas a la luz. Nadie puede ir a Jesús si el Padre que lo envió a él no lo lleva a la fuerza, pero quien sea enviado será recibido y nunca echado fuera.
Por supuesto, esta doctrina del Padre molesta a quienes se sienten rechazados. Ellos objetan la predestinación de Esaú, escogido desde antes de que naciera o de que hiciera bien o mal para ser condenado. Su hermano gemelo, Jacob, fue escogido igualmente bajo los mismos parámetros pero para un fin opuesto, la salvación eterna. La explicación apostólica de este suceso tipológico consistió en argumentar que no es por mérito de obras sino por mérito del Elector. Es la voluntad y el beneplácito de quien elige que Jacob fue escogido como vaso de honra, en cambio Esaú es comparado con Faraón, escogido para exaltar el poder de la ira de Dios.
Ante esta exposición de la doctrina del Padre se levanta el puño del objetor. Un grupo enorme de objetores reclaman la injusticia de Dios por haber escogido sin valorar los méritos de los escogidos. Para ello han elaborado una doctrina diferente que prestan del otro evangelio. Se dice que Dios vio desde antes en los corazones de los hombres y descubrió que Esaú iba a vender su primogenitura mientras Jacob la compraría. Pero esta suposición no es apegada a la Escritura sino un invento desesperado de los que tuercen la Palabra de Dios para su propia perdición.
No podemos imaginar a Dios desconociendo algo y mucho menos averiguándolo en los corazones muertos de los hombres caídos en el pecado desde Adán. Eso supondría que Dios aprende cosas que antes ignoraba, que no fue del todo Omnisciente, pero además supone que el hombre no está totalmente muerto en sus delitos y pecados. La voluntad humana sería la figura rectora en la elección de Dios y desmentiría el relato bíblico acerca de cómo percibe Dios al ser humano.
Como nada y menos que nada son los habitantes de la tierra, dice uno de los escritores bíblicos. Un ser humano necesitado de vida porque está muerto espiritualmente no tiene potestad para desear a Dios, con quien está enemistado. Decir que Dios vio en los corazones de los hombres quiénes lo recibirían y quiénes lo rechazarían es igualmente afirmar que Dios se copió el plan humano y se lo dio a sus profetas como si fuera Suyo. Es llamarlo plagiario y mentiroso, es también hacerlo dependiente de sus criaturas.
Pero además de lo enunciado sería negar un cúmulo de textos bíblicos que hablan insistentemente de que la salvación es por gracia y no por obras, a fin de que nadie se gloríe. Si fuese por obras entonces sí que tendría sentido la voluntad humana, pero habría que borrar infinidad de textos o más bien reescribir toda la Biblia a fin de evitar la contradicción. Pero si es por gracia entonces la Biblia queda intacta, nada cambia y el hombre muerto es revivido por intervención de la soberanía divina.
Efesios 1:11 dice que nosotros tuvimos suerte (traducciones modernas hablan de herencia) porque desde nuestra perspectiva ha sido una suerte ser contados como ovejas. Pero no da pie el texto para interpretar que Dios echó a la suerte la elección, eso jamás se podrá afirmar de lo que ha sido escrito. En su carta a los romanos Pablo planteó su profundo dolor por causa de sus parientes según la carne (hablaba de sus familiares, no necesariamente de sus conciudadanos como algunos gustan argumentar), de aquellas personas que habiendo oído el evangelio lo habían rechazado. El entendía que ese rechazo obedecía a la misma razón por la cual Esaú había vendido su primogenitura.
En su argumentación el apóstol afirmó que desde antes de que uno nazca o haga bien o mal ya la predestinación ha sido hecha. La ausencia de obras es la clave de su exposición, para que nadie tenga de que gloriarse ante Dios. Nadie podrá decir que fue por causa de su fe que Dios lo escogió (pues la fe también es un don de Dios), o que fue porque su inteligencia se lo permitió o porque fue más dócil que su prójimo. En realidad la elección obedece al propósito del beneplácito de Dios, a su amor por quienes quiso amar desde la eternidad.
Desde esta perspectiva nosotros tuvimos suerte de que Dios nos hiciera como vasos de honra y no de deshonra. El argumento final pasa por la objeción de la lógica humana, el hecho de que Dios no debería juzgar a Esaú si el pobre Esaú no pudo nunca resistir a la voluntad del decreto divino. ¿Por qué, pues, inculpa? Pues, ¿quién ha podido resistir a su voluntad? Finalmente cierra la argumentación con la respuesta del Espíritu, que el objetor no es nadie para altercar con Dios, que la olla de barro no puede decirle a su alfarero por qué razón ha sido hecha de una u otra forma. Que es potestad del alfarero (quien además hizo su propio barro) el hacer con su masa lo que quiere.
En este momento culminante surgen dos personajes en el imaginario de los lectores, uno que se inclina humillado ante la extravagante soberanía divina y otro que altivo protesta ante el Soberano Dios. La inferencia lógica nos permite entender que a ambos personajes ha hecho Dios, que son los mismos de siempre: Jacob y Esaú, los vasos de honra y los de deshonra, los de la gloria de su amor y los de la gloria de su poder y justicia.
Esta situación nos recuerda a Job cuando fue increpado por Dios: ¿Dónde estabas tú cuando yo hacía la tierra? Job finalmente tuvo que decir que de oídas había oído a Dios pero que ahora que lo había visto (es decir, que había comprendido su inmensidad) se arrepentía en polvo y ceniza. El plan de Dios es binario, su resultado lo es igualmente. O el hombre se humilla ante el Creador o se exalta, o se arrepiente y cambia su mentalidad respecto a Dios o se une al objetor primigenio llamado Lucifer, Satanás, la serpiente antigua, el diablo o príncipe de las potestades del aire. No hay una tercera salida.
César Paredes
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