Se ha escrito que nos fue dado el Espíritu Santo como garantía o sello de la herencia nuestra, mientras andamos en esta tierra. No que al llegar a las moradas eternas vayamos a perder la comunión con dicho Espíritu, sino que desde que fuimos nacidos de nuevo hasta la redención de la posesión adquirida hemos sido guardados en secreto por el amor de Dios. σφραγίζω (sphragizō) es el verbo con el cual Pablo indica que fuimos sellados por el Espíritu Santo, de manera que se convierte en las arras del regalo que nos ha sido dado.
Pero de inmediato se agrega que Él es la garantía hasta que ocurra la redención (definitiva) de la posesión adquirida. Esta posesión fue adquirida, no se está adquiriendo, sino que ocurrió en un tiempo pasado, es la peripoiesis como una peculiar adquisición que refiere a los que son salvados. El contexto de la carta a los Efesios hace alusión a lo que sucedió desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4), una serie de eventos que incluye el haber sido predestinados para la adopción como hijos de Dios por medio de Jesucristo. La razón de esa elección es únicamente el beneplácito de su voluntad (de Dios), como dice firmemente el verso cinco.
Lo que sucede es que la garantía o el sello del Espíritu se da una vez que hemos sido llamados eficazmente, en el momento del nuevo nacimiento, como dijera Ezequiel, al dársenos un corazón nuevo con un espíritu nuevo. Ese sello implica también que nos mantiene guardado en secreto, como una posesión que se ha adquirido y se cuida lo suficiente. Sabemos que Jesucristo pagó con su sangre derramada en el madero el precio por el rescate de nuestras almas. No fueron todas las almas de los habitantes del planeta sino las almas de su pueblo que vino a salvar. Todas ellas fueron compradas sin que faltara alguna, de acuerdo al que cumple a cabalidad el propósito de su voluntad. Cuando Marcos escribió acerca del Hijo del Hombre que vino a dar su vida en rescate por muchos (Lucas 10: 45) utilizó un vocablo que debería tener otra traducción. Anti ἀντί, una partícula que quiere decir por causa de pero que denota contraste; en otros términos, sería en lugar de. Recordemos que es el mismo prefijo usado para denotar el Anti-Cristo, alguien que vendrá en lugar de Cristo. De la misma forma entendemos que Jesucristo puso su vida en lugar de muchos por cuanto él hizo una sustitución de personas (los muchos de los cuales habló Isaías, los que son su pueblo).
Por esta razón tenemos todo tipo de bendición espiritual en los lugares celestiales, comenzando con el hecho mismo de haber sido escogidos desde antes de la fundación del mundo, siguiendo con la perspectiva de ser santos y sin mancha delante de Él. Esto es asombroso por cuanto el creyente peca todos los días de su vida, sea por comisión o por omisión, pero es visto continuamente como santo y sin mancha por el Padre que lo adoptó. Se nos mira a través de Cristo, el Redentor, de manera que una vez que se nos participa que fuimos justificados nuestro estatus no cambia.
¿Qué cambia entonces con nuestro diario pecar? Si el estatus permanece no así la paz en nuestros corazones. Una conducta indebida puede ser también objeto de castigo y azote para el que Dios ama. Por otro lado el Espíritu se contrista en nosotros y no nos permite cohabitar tranquilos con el pecado. Pablo lo dijo de otra manera: ¿Cómo viviremos aún en el pecado? (Romanos 6:2). Cambia el corazón que nos reprende para lo cual tenemos también a Alguien mayor que nuestro corazón, a Dios mismo (1 Juan 1:20). De allí que se nos ha dicho que si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados (1 Juan 1:9).
Otra de las grandes bendiciones celestiales es el haber sido adoptados hijos de Dios para alabanza de la gloria de su gracia (no de su ira). Tenemos en consecuencia la redención por la sangre de Jesucristo y la remisión de todos los pecados. También se nos dio a conocer el misterio de la voluntad divina, de reunir todas las cosas en Cristo en el cumplimiento de los tiempos. Se nos ha llamado herederos de una promesa que no avergüenza y el apóstol nos incita a buscar luz para nuestro entendimiento, de manera que sepamos a qué se refiere la esperanza de este llamamiento. Hay una supereminente grandeza del poder divino para con los que creemos, la cual operó también en la resurrección de Jesucristo.
Si tomamos conciencia de ese poder especial que opera sobre nosotros para guardarnos en secreto o sellados con el Espíritu, podemos tener la confianza necesaria de que estaremos pronto en las moradas eternas. ¿Por qué pronto? Por cuanto la vida es breve en comparación con el concepto de eternidad. Sabemos que fuimos vivificados pese a que una vez estuvimos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1), cuando andábamos siguiendo la corriente de este mundo. Solamente somos salvos por gracia, no por derecho nuestro, de manera que fue en virtud de ese favor inmerecido que se nos dio vida pese a estar muertos.
Pedro también mencionó que somos pueblo adquirido, otra manera de decir posesión adquirida. Hemos sido recatados de la esclavitud a la que estábamos sometidos bajo el príncipe de las potestades espirituales de maldad, de la esclavitud de la ley, cuando fuimos adquiridos por el precio exigido por el Padre Eterno. Pablo dijo que no entristeciéramos al Espíritu Santo con el cual estábamos sellados para el día de la redención (Efesios 4:30) que ha de ser entendida principalmente como el día de nuestra partida.
La redención final es el día en que salimos de esta peregrinación en tierra extraña, del cuerpo de muerte que nos envuelve. En ese momento acabarán nuestras aflicciones, reproches y persecuciones, terminarán igualmente las tentaciones y acusaciones de Satanás. También puede entenderse ese día como el de la resurrección cuando nuestros cuerpos sean redimidos de la mortalidad y corrupción; o cuando el Señor vuelva con nosotros sus santos siendo ya conformes a él. Este será el momento en que tengamos la felicidad eterna, inmutable, con el trabajo de conocer al Padre y a Su Hijo por la eternidad.
Pero en el presente tiempo tenemos la garantía más sagrada y absoluta, el sello del Espíritu Santo que nos anuncia que somos propiedad de Dios, una nación y un pueblo adquirido. Pues es el Espíritu el que nos da la certeza de que somos de Él, de que fuimos preparados para encontrarnos con Jesucristo en la gloria eterna. Iremos a la presencia del Padre que nos escogió desde antes de la fundación del mundo, cuando nos pensó para la gloria de Su Hijo. Si allá nació nuestra posición allá volveremos para nuestra posesión eterna. Si la gloria del Padre fue el escogernos y la gloria del Hijo fue el rescatarnos, la gloria del Espíritu será el conservarnos hasta el día de la redención final.
César Paredes
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