Si leemos el Salmo 1 veremos las características de contraste entre el hombre justo y el injusto. El hombre justo es llamado tres veces feliz o bienaventurado. Una suerte muy grande lo ha cobijado como dijo Pablo del creyente: que en Cristo tuvimos suerte, palabra que algunos traductores han calificado como herencia. Tal vez vincularon el término griego Kleros a la herencia que se obtenía echando suertes. De todas maneras, dado que la predestinación es un acto unilateral de Dios, desde nuestra perspectiva es una suerte el que Él se haya fijado en el elegido. De allí que el salmista haya calificado al hombre justo como tres veces feliz.
El hombre justo no lo es por sí mismo sino en virtud de la justicia que es Cristo. Recordemos que Jesucristo viene a ser nuestra propiciación, es decir, él pagó nuestra deuda en la cruz, nos amistó con el Padre celestial, se ofreció a sí mismo como la justicia que se demandaba por nuestra reconciliación. En ningún momento puede suponerse que el escritor bíblico tergiversa esta verdad de la doctrina teológica del Antiguo y del Nuevo Testamento.
El hombre justo se deleita en la Ley de Jehová, intenta que su vida esté conforme a lo que el Señor desea. Aquel deber ser del Antiguo Pacto se había convertido en una verdadera carga para muchos, en virtud de las exigencias de la Ley. Sabemos que las acciones expiatorias que hacía el sacerdote simbolizaban lo que había de venir. La lámina de bronce que separaba los libros de la Ley de la sangre ofrecida por la expiación se llamaba el propiciatorio. Ya vemos la importancia de ese nombre y de esa separación entre el libro que acusaba y la acción que redimía. Bien, con el Nuevo Pacto esas acciones se convirtieron en una sola que se hizo de una vez y para siempre por un sacerdote eterno. Cristo ha venido a ser nuestra propiciación (no solamente para los judíos sino para los gentiles).
Juan dijo que Jesucristo era la propiciación de su iglesia compuesta fundamentalmente por judíos, pero también lo era para la iglesia gentil. De allí que la expresión por todo el mundo engloba tanto a judíos como a gentiles creyentes. Resulta innegable que Jesucristo no murió por aquel otro ladrón de la cruz que lo injurió en su hora aciaga, como tampoco murió por Judas Iscariote que lo entregó. No lo hizo por el Faraón de Egipto (a quien lo hubo levantado como transgresor para honrar su poder y su ira), ni por Caín que era del maligno. No, Jesucristo no murió por aquellos judíos a quienes les había dicho vosotros de vuestro el padre el diablo sois. Tampoco murió por los que no son ovejas, pues dijo: vosotros no creéis en mi porque no sois de mis ovejas. También dijo el Señor, Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas.
Pero aquella verdadera carga en el Viejo Pacto vino a ser una delicia en el Nuevo. Fue Dios quien inspiró al profeta para que dijera Además, os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos, y guardéis mis derechos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36:26-27). En virtud de ese Espíritu intentamos con nuestra mente agradar al Señor, como lo señaló Pablo en Romanos 7. Precisamente, cuando meditamos en la ley del Señor de día y de noche concluimos que es placentera esta nueva vida.
El hombre justo es librado del escarnecedor. La persona que escarnece humilla, ofende, ultraja, porque un escarnecedor es también un burlista, alguien que le gusta ridiculizar a los demás, alguien que insulta, veja y zahiere. Quien escarnece deshonra. El hombre justo es librado de quien actúa de esta manera porque no se une con él. Al abrazar la ley de Dios otras cosas lo hacen feliz, mientras vive está plantado junto a corrientes de agua (el agua en la Biblia simboliza casi siempre la palabra de Dios). Es prosperado en lo que hace, termina aquello que comenzó.
El hombre malo no ama a Dios a quien no conoce, es un escarnecedor de aquello que ignora. La Biblia enseña que las cosas espirituales han de discernirse espiritualmente, de tal forma que el hombre natural no puede agradar a Dios. Lo espiritual del hombre caído es carnalidad, por lo cual existe el mundo esotérico u oculto, que es el único camino espiritual del hombre no redimido. Su felicidad momentánea proviene de su ignorancia de las cosas por venir y no tiene congojas por su muerte. El piensa que otros harán el trabajo que Jesucristo no hizo por él en la cruz, que su actividad religiosa lo acondiciona para ser recibido en gloria.
Los malos no se levantarán en el juicio ni los pecadores en la congregación de los justos. Este es el justo juicio contra ellos, porque la senda de los malos perecerá (Salmo 1: 6). El impío se enaltece y crece como el laurel verde, se muestra con fortaleza entera. Las más de las veces no es azotado como los demás mortales, ya que el mundo lo reconoce y lo cobija con su paz momentánea. De allí que se corona de soberbia y se torna violento. Con su lengua arremete contra el cielo y de esa forma es reconocido en la tierra, pues alcanza riquezas y se pregunta: ¿cómo sabe Dios?
El destino de los impíos es aterrador: Dios los ha puesto en deslizaderos y menospreciará su apariencia, serán desolados. Algunos de ellos son tan audaces que militan en una religión acomodada a su medida. Ellos imitan lo que la Escritura enseña y por eso pretenderán ser admitidos en el día final, pero el Señor ya les ha advertido: No todo el que me llame Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino solamente el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán entonces, pero Señor, ¿no profetizamos en tu nombre?, ¿no hicimos señales y prodigios en tu nombre?, ¿no expulsamos demonios en tu nombre? Y Yo les diré: Nunca os conocí. Apártense de mi, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).
Ese es su fin eterno. Y en esta vida también son juzgados en muchas maneras, pero Dios también les ha escrito su guión de manera que cumplen aquello que les ha sido encomendado. Como Judas que traicionó a su Señor, también tienen su profecía que cumplir. Judas Iscariote fue protegido por Dios en el sentido de que Dios en su providencia lo cuidó para que no muriese antes de tiempo, para que todo aquello que dijeron los profetas se cumpliera a cabalidad. ¿No hace de la misma manera con los demás impíos de la tierra? ¿Sucedió en forma distinta con Faraón? Dice la Biblia que aún al impío ha hecho Dios para el día malo (Proverbios 16:4). Los malos serán trasladados al infierno, Todas las gentes que se olvidan de Dios (Salmo 9:17).
Nuestra felicidad es poder contar con la promesa de la esperanza para el día final. Por eso recordamos lo escrito por David: Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado.
César Paredes
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