Domingo, 14 de junio de 2015

Si Dios envió a su Hijo a morir por toda la humanidad, esto debió ser motivado por un amor incondicional. Pero debemos de inmediato recurrir a los libros de la Escritura que profieren la doctrina de la salvación. A lo largo de ella aparecen textos que hablan de la soberanía de Dios, al crear a unos para gloria eterna y a otros para perdición eterna. Aún en el Génesis, cuando se anuncia la promesa divina de enviar al Salvador, se presenta la simiente de la serpiente en contra de la simiente de Dios. Se dice que en Isaac le sería llamada descendencia a Abraham, lo que es cierto al hablar de nosotros como hijos de Abraham, en tanto padre de la fe.

Pues el Hijo de Dios afirmó que no todos son llamados sino muchos, pero dentro de los muchos son pocos los escogidos. Dijo que él nos había escogido a nosotros y no nosotros a él; se congració en llamarnos manada pequeña, una pequeña parte de la humanidad entera por la cual rogó la noche antes de su expiación. Por cierto, en aquella oración dijo que no rogaba por el mundo; lo afirmó en forma muy específica, lo cual supone que al día siguiente no representaría en la cruz a esa manada tan grande llamada mundo (Juan 17:9).

Como fábula teológica se debe considerar el dicho que afirma que Dios odia el pecado pero ama al pecador. Nada más lejos de la realidad teológica de las Escrituras.

Pero, para los cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Apocalipsis 21:8). Este solo texto bastaría para demostrar que Dios odia al pecador, a quien enviará a la muerte segunda, lo que es un eufemismo del lago de fuego y azufre. El libro añade: Jamás entrará en ella cosa impura o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero (verso 27). Ahora bien, ¿quiénes son los inscritos en el libro de la vida del Cordero? Ese libro también responde, los que fueron allí inscritos desde la fundación del mundo (Apocalipsis 17:8 y 13:8).

¿No está airado Dios todos los días contra el impío? El Salmo 7:11 nos da la respuesta; se agrega: Jehová prueba al justo, pero su alma aborrece al impío y al que ama la violencia (Salmo 11:5). Nosotros sabemos que en la humanidad como tal no hay justo ni aún uno, de manera que si Jehová prueba al justo, este justo tuvo que haber sido justificado por la fe en Jesucristo. Como no es de todos la fe, y como la fe es un don de Dios, dado que Jesucristo es el autor y consumador de la fe se infiere que el justo es el escogido para salvación.

La perpetua indignación de Dios para con Esaú y todos los que él representa no es un asunto intermitente, su odio (miseo) jamás implicaría un amar menos,  como los teólogos arminianos, romanos y muchos seguidores calvinistas aseguran, para suavizar un poco el exceso de soberanía en Dios. Decía David que él aborrecía a los que esperaban en ídolos vanos (Salmo 31:6), razón encontrada en que ellos sacrifican a los demonios (1 Corintios 10:20). El salmista aborrecía por completo a los adversarios de Dios, que son muchos; de hecho, los tenía por enemigos. La frase traducida por la Vulgata Latina es muy explícita y se acerca bastante al sentido de la lengua castellana: perfecto odio oderam illos inimici facti sunt mihi (Vulgate Psalmus 138:22) (con odio los odio a quienes tengo por enemigos míos, los cuales, según el verso anterior son los mismos que odian a Dios).

El rey Josafat trastabilló en su actitud favorable al impío, por lo cual un vidente (profeta) le dijo: ¿Das ayuda al impío y amas a los que aborrecen a Jehová? Por esto, la ira de Jehová será contra ti (2 Crónicas 19:2). Hemos dicho que Jesús oró por quienes creían y creerían en él, la noche antes de su expiación. El aseguró que no rogaba por el mundo, por lo tanto, si Jesús está a la diestra del Padre e intercede por nosotros, ese nosotros se refiere solamente a sus hijos. Pero, además, si el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8: 34-35), lo hace porque siendo las arras de nuestra salvación nos ha sido dado como signo de que pertenecemos a Jesucristo. El Hijo de Dios jamás haría lo que hizo el rey Josafat, manifestar una actitud favorable al impío.

El Antiguo Testamento está lleno de ejemplos acerca del amor y odio de Dios. El arca de Noé es una clara muestra de lo que decimos, escogió a muy pocos para salvar pero condenó a la gran mayoría que pereció en las aguas. ¿Por qué el pregón de Noé, si Dios no tenía la intención de salvar a todos? Sencillamente porque Dios demanda responsabilidad, más allá de que el hombre no tenga capacidad de pago. El único pago aceptado ha sido la justicia de Cristo, que es Cristo mismo. Todo lo demás que añada o pretenda añadir el ser humano es considerado una abominación, un sacrilegio que pisotea la sangre del Hijo haciéndola insuficiente.

El gran test de la Biblia está escrito en Romanos capítulo 9, en especial el verso que habla de cómo Dios odió a Esaú antes de hacer bien o mal. Con ese planteamiento son muchos los que tropiezan y para excusar su rubor aluden a que Dios no quiso decir eso. Como si quisieran ellos defender lo indefendible, interpretando por una vía oscura lo que es tan claro como la luz del sol. Pues si algo oscuro se desprende del texto, su razón ha de ser buscada en los ojos que lo leen.

Dios no ama a aquellos que no son sus hijos; debemos tener cuidado de andar mintiendo por ahí al decirle a la gente: Dios te ama. Eso no lo sabemos a ciencia cierta, no sabemos quién es el elegido. El que Dios haga salir su sol sobre justos e injustos puede ser un acto de bondad para con todos, pero eso no es gracia salvadora. Esos actos bondadosos son más bien providenciales, ya que Dios se garantiza mediante su providencia el que aún el impío llegue a viejo, a veces con buena salud y abundantes riquezas, para que cumpla su propósito eterno. Lo mismo se aseguró de Judas Iscariote, el que habría de entregar a su Hijo. Judas no murió antes de tiempo, ni nació fuera del territorio donde tenía que actuar; Dios proveyó todas las circunstancias para que llevara a cabo el plan designado para él.

La Biblia nos dice que Dios castiga a quien ama, y azota a todo aquel que tiene por hijo (Hebreos 12:6-8). Sabemos que no castiga a todas las personas, por cuanto muchos no son hijos sino bastardos. En ocasiones castiga al impío en esta vida, para ejemplo de justicia y para tomar venganza a nombre de sus hijos. Pero para ellos está reservada la más densa oscuridad como parte del castigo eterno.

Lo que acá decimos no es materia popular que agrade a las galerías. Tampoco lo fue el diluvio universal, ya que el corazón del hombre no redimido es desesperadamente malvado e inclinado al mal. Su naturaleza se carga de odio contra Dios, de manera que no hay ni siquiera un justo que lo busque o lo desee. Los que lo buscamos lo hacemos porque antes fuimos hallados por Él, si le amamos ha sido porque Él nos amó primero.

Con todo, se proclama su palabra para que aquellos que tengan oídos para oír oigan y sean convertidos de su vana manera de vivir. Como dijo el profeta Isaías, si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón. Antes de preguntarse si Dios lo ama a usted, conviene preguntarse si usted teme y ama a Dios. En la segunda respuesta está también la primera, sin que se pretenda invertir el orden de los factores en la redención. 

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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