Lunes, 22 de junio de 2015

La admonición hecha en la carta de Juan permanece activa en estos momentos de la historia eclesiástica. No creáis a todo espíritu y no digáis bienvenido a los que no traen la doctrina de Cristo. Si eso fuese una liviandad, de seguro no se habría recomendado. De la misma manera, Juan recomendó guardarnos de los ídolos. Este último punto es revelador de la admonición hecha para los tres asuntos mencionados, por ser la comunidad judía la primera destinataria de la carta del apóstol. Sabemos que los judíos eran por naturaleza teológica monoteístas que aborrecían la idolatría en virtud de la ley de Moisés.

Juan les advirtió que se guardaran de los ídolos a los cristianos que venían del judaísmo, por consiguiente habría que preguntarse qué entendía el apóstol por ídolos. No solo eran los muñecos de arcilla, madera, oro o plata, sino la imagen mental que guardaban de Dios. La metanoia griega es el arrepentirse de la idea que se tenga de Dios, pues el Dios revelado en la Escritura es totalmente distinto de lo que el hombre natural ha concebido a través de los siglos. El ídolo viene a ser un representante simbólico de la divinidad que se busca adorar, pero otro apóstol aclara la realidad del servicio a las imágenes (físicas y mentales). Lo que las gentes sacrifican a sus ídolos, a los demonios sacrifican.

Muchas personas traen una Biblia bajo el brazo, con muchos de sus textos memorizados aun desde la infancia. Ellos cantan himnos sacados de ese mismo libro, van semanalmente a la iglesia, trabajan esperanzados en la comunidad cristiana. Sin embargo, Pablo dijo algo de personas semejantes, los judíos de su época, que tenían un gran celo de Dios pero no conforme a ciencia.

El Señor, por su parte, también advirtió de semejantes personas. En el día final les dirá que nunca los conoció, pese a que ellos argumentarán que en su nombre vivieron e hicieron señales y milagros. Desde esta perspectiva la admonición de Juan cobra vigencia y se hace vital: no creáis a todo espíritu -sea humano o angelical-, no digáis bienvenido a quien no trae la doctrina de Cristo. El ser humano es ante todo espíritu, la cualidad de su persona que no muere jamás. Los ángeles también son espíritus ministradores de Dios, pero los ángeles caídos son espíritus que habitan en las regiones celestes siguiendo al príncipe de las potestades del aire.

Como la Escritura también hace referencia a las doctrinas de demonios, se entiende que en contraposición a la doctrina de Cristo los espíritus engañadores inspiran enseñanzas para confusión de los que se llaman creyentes. Pablo advirtió a los de Tesalónica acerca de que Dios enviaría un espíritu de error o estupor para los que no quisieron creer a la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad. De allí que conviene estar atento a cada espíritu para valorar qué doctrina trae.

Hay doctrinas o enseñanzas que parecen verdaderas, que vistas con simpleza pueden engañar a los expertos. Sin embargo, al Espíritu Santo nadie engaña, de manera que si ese Espíritu mora en nosotros seremos guiados a toda verdad. Pero sucede que el Espíritu de Dios no actúa al margen de la palabra revelada, mucho menos en contraposición a ella. Esto es, el Espíritu no nos va a revelar los textos de la Escritura ya manifestados a los escogidos de Dios, sino que nos recordará todas las cosas de Jesucristo. Nuestro trabajo consiste en escudriñar las enseñanzas que emanan de aquella Escritura.

Los demonios creen y tiemblan, pero no son salvos. Hay creyentes que creen y tiemblan, pero tampoco son salvos. Ese es el sentir de Santiago cuando escribió su carta, el mismo sentir de Jesucristo cuando hizo su advertencia acerca del argumento de hacer cosas en su nombre. En su nombre se puede hacer misericordia a miles, pero la salvación no es por obras; en su nombre se pueden expulsar demonios, pero los milagros no lo impresionan; en su nombre se puede pasar una larga vida en los asientos de la iglesia, en alabanzas y sermones, pero el Señor también está cansado de holocaustos y palabrerías.

Si alguien llega a su casa (o a su templo) y dice tener la doctrina de Cristo, pero no es examinado, podría ser de gran peligro. Tal vez sea un lobo disfrazado de oveja que viene para hacer estragos. ¿Cómo examinar los espíritus? ¿Cómo saber quién trae la doctrina de Cristo? Es muy simple si tenemos la doctrina del Señor, de lo contrario los cristianos profesantes caerían en el engaño por partida doble. Lo mismo les sucedió a los prosélitos de los fariseos, quienes acarrearon doble culpa, o culpa sobre culpa, ya que encima de su error personal sumaban el error de sus instructores.

Si usted conoce la doctrina de Cristo, si usted sabe acerca de su persona y su trabajo, no tiene que temer de los falsos maestros. El problema se suscita cuando no se conoce la enseñanza del Señor. ¿Cuál fue la misión del Hijo de Dios en la tierra? ¿A qué vino Jesucristo a este mundo? ¿Por qué se humanó y habitó entre nosotros? Muchos responden que vino a enseñarnos ética cristiana, que vino a darnos ejemplo de lo que es la dignidad humana. Otros argumentan que se presentó para ayudarnos a ser salvos de la condenación venidera. Algunos suponen que Jesucristo estuvo acá para darnos ejemplo de cómo una conducta sana puede generar el cambio social.

Hay multitud de creyentes que hacen labor social, van a los hospitales y llevan ropa a los enfermos, visitan a los presos en la cárcel, se afilian a organizaciones que ayudan a los pobres. Ellos piensan que eso forma parte de lo que Dios desea que hagan para ser aceptados como hijos del Padre de las luces. Los más avezados sostienen que si se hace aquello sería un efecto o señal de haber creído. Pero eso también hacen otros sin nombrar siquiera a Dios, eso hacen los magnates asaltados por el sentimiento de piedad. Los políticos desean que el Estado se incorpore a acciones tan nobles, pero de la misma manera el Señor no tomará en cuenta esas obras ni como causa ni como efecto de haber creído. El conoce a los suyos, de manera que dirá en aquel día: nunca os conocí.

La doctrina de Cristo es muy sencilla, de acuerdo a lo que se narra en las Escrituras. Según el evangelista Mateo, el nombre que se le pondría al niño que nacería sería Jesús, porque él salvaría a su pueblo de sus pecados. En ese solo texto puede haber un resumen de la enseñanza de Jesús: el nombre del niño es Jehová salva (Jesús), lo que también resume la misión de aquel ser encarnado que habitó entre nosotros. El salvaría a su pueblo de sus pecados, no al que no es su pueblo.

Jesús oró antes de su muerte, pidiendo al Padre por los que le había dado, pero dijo en forma muy específica no ruego por el mundo. De manera que la misión del niño que nacería y del niño hecho hombre convergen en la misma idea, la salvación de los elegidos del Padre que no son otros sino su pueblo, los que el Padre le dio, pero que no incluye al mundo por el cual Jesús no rogó. Se entiende que si la víspera de su expiación no rogó por el mundo, en el día de su trabajo glorioso en la cruz no representó al mundo. Esta es la enseñanza de Jesucristo, enfatizada una y otra vez por los profetas del Antiguo Testamento, por sus discípulos, por los escritores bíblicos. Pero también fue su reiteración en sus prédicas al aire libre, ante seguidores que decían ser discípulos suyos.

A muchos de estos discípulos la palabra del Señor les pareció una ofensa dura de aceptar, lo que les dio motivo para retirarse de su entorno. Jesús les decía en aquel entonces que nadie podía ir a él, a no ser que el Padre lo trajese. A otro grupo le dijo que no podían creer en él porque no eran de sus ovejas. Es decir, el requisito para ser creyente es ser oveja primero, pero para esto nadie es suficiente sino solo Dios.

El otro evangelio, que es espurio, predica que todos somos hijos de Dios, o que todos tenemos el derecho de ser hijos de Dios. Que la muerte de Jesucristo no cumplió lo que el ángel le dijo a José acerca del nombre del niño, que salvaría a su pueblo de sus pecados. Sostienen que  Jesús salvaría potencialmente de sus pecados a todo el mundo. Que la última palabra en materia de salvación recae sobre el pecador (un muerto que no quiere a Dios, que no busca lo bueno), quien tendrá la opción de decidir libremente. Este evangelio espurio es aclamado en medio de las asambleas que Juan denominó sinagogas de Satanás, lo cual parece ser el mensaje de los falsos maestros inspirado en la enseñanza de los demonios para que se crea en la mentira.

De esta forma, queda demostrado lo fácil que resulta probar los espíritus para ver si son de Dios; queda en evidencia la sencillez de la advertencia de Juan, de no decirle bienvenido a quien no traiga la enseñanza de Jesucristo.

En Deuteronomio 13:1 encontramos una advertencia similar ante la congregación de Israel. Si un profeta o soñador apareciere en medio de la gente haciendo alguna señal milagrosa, diciendo cosas que se cumplen, pero con un mensaje engañoso, un mensaje no enseñado por el Señor, tal profeta debería ser rechazado. A ese profeta o soñador de sueños no se le debe escuchar. Más allá de que la señal se cumpla como un milagro que reafirma las palabras del falso maestro, la congregación debe rechazar su mensaje y al portador del mismo por cuanto sus palabras no se validan con la palabra de Dios. Por esta razón el Señor dijo que él conocía a los que eran suyos y que a estas personas les dirá que nunca las hubo conocido jamás.

Presumir que una enseñanza es divina porque viene secundada de una señal milagrosa es suponer que los magos egipcios eran los enviados de Dios. Recibir la palabra espuria es recibir la palabra endemoniada (o impartida por un demonio en su doctrina), por lo cual inclinarse ante el dios de tal mensajero o soñador sería una abominación al Dios de las Escrituras. Nuestro deber como verdaderos creyentes es poner lejos el mal de nosotros, no sea que recibamos las plagas de los que proclaman un mensaje diferente.

El que es enseñado por el Padre irá a Jesucristo, pero los falsos profetas que vienen vestidos con piel de oveja no fueron enseñados por Dios. Los espinos no producen uvas ni los higos provienen de los abrojos; de la misma manera, todo árbol sano da buenos frutos, pero todo árbol podrido da malos frutos. El árbol sano no puede dar malos frutos, ni tampoco puede el árbol podrido dar buenos frutos (Mateo 7: 18). Asimismo, la oveja no puede convertirse en cabra ni la cabra puede jamás llegar a ser oveja.

El que no conoce la justicia de Dios que es Cristo, busca establecer la suya propia. Esta es la lógica que permite llenar el vacío, ya que donde no está la justicia de Dios aparece la justicia del hombre. Dentro de este último grupo están los que combinan de acuerdo a la sabiduría del mundo la justicia de Dios y la justicia humana. Estos son los mismos que creen en lo que imaginan debe ser Dios, son los que han creado imágenes mentales para compartir con la asamblea. Ellos se regocijan en un dios que no puede salvar a nadie, porque no representó a nadie en particular. Pero ese dios es más democrático, más inclusivo, más prometedor de esperanza que el Dios de las Escrituras.

Los falsos maestros enseñan que la potencialidad de la salvación va de la mano con la libertad humana, de manera que Dios hizo su parte en la cruz, mas ahora le toca al hombre hacer la suya en la tierra. Esa es su manera de ver la justicia que satisface a Dios, una que está ligada al libre arbitrio humano. Ellos dicen que de no ser de esta manera Dios sería culpable de juzgar injustamente al condenar a seres como Esaú. Para favorecer al Dios de las Escrituras tuercen los textos en una hermenéutica intuitiva, subjetiva, que es ante todo una eiségesis  y no el producto de una exégesis. En su interpretación derivada de una enseñanza extraña Esaú es condenado porque Dios previó lo que haría respecto a su primogenitura, así como Jacob se salvaría porque Dios previó que amaría conquistar su primogenitura.

Su osadía no tiene límites y desborda la Escritura que dice lo opuesto: Dios es soberano y la criatura esclava del pecado; Dios salva desde la eternidad, antes de que hiciésemos bien o mal, para que las obras no lleven la gloria sino el Elector. Ellos confunden la historia humana con la eternidad de Dios, al suponer que el hombre cree o no cree en forma muy puntual en el tiempo sin que se tenga en cuenta lo que ya está decidido desde la eternidad. Ellos se unen en coro junto al objetor, quien reclama a viva voz ¿por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién puede resistir a su voluntad?

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 13:55
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