No todos los hombres han sido escogidos para vida eterna, más bien hay quienes fueron odiados por Dios desde antes de nacer (Romanos 9:11-13), habiendo sido preparados para destrucción (Romanos 9:22) y hechos para el día malo (Proverbios 16:4). La Biblia agrega que fueron ordenados para condenación (Judas 4) y entregados a una mente reprobada a fin de ser condenados (Romanos 1:28; 2 Tesalonicenses 2:12). Sin embargo, no toda la humanidad fue ordenada para condenación, sino que hay gente escogida para ser salvada (Mateo 20:16). Ciertamente, mientras un número específico de elegidos obtiene gracia y salvación otros han sido cegados (Romanos 11:7).
Existe una manada pequeña a quien el Padre le ha dado el reino en virtud de Su buena voluntad (Lucas 12:32). Este es el mismo pueblo a quien el Señor ha reservado (Jeremías 1:20) y formado para Sí (Isaías 43:21). Es un linaje escogido a quien le ha sido dado conocer y entender los misterios del reino de los cielos, en contraposición con otros a quien les ha sido negado lo mismo (Mateo 13:11). Los elegidos son el remanente de acuerdo a la elección de gracia (Romanos 11:5), a los cuales Dios no los ha puesto para ira, sino para obtener salvación por medio de Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:9). Estos son el pueblo escogido, el real sacerdocio, la nación santa, un pueblo peculiar en el lenguaje bíblico.
El propósito de la elección ha sido la alabanza de Aquél que ha llamado a ese pueblo de las tinieblas a la luz admirable (1 Pedro 2:9), a un grupo numeroso de personas cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (Filipenses 4:3) y en los cielos (Lucas 10:20; Hebreos 12:23). Por esta razón estamos seguros de que todo ha sido pre-ordenado: tanto quién recibe la palabra de vida con gozo para permanecer en ella como quién la rechaza; asimismo, Dios pre-estableció a quién representaría Su Hijo en la cruz y a quiénes dejó por fuera de su expiación (Juan 17 nos habla de Jesús cuando pidió por los que el Padre le dio pero no rogó por el mundo, a quien no representaría al día siguiente en el madero).
Y Jehová dijo a Moisés: También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre ... Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que salieses de la matriz te santifiqué, te di por profeta a las gentes (Exodo 33:17 y Jeremías 1:5). También se ha escrito que nuestros nombres están escritos en los cielos y que los cabellos de nuestra cabeza están todos contados. Y es que Dios sabe a quiénes escogió, pues conoce a sus ovejas y conoce a los que son suyos (Lucas 12:7; Juan 13:18; 10:14; 2 Timoteo 2:19).
Como el Dios de las Escrituras no hay otro, que declara el final desde el principio, desde los tiempo antiguos diciendo las cosas que todavía no se habían dado. Nadie puede prevalecer contra su consejo ni contra su voluntad declarada (Isaías 46:9-10). En tal sentido debemos estar tranquilos, ya que los dones y el llamamiento de Dios son sin arrepentimiento. A los que Él predestinó también glorificó, y si amó a alguien lo ama hasta el final (Juan 13:1).
Sabemos que no hay espacio entre los reprobados y los redimidos, que no hay término medio. Simplemente toda la humanidad fue puesta bajo la ira de Dios en tanto estuvo siguiendo en su totalidad al príncipe de las potestades del aire. Dice la Biblia que éramos todos hijos de la ira, lo mismo que los demás. Pero desde la eternidad Dios había escogido a Jacob y a Esaú, a los que serían objeto de su gracia y a quienes serían objeto de su ira. Llegado el momento del llamamiento, las ovejas oyen la voz del buen pastor y lo siguen. Esto es evidente por las palabras de Jesús: Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas (Juan 10:26). La condición de ser oveja precede a la condición de ser creyente; ser oveja es un asunto de naturaleza que no puede cambiar, es como el buen árbol que dará siempre buen fruto. Pero el árbol malo no puede dar sino mal fruto, jamás dará frutos buenos.
Nosotros sabemos que hoy día impera la doctrina del libre albedrío en la mente de la mayoría que se llama a sí misma creyente. Pero andan contra corriente los que así creen, ya que es desbordante la cantidad de textos referidos a la doctrina de la absoluta soberanía de Dios. Aquellos argumentan que Dios ordenó a vida eterna a los que les vio cualidades, o cualquier tipo de buenas acciones como una actitud decente para con la Divinidad. De esta forma, violentan las palabras de la revelación, ya que la elección se hizo de acuerdo al placer de Dios, no por obras para que nadie se gloríe. Agustín de Hipona dijo una vez que si Pilatos no pudo cambiar su edicto en torno a Jesús (lo que está escrito, escrito está) mucho menos se podrá decir que Dios deba ser cambiante. Lo que Él apuntó en el libro de la vida no lo borrará y su decreto inmutable lo será por siempre. De la misma forma, lo que nunca escribió jamás lo añadirá.
La fe y el arrepentimiento son junto con la santidad frutos de Dios para sus escogidos. Pablo dijo que la fe no era producida por nosotros, sino un regalo de Dios (Efesios 2:8). Porque a vosotros es concedido por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él (Filipenses 1:29). ¿Y qué se dice de la santidad? Ella es llamada la santificación del Espíritu (2 Tesalonicenses 2:13). Fue Dios quien nos escogió y no nosotros a Él para que fuésemos santos (separados del mundo), mal pudiéramos pretender ser santos para que seamos escogidos. Asimismo, si lo amamos a Él ha sido porque Él nos amó primero (1 Juan 4:10, 19). A lo largo de las Escrituras se anuncia que la elección ha sido un acto unilateral de Dios y no del hombre.
Finalmente se añade que los predestinados para vida eterna lo son para disfrute de esa vida en Cristo. Se dice que fuimos predestinados en amor, el gran amor con que el Padre nos ama; pero el sacrificio del Hijo hizo eficaz aquella predestinación en amor. No existe causa externa a Dios en la predestinación, simplemente existe el propósito de su gloria y la gloria de Su Hijo, el que se constituyó en la propiciación por nuestros pecados. Es el Espíritu de Dios el que nos hace nacer de nuevo, el que como el viento sopla de donde quiere. Nadie que tenga tal Espíritu podrá en una insensatez supina argumentar que él mismo es la razón y causa de la predestinación, ya que aquel Espíritu nos enseña todo lo contrario y nos conduce a toda la verdad.
César Paredes
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