S?bado, 30 de mayo de 2015

Hay un proverbio bíblico que dice que el temor al hombre pone trampas (Proverbio 29: 25). Su contraparte nos asegura que el que confía en Jehová estará a salvo, será levantado. Esta forma de andar asustado es subjetiva, pertenece al gobierno interno del alma, por lo tanto no tiene nada que ver con el temor de Dios. Como si se tratase de un sonido abstracto que acude a ocupar una casilla vacía, cuando se abandona el temor a Dios aparece el temor al hombre. Por el contrario, cuando aquel reaparece, éste se esfuma.

Si una vez se nos dijo que sería maldito el hombre que confiara en el hombre, cuánto más maldición se habrá de recibir por temerlo. Poco importa que lo que empezó subjetivamente manifieste algún rasgo de objetividad, como cuando se demuestre el miedo de perder una amistad, o cuando tememos no recibir el favor de alguien de quien necesitamos. Acá se cumple en nosotros un dicho bíblico: lo que el impío teme, eso le vendrá.

Nos comportamos impíamente cuando sustituimos el temor del Señor por el terror al hombre. Lo hicieron muchas personas en la época de Jesús, que no lo proclamaron como Mesías por miedo a la opinión de los numerosos judíos que lo negaban. También Pedro negó al Señor por haber caído en la trampa de temer la opinión humana de sus interrogadores. Abraham casi perdió a Sara, su mujer, cuando temió que por saberse que era su esposa podían matarlo (Génesis 12:12).

El temor a los demás suele nacer por el pánico al ridículo, al rechazo, a lo que la gente pueda pensar acerca de uno. Es un temor perverso el que se siente frente a los demás, cuando se tiembla al pensar que podemos ser descubiertos en aquellos actos que solemos hacer a solas. Orar, leer la Biblia, cantar himnos, disfrutar de la presencia de Dios. Estas cosas son personalísimas, pero se pueden esconder fácilmente para que el otro no las mire como características de nuestra conducta. A Saúl le pasó lo mismo frente a Samuel, dijo que le temía al pueblo, por eso quebrantó el mandamiento de Dios (1 Samuel 15:24). Por temer la opinión de la gente, Herodes le quitó la cabeza al Bautista; por temor a la opinión de la muchedumbre, Pilatos se lavó las manos al reconocer que hacía derramar sangre justa. Y Nicodemo admiraba al Señor, pero lo hacía de noche, para no enfrentar a sus colegas del Sanedrín.

Temer al hombre antes que a Dios es suponer que aquél es más importante que el segundo. Por esa creencia hay un reclamo en las Escrituras:  ... ¿Quién eres tú para que temas al hombre, que es mortal; al hijo del hombre, que es tratado como el pasto? ¿Te has olvidado ya de Jehová, tu Hacedor, que desplegó los cielos y puso los fundamentos de la tierra, para que continuamente y todo el día temas la furia del opresor, cuando se dispone a destruir? Pero, ¿dónde está la furia del opresor? (Isaías 51:12-13).

Una pobre criatura teme a un frágil hombre que muere, porque todos vamos camino a la muerte. De momento unos tienen más poder y son capaces de matar el cuerpo, pero el alma no pueden encerrar, quitar o asesinar. El impío se enaltece y se extiende como la hierba mala, pero será cortado y como la hierba verde se secará. David supo que Goliat era muy fuerte, un imposible para enfrentarlo cuerpo a cuerpo. Pero el miedo que sintió el pueblo de Israel, liderado por el pánico de Saúl su rey, no les permitía percibir el poder de Dios. En ese contexto, el joven pastor, acostumbrado a enfrentarse a osos y leones para defender sus ovejas, quiso enfrentarse al gigante.

Una línea muy definida trazó en algún terreno imaginario, separando con sus palabras los dos espacios, filisteo incircunciso por un lado, los escuadrones del Dios viviente por el otro. La circuncisión era una marca de pertenencia, la no circuncisión era la ausencia de la señal; con esto en mente, el pequeño pastor de ovejas siguió pronunciando su primer discurso público: tú vienes a mí con espada y con lanza (con el poder de guerra de entonces) mas yo voy a ti en el nombre del Señor. Los dos lugares quedaron bien definidos, dos espacios para los enemigos de siempre, bajo dos signos inconfundibles, los que habían recibido la promesa del Dios viviente y los que no la tenían en su haber.

La confianza del hijo menor ya ungido como futuro rey de Israel se fundamentaba en la memoria de ese Dios, al que le cantaba algunos salmos cuando estaba en el campo. Ya había sido entrenado venciendo sus temores frente a osos y felinos, en la soledad de su pastoreo. El vivía en una torre fortificada donde estaba a salvo, el nombre de Jehová, como escribiría años más tarde uno de sus hijos (Proverbios 18:10).

No en vano se ha dicho que el reino de los cielos lo arrebatan los valientes, que los cobardes estarán fuera y que Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Sucede que cuando los caminos del hombre son agradables ante su Creador, aun a sus enemigos hará estar en paz con él; de manera que no temamos los insultos humanos, sus señalamientos y reproches o el sometimiento al ridículo.

La paradoja del que causa miedo es que mientras infunde temor teme perder sus ganancias si abandona sus costumbres paganas, teme ser descubierto en sus fechorías ocultas, teme tener que asumir públicamente que está equivocado en sus creencias. El que amedrenta intimida, atemoriza, asusta y acobarda; amilana y desanima hasta que la persona queda descorazonada. Pero todas estas acciones las teme mientras se oculta en la máscara de su cinismo, como el ladrón en la cruz que se burlaba de Jesús: si eres Hijo de Dios sálvate a ti mismo y a nosotros. El que amedrenta está deseoso de ver un milagro que lo saque de sus temores ocultos, pero su irreverencia lo lleva a infundir sus propios miedos acerca de lo desconocido. Está asustado y se envalentona al atemorizar al otro.

Oídme, los que conocéis la justicia, el pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis la afrenta de los hombres, ni os atemoricéis ante sus ultrajes. Porque la polilla se los comerá como a vestidura; la larva los consumirá como a la lana. Pero mi justicia permanecerá para siempre, y mi salvación de generación en generación (Isaías 51:7-8).

César Paredes

[email protected]

destino.blogcindario.com


Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 11:29
Comentarios (0)  | Enviar
Comentarios