Lunes, 13 de julio de 2015

Muchos alegan que no tienen de qué arrepentirse ante Dios, que aquello que la teología llama pecado no es más que un concepto religioso no atinente a la realidad de todos. Sin embargo, la Biblia insiste en el hecho de que toda la humanidad murió en sus delitos y pecados. Eso que se llama pecado es errar el blanco, es equivocarse con respecto a uno mismo pero en especial con respecto a Dios. Por eso también se habla del arrepentimiento (metanoia) que es el cambio de mentalidad que Dios espera de su pueblo.

Cambiar la mente respecto a Dios, he allí la tarea difícil del creyente. ¿Quién es Dios? Ese trabajo sería mejor dejárselo a la institución eclesiástica, para que los fieles se contenten en el acto religioso de los domingos, sin conflicto alguno por el conocimiento teológico. Pero la Biblia insiste en que la gloria del hombre radica en conocer a Dios: Mas el que se hubiere de alabar, alábese en esto, en entenderme y en conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque en estas cosas me complazco, dice Jehová (Jeremías 9:24).

También hay pecar en no querer conocer a Dios, en dejarle esa tarea a otros. Es cierto que a una gran cantidad de personas les parece manipulación religiosa el querer imponer la idea de un solo Dios. ¿Qué pasaría con la cantidad enorme de personas que no han oído jamás de ese Dios de los cristianos? ¿Cómo quedarían las numerosas religiones del mundo si se pretendiese enjuiciarlas a la luz de la teología cristiana? Por estas inquietudes ha aparecido el ecumenismo religioso, en la tentativa de hacer esfuerzos por la unificación espiritual humana. Al tener una sola religión se acabaría el conflicto que genera la aprehensión por una teología particular.

Pero este razonar también es pecado, a la luz de la doctrina bíblica. Dios nos ha dicho que se conviertan a nosotros, no nosotros a ellos. Miles mueren a cada momento sin conocer a Jesucristo, pero otros que dicen conocerlo tampoco han sido llamados por Él. A muchos que dicen pertenecer a las filas cristianas se les olvida el concepto de manada pequeña esgrimido por Jesús. Se nos ha dicho que el mundo nos aborrece, que no lo busquemos como nuestra morada, ya que es el sitio donde tendremos aflicción.

El misterio de la piedad es muy grande, pero siempre podemos entender parte de sus incógnitas. Sabemos hasta dónde nos ha sido revelado, lo demás sería elucubración imaginada. Por una parte, la teología cristiana es antipática ante el mundo, por ser excluyente. No fue inclusivo Jesucristo cuando dijo que nadie iría hacia él a no ser que el Padre lo llevare a la fuerza. Tampoco lo fue cuando dijo que muchos (y no todos) eran los llamados, pero pocos los escogidos. Esta antipatía teológica hace que el mundo nos odie más, pero allí somos enviados a diario como ovejas al matadero.

Cuando como creyentes denunciamos los errores humanos como producto de la desobediencia a la ley de Dios, se nos enjuicia y se nos pregunta quién es ese Dios. Nosotros hablamos del Dios invisible, tal vez del Dios escondido, el Creador de todo cuanto existe. Respondemos que no sabemos mucho de ese Dios sino apenas lo que Él nos ha revelado de Sí mismo. Mas no por esta respuesta el mensaje deja de ser antipático, discriminante e irritante.

La multitud está inmersa en su agite cotidiano, en la tarea prodigiosa de vivir el día a día, por lo que interrumpirle su oficio con un mensaje de esperanza o de juicio es visto como un irrespeto. Sin embargo, el atropello mayor contra todos los habitantes del planeta es hecho por la maldad del ser humano. Cada cual se apartó por su camino, muchos queriendo hacerse sabios se hicieron necios, miles se han convertido en personas detractoras de lo bueno, injuriosas, contenciosas, que pagan mal por mal, que no tienen congojas por su muerte.

¿Quién puede frenar el pecado humano? Como en los días de Noé sigue aumentando, hasta que el justo juicio de Dios se avecine y ponga punto final a esta tragedia que es el hombre con sus errores. Feliz aquel a quien Dios ha perdonado y cubierto sus pecados. La buena noticia de salvación se sigue anunciando hasta que Jesucristo vuelva a la tierra; mientras eso ocurra habrá burladores que preguntarán por su venida, aunque habrá también algunos pocos que se salvarán (porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios).

Cuando el ser humano perdió su inocencia lo abordó la culpa. Aquellos primeros seres en el huerto del Edén trataron de cubrir su desnudez con sus obras (un ropaje que Dios no aceptó). Ellos se escondieron de Dios cuando supieron que se acercaba a ellos. Entonces comenzaron a defenderse: el hombre culpó a la mujer de su caída, la mujer le echó la culpa a la serpiente, pero Dios no le preguntó nada al reptil porque no le interesaba Satanás.

Esos primeros pecados humanos aislaron internamente al hombre de Dios y una cadena de juicios se sucedió en el plano externo de la creación. La serpiente sufrió la condena de arrastrarse en el polvo y la mujer tendría dolor en el alumbramiento, mientras al hombre le tocaría soportar un trabajo duro para poder producir la tierra, que empezaría a producir espinos y cardos. De allí que por aquellos pecados toda la humanidad quedó bajo maldición y esclavitud como lo manifiesta Romanos 8:15-25. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora (verso 22).

Pero otra consecuencia terrible se mostró en aquellos orígenes humanos. Dos simientes estarían desde entonces en contienda, la de Satanás y su familia que se opondría a la simiente de Dios y su familia. Una prueba de ello es el asesinato de Abel cometido por su hermano Caín, quien era del maligno (1 Juan 3:122). Dentro del plan divino no solo estuvo contemplado la caída del hombre sino su redención. El Cordero, ya ordenado de antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los últimos tiempos por amor de vosotros (1 Pedro 1:20).

Aquellos primeros hombres trataron de cubrir su vergüenza y pecado con hojas de árboles (las cuales representan sus buenas obras) pero Dios no las aceptó. Cualquier vestido de justicia humano es visto por Dios como trapo de inmundicia (Isaías 64:6). Por esta razón Dios los vistió con túnicas de pieles de animales, simbolizando el derramamiento de sangre, asunto que continuó con la ofrenda de Abel y con el establecimiento de la ley de Moisés. Todo ello anunciaba a Jesucristo y la expiación que haría por su pueblo.

En resumen, el pecado tiene consecuencias internas, externas y eternas. Esta vida es una ilusión momentánea en la que mucha gente se la pasa ocupada en sus quehaceres. La abstracción que produce el mundo con sus faenas impide que la gente piense en la eternidad. Por eso el evangelio es visto como un cuento para ilusos, ya que la humanidad entera no tiene congoja por su muerte. Pero para los creyentes la noción de eternidad es una realidad inevitable, es su ilusión de vida por la cual se sujetan a la esperanza en Cristo. Para el que no le ha sido cubierto su pecado ni le ha sido perdonado será el lamento y el crujir de dientes.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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