Existe un odio hacia la doctrina de la reprobación que muestra el desprecio de algunos hacia el tema, si bien otros, en nombre de la fe cristiana, son recatados al hablar de ella. Pese a este desprecio generalizado, la Biblia enseña una y otra vez la soberanía absoluta de Dios. Desde Génesis hasta Apocalipsis la bandera del Dios soberano flamea en la casa de los impíos, así como en la de los creyentes elegidos para salvación. Sin embargo, un pasaje emblemático bien pudiera ser el que se encuentra en la carta a los romanos redactada por el apóstol Pablo.
En Romanos 9: 11-22 la doctrina de la predestinación exalta a Dios, como lo hiciera Jesucristo cuando la enseñó entre sus contemporáneos, pero humilla a cualquier ser humano que logre comprenderla. Dice así el texto mencionado: (Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección, no por las obras sino por el que llama, permaneciese;) le fue dicho que el mayor serviría al menor. Como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí (Romanos 9:11-13). Sabido es que la gente que aún no ha nacido no ha cometido ningún pecado, pero tampoco ha acumulado méritos para heredar felicidad eterna. Desde este contexto Jacob no ganó ningún premio, no realizó obras buenas para obtener el beneplácito del Creador. Más bien, lo que la Escritura relata de él en el Génesis (capítulos 25 al 29) no es muy halagador. Un resumen de su vida podría bien ser Jacbob, el gran engañador y manipulador.
Lo que resalta entre la elección de Jacob y su vida engañosa es precisamente el acto unilateral de Dios al elegir. Nunca las obras, sino siempre el propósito de Dios. Frente a esta realidad del escrito bíblico, la gente en general tuerce las palabras para obligar al texto a decir lo que nunca dijo. Con todo, Jacob ya era elegido cuando en esta tierra engañó a su padre en connivencia con su madre; este hábito del engaño persistió mucho tiempo cuando con las ovejas de su suegro logró negociar las pintadas. Sabemos la historia completa por el relato bíblico.
Le cuesta al ser humano comprender la generosidad de Dios en elegirnos para salvación, mucho más de lo que le costaría el supuesto de ser hábil para lograr tan preciada meta. Por eso habla el objetor diciendo que ha encontrado injusticia en Dios, ya que el pobre Esaú tuvo que hacer lo malo que hizo porque no tenía otra salida. De acuerdo al objetor de Romanos 9, Dios inculpa injustamente puesto que nadie puede resistir su voluntad.
Pese a esta exigencia humana ante el Creador, éste responde que nada tiene que repicar la olla de barro que Él hizo para la gloria de su ira y de su justicia. Lo triste es que muchos vienen a objetar en nombre de la elección, diciendo que para que Dios no resulte injusto tenía que haber sabido lo que Esaú iba a hacer. En otras palabras, las cabras en el redil de las ovejas comentan que Dios ya sabía lo que Esaú haría y que por eso lo eligió para condenación. Lo ilógico de este razonar cabruno es que lo que se dice de Esaú ha de decirse de Jacob, pero como no pueden argumentarlo -ante tanta evidencia del timador escogido para vida eterna- se argumenta que con Jacob se ve la gracia inmerecida de Dios pero con Esaú la justicia merecida. Eso es obra escondida, que reclama la carne humana para calmar su razonamiento torcido.
La reprobación hecha a Esaú sucedió antes de la fundación del mundo, de acuerdo a otros textos de la Escritura. Pero con el texto de Romanos uno también puede alegar que nunca fue en base a las obras (ni buenas ni malas, ya que los gemelos no habían hecho ni bien ni mal). Dios así lo dispuso y los que somos elegidos para salvación nos alegramos de que fuese de esa manera, ya que nadie sería salvo de la forma en que la mente humana caída alega. De allí que los que preguntan con el puño alzado contra Dios lo hacen en nombre del objetor bíblico, un sujeto levantado por la voluntad divina para demostrar la necedad humana al altercar con Dios, así como para demostrar la ira reservada para el día del Señor.
Dios odia a todos los que hacen iniquidad, a los mentirosos, a los perversos y a los que son orgullosos en su corazón (Salmo 5:5-6; Proverbios 3:32; 11:20; 12:22). Pero Dios los odia desde antes de la fundación del mundo, no porque Él haya visto en el túnel del tiempo lo que harían, sino por la misma razón que enseña la reprobación de Esaú. Ese odio de Dios hacia sus reprobados es parecido al que muestran los que lo aborrecen tal verdad. Hay muchos que viniendo en nombre de la fe argumentan contra esta doctrina de la Escritura; incluso, existe una doctrina teológica muy difundida en los seminarios y en la mayoría de las iglesias protestantes (como en todas las iglesias católicas) que enseña el odio contra la reprobación. Esta es la doctrina arminiana, la cual proviene de Roma bajo la inspiración de los jesuitas; desde allá plantaron esta droga que ha crecido como la cizaña, que ha dado fruto rápido y se ha extendido a lo largo de muchos siglos. Por esta razón anunciamos una vez más el verdadero evangelio de Jesucristo, en forma completa, para que los llamados puedan huir de Babilonia hacia las enseñanzas de Jesús. Huid de ella, pueblo mío, es el dictamen del Señor, asunto que repetimos una y otra vez.
El gran examen que la Escritura le hace a los que a sí mismos se llaman creyentes está fundamentado en el texto de Romanos. ¿Fue Esaú odiado por causa de su carácter, por lo que hizo durante su vida y con su libre albedrío? ¿Previó Dios la conducta de Esaú para odiarlo desde antes de que hiciera bien o mal? La respuesta indudable es un rotundo no a ambas preguntas. Dado que el verso 11 habla de los dos hermanos gemelos que no habían todavía hecho ni bien ni mal, para que la elección prevaleciera conforme al propósito de Dios, sabemos que si Jacob fue amado no lo fue porque Dios previera conducta buena en él. De igual forma ha de entenderse que tampoco la conducta de Esaú fue la causa de su rechazo, ya que el texto habla de la elección de los dos en la misma forma: antes de que hiciesen bien o mal.
Sí, uno fue elegido para vida eterna pero el otro para condenación eterna. Dios lo declara abiertamente y no desea en absoluto defensores de su conducta; antes, Él califica negativamente cualquier argumento que intente disculparlo ante las masas. Como refuerzo del argumento desprendido del verso 11 aparece el argumento del verso 14: ¿Hay injusticia en Dios? En ninguna manera. La suposición de la injusticia en Dios es clara evidencia de la contundencia argumentativa referida a la reprobación que Dios hizo de Esaú. Si hubiese habido libre albedrío y el hombre hubiese podido decidir su destino, no habría cabido la pregunta acerca de la injusticia de Dios. Hubiese sido lo más lógico y justo el condenar a Esaú en base a sus malas obras, así como el otorgar a Jacob el salvoconducto de la salvación en virtud de alguna buena obra encontrada.
Precisamente, un dios hecho a la medida de los humanos hubiese actuado en consecuencia con esta falacia argumentativa presentada. Ese dios bueno de acuerdo a la concepción humana amaría y odiaría a la gente basado en lo que la gente haría. Esa divinidad humanizada no arrancaría a amar ni a odiar hasta que la gente haya nacido y haya actuado con un alto grado de conciencia. Este dios inventado se ajusta al criterio de justicia recreado en la razón humana. Supóngase que Pablo hubiese dicho en los versos 11 al 13 que Dios amó a Jacob porque Él supo que Jacob creería y sería una buena persona que haría buenas obras, y que Dios odió a Esaú en virtud de que Él supo que no creería nunca y sería una mala persona con muy malas obras. ¿Habría en tal caso alguna objeción contra Dios por no ser lo suficientemente justo? Claro que no. De acuerdo a este esquema Dios amó a Jacob porque merecía ser amado, y odió a Esaú porque merecía ser odiado. La objeción hubiese sido totalmente sin sentido. Pero esto no es lo que Pablo nos está diciendo (Carpenter, Marc. http://www.outsidethecamp.org/reprobation.htm).
¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra? (Jeremías 23-29). Esto es exactamente lo que ocurre con estos textos de Romanos, que destruyen, desbaratan, resquebrajan el ídolo del libre albedrío. Tendré misericordia de quien tenga misericordia, me compadeceré de quien me compadezca. Por lo tanto, queda expuesta como falsedad el argumento de los cristianos que profesan pero no militan en la fe.
La intención de Dios al hacer a los reprobados descansa, al menos, en dos aspectos: 1) Que Él pueda desplegar su poder y su nombre pueda ser proclamado en toda la tierra (Romanos 9:17); 2) Para dar a conocer las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia que había preparado de antemano para gloria (Romanos 9: 23). El plan fundamental con Faraón fue que Dios lo endurecería para que no dejara ir a su pueblo, para después destruirlo a él y ensalzar Su propio nombre. Por consiguiente, no le atribuyamos el endurecimiento de Faraón a Faraón mismo, sino a Dios. Esto es parte del examen bíblico que mencionamos, ya que en este camino muchos se desvían de la verdad (Exodo 14), pues de quien Él quiere tiene misericordia, pero endurece a quien quiere endurecer (Romanos 9:18). Sí, la respuesta es que Dios hizo desobedecer a Faraón.
Esto no está oculto en la Escritura sino exhibido con relieve. ¿Quién hizo que los hermanos de José pecaran contra su hermano? (Génesis 45:4-8 y 50:20). Dios también hizo que los reyes vinieran en batalla contra Israel para después destruirlos (Josué 11:18-20). Dios dispuso que los hijos de Elí no oyesen a su padre para después matarlos (1 Samuel 2:22-25), de la misma forma como hizo que Absalón siguiera un mal consejo para matarlo (2 Samuel 17:1-14). De verdad que Dios gobierna el mundo como quiere, de tal forma que aún el corazón de los reyes está en sus manos y lo inclina hacia lo que Él desea. ¿Habrá acontecido algún mal en la ciudad que Jehová no haya hecho? (Amós 3:6).
Parece ser que predicamos un Dios distinto, pero ese es el único que se muestra en la Escritura. Los otros son falsas divinidades construidas de acuerdo al son de la mente humana. Unos pecan por exageración otros por disminución, pero el Dios revelado es el mismo y no cambia. El hace que los corazones de los impíos piensen cosas malas y hagan obras malas: Cambió el corazón de éstos, para que aborreciesen a su pueblo, para que contra sus siervos actuaran con engaño (Salmo 105:25).
Este es un Dios con demasiado poder, digno de ser temido y reverenciado por todas sus criaturas. También estamos ciertos de que Él recibe la alabanza y la gloria de su pueblo, aunque los vasos de ira que soporta con paciencia también alabarán la gloria de su poder y de su ira (Romanos 9:22). Los que lo desprecian han sido creados para tal fin, de manera que nada acontece fuera de su sombra.
César Paredes
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