Los mercaderes que estaban solamente en el templo en la época en que Jesús estuvo en la tierra tuvo que echarlos a latigazos, por cuanto comerciaban con los sacrificios de animales y habían convertido la casa de oración en casa de cambio. Sus mesas cayeron al piso y hubo pérdidas económicas en la oportunidad en que airado con azotes el Señor corrió a los negociantes de turno. Hoy día los hay en forma muy variada y pululan en las sinagogas de Satanás donde también promueven su doctrina.
Hay mercaderes de la palabra de Dios, los que la adulteran para recibir el beneplácito de la feligresía junto a los dividendos por su agradecimiento. Ellos dicen que Dios no odia sino que es solamente amor; han llegado a torcer el significado de los términos de la Escritura colocando en sus diccionarios sentidos que reflejan lo torcido de sus mentes. Por ejemplo, miseo, el verbo griego que significa odiar, lo han transformado en amar menos. Imaginemos por un momento tal descalabro, lo que por sana lógica nos conduciría a suponer en la equivalencia de los términos que su opuesto agapeo -amar- significaría odiar menos. Pensemos en algunos textos que hablan del mandato de amarnos unos a otros, los que de acuerdo al nefando diccionario sería algo así como odiaos menos los unos a los otros.
Pero Dios odia, aunque eso suene extraño para los que no conocen al Dios de las Escrituras. Poco importa que usted las lea a diario, si está creyendo en otro dios, en uno hecho a su imagen y semejanza. El Dios de la Biblia dice que odia a todo el que hace iniquidad (Salmo 5:6). El término empleado es el verbo MISEO en su forma εμισησας, un aoristo participio de segunda persona singular que traduce Tú odias; sin embargo, la versión en español suaviza el término con el verbo aborrecer y dice Tú aborreces a todo el que hace iniquidad. Por si fuera poco, el diccionario Strong de la Biblia define el término como odiar (lo que en efecto es) pero le agrega al final una puerta abierta para la suavización del mismo, al escribir que significa también amar menos. Ya eso es locura teológica y perversión de ánimo lingüístico, por decirlo de alguna manera. Desde Homero hasta el final de la literatura clásica ni un solo autor interpretó el verbo MISEO como amar menos. Mucho menos lo hizo el Espíritu Santo cuando inspiró a los escritores bíblicos, de manera que no espera Dios que lo defiendan de su odio por Esaú o por los trabajadores de iniquidad. En efecto, Dios odia eternamente pero no ama menos. Cuando Él ama lo hace con amor eterno, como se lo dijo a Jeremías o como lo demostró Jesucristo con la expiación absoluta de los pecados de su pueblo.
En Romanos 9:11-13 encontramos el mismo verbo mencionado para indicarnos que Dios odió incondicionalmente a Esaú, aún antes de que naciese o de que hiciese bien o mal. No dice perversamente el escritor bíblico que Dios amó menos a Esaú que a Jacob. Ciertamente, dos textos después, el autor de Romanos dice que Dios tiene compasión de quien Él quiere (de los escogidos desde antes de la fundación del mundo) y Él mismo endurece a quienes Él quiere endurecer (los reprobados desde antes de la fundación del mundo).
En el galimatías propuesto por Strong en su diccionario uno puede inferir la siguiente traducción bíblica: A Jacob odié menos pero a Esaú amé menos. Entonces, la causa de la elección y reprobación no fue el amor y el odio de Dios sino un estire y encoge que nos deja un amargo sabor intelectual. Dios odió menos al mundo y por eso envió a Su Hijo para redimir a sus elegidos; el mandamiento nuevo que dejó por intermedio de la carta de Juan es que nos odiemos menos los unos a los otros. La razón de la Ley descansaría en odiar menos a Dios y a nuestro prójimo así como que nosotros nos odiemos menos unos a otros.
Podríamos continuar con muchos otros textos, pero baste el siguiente para dejar el tema a un lado: No os extrañéis si el mundo os ama menos (lo que se diría siguiendo la semántica del diccionario de Strong). Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que odiamos menos a los hermanos. El que no odia menos a su hermano, está en muerte (1 Juan 3: 13-14); esto último resulta de la derivación lógica al hacer la equivalencia de términos de la proposición intencionada del mencionado diccionario. Si odiar significa amar menos entonces amar significa odiar menos. ¿Por qué razón? Porque la semántica del término así lo exige, ya que si blanco es lo opuesto de negro, entonces amar es lo opuesto de odiar. Por otro lado hay una razón extra de gran peso, que Dios quien nos ama por esencia no puede amar menos de lo que ama. Él ama a sus escogidos, por cuanto nos escogió en amor; pero Él odia igualmente a sus reprobados (elegidos para demostrar la gloria de su ira y de su poder).
¿No dice la Escritura que somos para Dios grato olor de Cristo en los que se salvan y en los que se pierden? Por cierto, en los que se pierden somos olor (grato) de muerte para muerte; y en los que se salvan somos olor (grato) de vida para vida (2 Corintios 2:15-16).
Los mercaderes de la verdad engañan diciendo que Dios está triste porque el impío no se salva, el impío que Él mismo condenó desde antes de la fundación del mundo. Según este criterio Dios vivirá enojado por la eternidad por cuanto hizo lo que supuestamente no quería hacer. Pero también la Escritura los desmiente en este punto: El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos (Salmo 2:4). Eso es lo que dice la Biblia respecto de la relación de Dios con los impíos, no es de tristeza sino de risa. De la misma manera Dios odia al que hace violencia (no lo ama menos), Salmo 11:5.
Para poder sacar las ganancias del templo se hace necesario tener un acuerdo general con la feligresía. Nada mejor que entregar en sus manos la interpretación regulada de los textos bíblicos. Cuantas ideas parezcan novedosas serán bienvenidas en la cátedra del mercader, dado que como asalariado se ocupa con entusiasmo de sus ganancias. La oración devino en decretos, en declaraciones positivas; la lectura de la Escritura es tarea de los que son refrendados por los seminarios; las emociones supervisan la razón porque no importa lo que se tenga en el cerebro sino en el corazón. Como si Dios estuviese reñido con el intelecto. El mercader moderno no te vende palominos, pero te incita a comprar sus sermones y a escuchar su música. Ha llegado a asegurar que se puede inscribir tu nombre en el libro de la vida, que con una oración repetida te garantiza tu pase a la vida eterna.
Las viejas señales del inicio de la iglesia son anunciadas como estímulo para el nuevo feligrés, ya que de acuerdo a su teología ahora también se hacen los milagros de Pedro, Pablo o Jesús. Se puede hablar en lenguas a pesar de haber cesado el cúmulo de señales y maravillas de antaño. Todo está permitido bajo el oficio del mercader, incluso hacer pactos y decirle bienvenido a todo tipo de doctrina. Los vendedores y compradores de ovejas, bueyes, palomas y los que participaban en la casa de cambio, al igual que los sacerdotes del momento, sacaban provecho de su negocio. Por igual hoy día tienen sus asientos y negocios, sus mesas de cambio por doquier, usan la televisión, la prensa y la radio para comunicar el otro evangelio.
Los anunciadores del evangelio diferente triunfan porque hay mucha gente que tiene comezón de oír y que se amontona para escuchar fábulas artificiosas. Estos son prosélitos ciegos guiados por ciegos, teniendo como garantía que caerán en el mismo hueco eterno. Estos han cambiado la verdad incorruptible del evangelio por una teología integrista que abre sus brazos al mundo de las cabras y propaga su ideología con la facilidad con que crece la hierba mala.
Examinen las Escrituras porque en ellas parece que está la vida eterna.
César Paredes
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