Si un creyente desea evangelizar, buena cosa hace; de otra manera, ¿cómo oirán si no hay quien les predique? El problema no es el anuncio sino la información, dado que innumerables personas salen a pregonar un evangelio diferente del que es revelado en la Escritura. Antes que nada uno debe preguntarse qué es el evangelio, para después proceder a dar la respuesta de acuerdo a lo que se enseña en los textos sagrados.
El evangelio es la buena noticia de salvación que Dios había prometido para su pueblo, de acuerdo a la sangre expiatoria y a la justicia imputada de Jesucristo. Por el texto de Mateo 1:21 el nombre del niño por nacer sería Jesús, ya que él salvaría a su pueblo de sus pecados. Jesús significa Jehová salva y bajo esa premisa el Hijo cumple la voluntad del Padre al convertirse en sacerdote de su pueblo elegido, para expiar de una vez y para siempre el pecado total de la totalidad de personas que constituyen ese pueblo.
Por esta razón enunciada arriba, el evangelio es una mala noticia para los otros, para los que son reprobados de acuerdo a la voluntad sempiterna del Padre. Pero es una mala noticia que a ellos no les interesa, ya que jamás se inquietan por tal asunto ni tienen congojas por su muerte. Sin embargo, hay una inmensa cantidad de creyentes del falso evangelio que aducen que lo que acá decimos no es cierto. Ellos enarbolan la bandera del populismo evangélico para que sus fieles no huyan de Babilonia, la cuna de las abominaciones de la tierra.
Sabemos que en el evangelio se revela la justicia de Dios (Romanos 1:17). El Dios enojado por el pecado humano calma su ira al hacerse la justicia expiatoria que demanda su santidad. Proponer una justicia diferente no satisfará la demanda hecha por el Altísimo, quien por ser perfecto solo puede recibir una justicia perfecta. De allí que los que añaden a la justicia de Cristo su propia justicia están divagando en el error, se muestran perdidos y descubren una manera de razonar equivocada.
Supongamos que alguien reconoce la justicia de Jesucristo como suficiente para que el Padre la acepte, pero al mismo tiempo le añade un poco de su propia justicia (esto es: su voluntad, su decisión, su disposición). En tal caso no hay esperanza para quien tal haga, ya que su lógica se ha desviado: lo que es perfecto no necesita mejorarse, de manera que el añadido pasa a significar que la justicia de Jesucristo no hizo la única diferencia entre la salvación y la condenación. He allí una manera de razonar equivocada.
¿Qué dice la Escritura al respecto? Ella señala que los que ignoran la justicia de Dios revelada en el evangelio están perdidos (Romanos 10:3). Este texto muestra a la gran masa de judíos que fueron celosos de Dios pero cuyo celo no fue conforme a conocimiento. En otros términos, estaban perdidos al punto de que el apóstol dijo al inicio que su oración para con Israel era para salvación. ¿Por qué para salvación? Porque estaban perdidos pese a su enorme celo por Dios. Y como estaban perdidos -por haber ignorado la justicia de Dios- les aconteció lo que la práctica humana acostumbra: colocar donde falta algo. Al no ver la justicia de Dios como completa, establecieron su propia justicia.
Pero la Escritura continúa diciendo que los que no creen el evangelio están perdidos. El Señor encomendó a sus discípulos a ir por todo el mundo a predicar el evangelio, el que creyere y fuere bautizado será salvo; pero el que no creyere será condenado (Marcos 16:16). Ahora bien, el hombre natural no puede creer las cosas espirituales, ya que para él son locura. Lo que es espiritual debe discernirse espiritualmente. Por esta razón, cuando Dios regenera a alguien (cuando el Espíritu lo hace nacer de nuevo), lo primero que ocurre en esa persona es creer el evangelio.
Si alguien ha nacido de nuevo es porque el Espíritu operó en esa persona el nuevo nacimiento, por lo tanto será imposible que su primera consecuencia sea creer un evangelio diferente al establecido por Dios. Hablamos del evangelio de salvación fundamentada en la sangre expiatoria y en la justicia imputada de Jesucristo. Pero hay muchos a quienes les encanta decir que nacieron de nuevo con un evangelio diferente, el de la mixtura de justicias: la de Cristo y la de ellos. Argumentan que Dios hizo su parte pero ahora ellos hacen la suya, que el evangelio de la gracia es un regalo de Dios pero hay que aceptarlo. Con esto en su corazón elaboran su religión en la mejor imitación que su padre de la mentira les haya insinuado.
La Escritura también añade que si alguno predica otro evangelio sea el tal anatema -maldito- (Gálatas 1:8-9). Este principio de razonamiento sobre la verdad es muy delicado, ya que un apóstol argumenta que si alguien no permanece en la doctrina de Cristo no tiene a Dios (2 Juan 9). Ni siquiera -continúa el apóstol- se debe recibir en la casa a quien no traiga la doctrina del Señor (decir bienvenidos va más allá del término, implica congraciarse con la persona como si fuese un hermano en Cristo, pese a que trae una doctrina diferente). Dios no acepta que se deshonre al Hijo y se le declare su justicia insuficiente como para que se le añada un poco de la humana.
Pese a lo dicho, todavía hay quienes objetan el mecanismo de salvación propuesto por Dios. Alegan en contra de lo escrito torciendo las Escrituras. Hay quienes se levantan con el puño erguido defendiendo a Esaú, a Faraón, a Judas, a todos los réprobos en cuanto a fe -de los cuales la condenación no se tarda. Lo hacen fundamentados en su propia justicia y en su propio criterio de justicia, bajo el alegato de que no pudieron resistir la voluntad de Dios, por lo tanto Dios no debe inculparlos. Sabemos la respuesta que el Espíritu les ha dado: ¿quién eres tú para discutir con Dios? No eres más que una olla de barro en manos del alfarero, quien hace como quiere por ser dueño del barro, por ser el autor de la vida y de la muerte.
La evangelización debe ir adornada con toda la verdad de la Escritura, nunca pretendiendo ganar adeptos para una religión, jamás buscando prosélitos para hacerlos doblemente dignos del castigo eterno. Ella debe declarar solo la verdad absoluta de Dios, que es quien dará el nuevo nacimiento a sus elegidos si bien endurecerá a los réprobos en cuanto a fe, en un todo de acuerdo a sus planes eternos e inmutables.
Lo único que nos resta decir ya fue dicho por Pablo: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33).
César Paredes
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