Lunes, 24 de agosto de 2015

Resulta muy interesante que uno de los filósofos más relevantes de la Antigüedad Griega haya escrito en el siglo V a.C. una reflexión muy irónica contra los que se acercan a los ídolos. Heráclito de Efeso dijo que En vano tratan de purificarse con sangre los que son manchados por haber derramado sangre; eso sería como si uno se metiera en el lodo para lavarse con lodo. Sería una obra de un loco ante cualquier hombre normal. Es más: aquéllos ruegan a las estatuas como si alguien conversara con los edificios, sin saber siquiera quiénes son los dioses y los héroes (Fragmento 5 de DIELS-KRANZ).

Lo que asombra de este gran pensador es su agudo ingenio para ironizar en el contexto pagano de su época. El mundo griego muy dado a la idolatría es burlado por el genio de Heráclito, al comparar a los que ante las estatuas de sus pretendidos dioses hablan como si lo estuvieran haciendo ante un edificio. Siglos más tarde llegó al mundo helénico el apóstol Pablo para decirles en la plaza pública que ellos adoraban al Dios no conocido pero del cual él sí tenía algo que decirles. Entre las muchas imágenes y los abundantes monumentos que los griegos dibujaron y esculpieron de sus dioses, se encontraba una leyenda que decía: Al Dios no conocido. Por si acaso se les había escapado alguno ellos en su sabiduría hacían la previsión.

Pablo tomó la ocasión como oportunidad para hablarles del Dios que ellos no conocían y les presentó el evangelio de Jesucristo. Apenas unos pocos creyeron mientras otros hacían comentarios. Ese mismo apóstol escribió en una de sus cartas que sacrificar a las imágenes o estatuas (ídolos) era lo mismo que sacrificar a los demonios. Con esta declaración sepultaba toda esperanza para los seudo cristianos que pretendían recordar a Dios con una imagen heredada de sus ancestros.

Pero Heráclito no tuvo la revelación del apóstol, de manera que su inteligencia y percepción lo llevó por otro sendero a asumir una conclusión parecida: hablarle a las estatuas es como tener una conversación con un edificio. Eso equivale a bañarse con barro para quitarse el barro o a sacrificar con sangre para expiar la culpa de quien ha derramado sangre. Lo que no supo Heráclito fue que el sacrificio hebreo era un simulacro de lo que había de venir siglos más tarde. El Cordero de Dios vendría a ser sacrificado por su pueblo de acuerdo a las profecías que enunciaban su trayectoria entre nosotros.

Si Jesucristo dijo que los judíos tenían a Moisés y a los profetas para que los oyesen, sin necesidad de que viniera alguien de entre los muertos a predicarles, podríamos inferir que los griegos y por extensión el vasto mundo no cristiano tienen a Heráclito y su reflexión acerca de los adoradores de imágenes. Lo mismo vale para el mundo llamado cristiano que desobedece la voz de Dios al respecto pero que se jacta de conocer la sabiduría griega. Ellos con astucia humana argumentan que no adoran sino veneran, que la imagen es solamente un recuerdo y estímulo para adorar.

También se esgrime el argumento de los querubines grabados en el Arca de la Alianza, los cuales fueron ordenados por Dios. Pero olvidan que tenían el propósito de dar a conocer al pueblo de Israel acerca del cuidado que Dios tuvo y tiene de lo que considera sagrado. No fueron hechos para que alguien los adorase o los tuviese en mente para adorar a Dios. El mismo Señor que ordenó tales querubines también prohibió la hechura de imágenes para adorarlas (o venerarlas, pues en el concepto de adoración está implícito el de veneración).

Ese es el mismo Señor que prohíbe matar o asesinar pero que ordena a Josué acabar con los pueblos enemigos. El da órdenes y puede dar las excepciones a ellas, de acuerdo a su soberanía y propósito eterno. Además, por el contexto entendemos la diferencia entre asesinato y la necesidad de matar en una guerra.

Pero el hecho es que a Pablo le fue revelado lo que está detrás de las imágenes que la gente venera. El verbo sacrificar referido al contexto religioso es rendir tributo. Lo que las naciones sacrifican a sus ídolos cuando los pasean por las calles o los adornan y veneran en sus casas o los cargan en sus carteras en estampas, todo ello dijo el apóstol es un sacrifico a los demonios. Esto va más allá de la ironía de Heráclito. Para el filósofo griego hacer tal cosa es tan inútil como hablar con un edificio, pero para el apóstol Pablo la inutilidad se convierte en una catástrofe. Honrar a los demonios es contraponerse abiertamente a Dios, implica deshonrarlo en franca desobediencia, por lo cual acarrea fatales consecuencias para la vida del individuo o de la nación cuando es ella la promotora.

No en vano la iglesia apóstata va a la vanguardia de tales honras y promueve so pretexto de veneración a Dios la abominable práctica pagana. Ojalá y esta iglesia solamente hablara con los edificios, pues sería tenida por necia o por falta de entendimiento. Sin embargo, bajo la revelación de Pablo tal práctica está vinculada con el servicio a Satanás. El apóstol Juan lo dijo en una de sus cartas, que debíamos guardarnos de los ídolos. Sabido es que en el mundo judío de entonces la idolatría no era una práctica habitual, pero el hecho de que Juan les haya mencionado a los miembros de su iglesia tal admonición implica el riesgo en que puede vivir un creyente.

El mundo seduce con sus alegorías, de manera que vale la pena estar despiertos. Sin embargo, la idolatría no solamente se da por la imagen plana o tridimensional. Poco importa que no sea un dibujo o una escultura, ella puede hallarse escondida en la mente del que dice adorar a Dios. Sucede a menudo que se tiene una imagen mental de un dios que no es el mismo Dios de la revelación bíblica, de tal forma que al adorarlo se le rinde tributo a los demonios. Un dios tallado a la imagen y semejanza del hombre, un dios demasiado bueno que no puede condenar al infierno eterno, un dios que tuerce sus propias palabras y ahora acepta la homosexualidad como un hecho natural, un dios que no predestina en base a su beneplácito sino en base a lo que ve en el futuro, todos estos dioses no son más que obra de la imaginación y distorsión teológica de la humanidad cristianizada.

Como final analogía destaca lo que los judíos asumieron respecto a ellos mismos. Impusieron su propia justicia por desconocer la justicia de Dios, de manera que estaban perdidos muy a pesar de su celo por ese Dios que decían conocer y del cual eran testigos de hazañas y señales, así como portadores de las Escrituras dadas en principio al pueblo de Israel. Esto está escrito como referencia en la carta a los romanos, capítulo 10 versos 1 al 3.

Un ídolo no es nada, no camina y no piensa, no ve ni se mueve, hay que cargarlo y para ello hay que fabricarlo primero. Pero pese a no ser nada se convierte en una carga espiritual de consecuencias de maldición para los que los hacen, para los que los veneran o para los que lo cargan como un estímulo de buscar al Dios que no conocen. Recordemos a Heráclito y apeguémonos a su sabiduría, que solo por eso nos libraríamos del error de servir al demonio, si bien el filósofo griego no lo vio de esa manera porque no le fue revelado. Pero recordemos mejor las palabras del apóstol que nos advirtió que el servicio a los ídolos es un servicio a Satanás a través de sus demonios.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 13:28
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