Sabemos que los ojos del Señor están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos. De la misma manera están en contra de aquellos que hacen el mal. ¿Puede un creyente habituarse a hacer el mal? De seguro que sí, incluso Pablo escribió de sí mismo diciendo que el mal que no quería hacer, esto hacía, empero el bien deseado no lo hacía. No es que digamos que el apóstol se acostumbró a hacer el mal, pero lo hizo. Se sintió miserable y el Espíritu quiso que dejara testimonio escrito de su problema.
Los males son diversos, pero quizás el peor de todos es el no saber controlar la lengua. Ella parece un animal enjaulado que muerde a quien se le acerque, es semejante a un pequeño fuego que enciende un gran bosque. Los improperios destruyen el alma de la persona a quien van dirigidos, pero causan erosión en la de quien los pronuncia. Al parecer, estamos hechos de palabras.
Una discusión tras discusión refleja la preeminencia de la carne en nuestra naturaleza. De hecho, los pleitos y las iras son parte de las obras de la carne enunciadas en la carta a los Gálatas. El Espíritu dado como garantía de nuestra salvación se contrista en nosotros por causa del pecado de la lengua (o por cualquier otro pecado). Pedro describe a la mujer con la metáfora del vaso frágil, a quien hay que cuidar muy bien no sea que sufra daño. Dice que los maridos que descuidan ese vaso tendrán estorbo en sus oraciones. Esto ha de verse como una metáfora y no como un insulto a la mujer; la mujer se evoca como un vaso frágil a quien hay que rendirle honores como coheredera de la gracia; por ello el apóstol la resalta con τιμή (timé), un conjunto de valores, que por analogía sería algo que se estima en alto grado.
ἀσθενής σκεῦος (asthenés skeuos): asthenés es sin fuerza, débil, sea en forma literal o figurativa, mientras que skeuos puede ser un vaso, un implemento figurativo o literal. No olvidemos que τιμή (timé) es más que una metáfora, viene a ser una descripción honorable del foco de atención en la palabra de Pedro. Dado que la mujer es un complemento del hombre y que los dos se unen en una sola carne, cualquier ofensa hecha contra ella sería como dañar a un vaso frágil. En igualdad de condiciones la reciprocidad debe darse, que si la mujer maltrata al hombre (su complemento) también sus oraciones serán estorbadas. Asimismo, vosotros, maridos, habitad con ellas sabiamente, dando honor a la esposa como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de vida; para que vuestras oraciones no sean estorbadas (1 Pedro 3:7).
Pablo habló de la mujer como alguien que tiene que someterse a su marido, pero el vocablo empleado por él tiene una amplia gama de significados. Ese texto podría decir que la mujer debe ceder ante su marido, para que no le arrebate su liderazgo. Pero si la mujer usa la crítica, el engaño y la manipulación, cercena el liderazgo que Dios le ha otorgado al hombre y traerá consecuencias lamentables.
La esposa que cede ante su marido no se relega como una ociosa que no labora junto a su esposo para resolver los asuntos que le incumben como pareja. Hay decisiones conjuntas, pero hay las que solo pueden ser tomadas por el hombre, sabiendo que rendirá cuentas ante Jesucristo mismo (aquí y ahora). Si esto le pesa a una mujer, entonces no estaría tomando en cuenta la relación de Cristo con el Padre: Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (Mt 26:39).
Sabemos que el Padre es mayor que el Hijo en jerarquía pero no en esencia, ya que ambos son Dios. Refiriéndose a las ovejas (hombres y mujeres) que le fueron dadas, Jesucristo dijo lo siguiente: Mi Padre que me las dio, es mayor que todos (Juan 10:29). El Hijo de Dios no tuvo inconveniente en someterse a la decisión del Padre y se despojó de toda su gloria para venir a sufrir por su pueblo en medio de un mundo lleno de malhechores. Esta sumisión del Hijo no lo hace de menor valor que el Padre, por lo tanto el que la mujer ceda ante el hombre tampoco la señala como de menor valía.
El que los cristianos deban someterse a las autoridades no los convierten en sujetos de menor valía que los impíos que los gobiernan; pero de la misma manera deben someterse a Dios y resistir al diablo para que éste huya de ellos. El texto que resuelve cualquier tipo de conflicto entre la relación del marido con la esposa es tal vez el de Efesios, capítulo 5 verso 21: Someteos unos a otros en el temor de Dios.
Podríamos preguntarnos si este sometimiento mutuo nos hace inferiores los unos ante los otros, como si fuésemos menos dignos los unos de los otros. Al contrario, esto implica obediencia al mandato divino y humildad frente a nuestro prójimo. Interesante que según este principio el hombre también debe someterse a la mujer, en tanto es su hermana en Cristo (someteos unos a otros en el temor de Dios). Con lo dicho antes, en cuanto a la relación conyugal establecida por Dios, sabemos que es jerárquica, sin que por la sumisión de la mujer ante su marido sea considerada inferior en esencia.
Otra oración con estorbo es la que se hace en forma pública para que la asamblea se deleite en las palabras. El fariseo que oró diciendo que daba gracias por no ser semejante a los pecadores presentes es un digno representante de la persona que tendrá estorbo en sus oraciones. Lo mismo vale para los que oran con vanas repeticiones, asunto ya prohibido por Jesucristo. Otra oración inútil es aquella que no va acompañada de fe, como lo dice Santiago, o la que busca satisfacer banalidades personales para deleite de quien ora.
Finalmente, apartados los obstáculos para la oración eficaz, recordemos a Pedro en otro texto: Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones: Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal (1 Pedro 3:12).
César Paredes
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