Jueves, 25 de junio de 2015

Uno de los atributos de Dios es su fidelidad, de manera que no podríamos jamás concebirlo afligiendo a sus hijos sin que hubiese alguna necesidad. La disciplina forma parte accesoria de la fidelidad de Dios,  por lo que es fiel enviando tristeza de la misma forma que enviando alegría. Resulta que nos parece más fácil confiar en su fidelidad cuando nos va bien en todo lo que hacemos que cuando el revés llega y pensamos que ya Dios se deshizo de nosotros.

Para comprender la fidelidad de Dios habrá que entender muchos de sus atributos. Sabemos que su soledad en la unión que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu, lo que resulta en ocasiones incomprensible para los humanos. Si en el principio Dios creó los cielos y la tierra, nos preguntamos qué hubo antes de ese principio. Sin duda no estaban la tierra ni los cielos, ni siquiera los ángeles. Entonces las tres personas del Trino Dios cohabitaban por la eternidad (pasada) sin necesidad alguna. Después de la creación de nuestro universo, Dios sigue cohabitando sin necesidad de su obra creada.

Pensamos que somos útiles para llevarle gloria, pero eso lo hacen en mejor forma los ángeles. Más aún, antes de que ellos existiesen ya Dios tenía su propia gloria, la de ser eterno y la de ser divino, entre otros atributos. Su excelencia no tiene comparación ni imitación: ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, majestuoso en santidad, temible en hazañas dignas de alabanza, hacedor de maravillas? (Exodo 15:11). 

Él no cambia, por lo tanto sigue siendo fiel; como no cambia, sigue sin que su esencia se maltrate por efecto de lo creado. No es un hombre para que mienta, ni un hijo de hombre para que se arrepienta, lo que dijo eso hará. Cuando la Escritura menciona que Dios se arrepintió de haber creado al hombre, la figura usada desde el ámbito lingüístico es el antropomorfismo. Es decir, el giro del escritor bíblico coloca un aspecto humano en la reacción de Dios, para dar a entender hiperbólicamente el grado de maldad humana. Otro escritor bíblico lo identificó como una gallina que cubre a sus polluelos bajo sus alas, y eso a nadie le parece anormal, sin que se le considere un ave ponedora.

Además, la Gloria de Israel no mentirá ni se arrepentirá, porque él no es hombre para que se arrepienta (1 Samuel 15:29); él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, sabemos que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por siempre (Hebreos 13:8). Entonces, si nos amó con amor eterno, su misericordia será extendida. Pero aquella fidelidad de Dios en pro de su amor por los elegidos hace que castigue a todo aquel que tiene por hijo, lo que se traduce en la disciplina de sus santos. Uno puede preguntarse a qué persona en el mundo le gusta que lo disciplinen; sabemos que eso no agrada a nadie, muy a pesar de que se sepa que se ha hecho algo indebido.

Al entender que Dios no necesita de nosotros, que siempre ha estado bien en la eternidad cuando aún no había creado los cielos y la tierra, el mundo y los que en él habitan, comprendemos que lo que hace se realiza en virtud de su placer de acuerdo a su propia voluntad. La Biblia declara que Dios no tuvo consejero, que nadie puede entender la mente del Señor. Ya que nadie le dio a Dios primero, ¿cómo puede alguien esperar a cambio algo de Dios? Incluso la salvación es de pura gracia, como bien lo dejó explicado Pablo en Romanos 11: 1-36. En resumen, Dios no está obligado con su criatura en nada.

De manera que por su atributo de fidelidad somos castigados por Dios, de otra manera no seríamos hijos sino bastardos. De la misma forma, si no fuésemos sometidos a su disciplina, Dios no sería fiel y eso implicaría el absurdo del cambio en uno de sus atributos esenciales. Pero siendo juzgados, somos disciplinados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo (1 Corintios 11:32). Pablo se refirió a que algunos estaban débiles, mientras otros dormían (1 Corintios 11:30).  ἀσθενής (astenés), sin fuerza, débil, impotente, enfermo, por culpa de tomar la cena indignamente. κοιμάω- koimao, dormir, pero en uso figurativo es morir, estar muerto. La analogía nos permite extender esta debilidad, enfermedad y muerte como resultados de la múltiples desobediencias que cometen los hijos de Dios.

El pueblo de Israel fue castigado en diversas formas en el desierto, fue mordido por serpientes, comieron carne hasta atragantarse, a algunos se los tragó la tierra, pero la mayoría no entró en la tierra prometida, incluso Moisés y su hermano Aarón quedaron por fuera. La razón fue que Jehová quiso disciplinarlos y darle un escarmiento al resto de las personas para que fuesen respetuosos de sus mandatos. Sabemos que toda dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay mudanza ni sombra de variación (Santiago 1:17); sin embargo, nos puede parecer doloroso y nada grato el castigo impuesto por el Señor.  Si somos castigados somos enseñados en muchos aspectos, por un lado obtendremos la corrección esperada, por el otro acarrearemos un fruto apacible de justicia, pero quizás lo más relevante sea que por el castigo tenemos la certeza de ser verdaderamente hijos y no bastardos.

El hombre natural no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede comprender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14). El alma regenerada debe caminar en forma digna para brindar alabanza al Señor, creciendo en el conocimiento de Dios, quien nunca aflige sin ninguna razón.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 22:28
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