Dios no está jamás bajo ningún tipo de obligación, ni moral, ni administrativa, ni de ningún otro género. Él ha sido siempre feliz y pudo habernos creado sin la capacidad de pecar, pudo haber conservado a Lucifer en santidad, sin que una multitud de ángeles descendiera en su caída. Al no estar atado a ninguna acción de sus criaturas no tuvo que considerarse obligado como un deudor a su acreedor.
Si lo que quiso ha hecho, entonces quiso crear el universo como lo conocemos. Incluso se ha escrito que Él creó al malo para el día malo, que se atribuye todo lo que acontece en la ciudad, pues de su boca sale lo bueno y lo malo. Podemos entender que hay una épica de Dios, que el Hijo también fue predestinado para ser el Cordero que quita el pecado del mundo. El concepto mundo tiene muchas acepciones y expresa el continente de dos grupos muy definidos, uno deseado eternamente y otro odiado por siempre. A Jacob amó pero a Esaú aborreció, antes de que hiciesen bien o mal, de manera que la elección ha permanecido por causa del Elector y no del objeto elegido. De una misma masa (naturaleza) fabricó vasos de barro honrosos y también hizo vasos de vergüenza para destrucción. El objetivo de esta actuación de la Divinidad se fundamenta en la alabanza de la gloria de su poder, justicia y misericordia.
En este contexto histórico, el objetor se levanta con el puño frente a Dios y le reclama por su escasa justicia. ¿Qué alternativa tuvo Esaú ante la poderosa voluntad de Dios? ¿Pudo acaso alguna vez hacer algo en contra de lo que le fue pre-ordenado? ¿Acaso vencería el fardo de su destino impuesto? Las palabras del objetor parecen justas para un reclamo, pero carecen de fuerza ante la voluntad inexpugnable del Dios de las Escrituras. El objetor no es más que otro vaso de barro hecho por el Creador, por lo cual demuestra su dependencia.
Frente a este panorama descrito en la Biblia, la criatura sucumbe bajo el peso del dictamen divino. Se dice que Dios ha soportado con paciencia los vasos preparados para ira y destrucción, que tienen la facultad de lanzar improperios y de esparcir sus palabras por toda la tierra. Los dos tipos de vasos contrastan, uno para ira y otro para gloria (Romanos 9:22-23), Esaú odiado y Jacob amado. El cántico del redimido no se fundamenta en la estructura de su masa de barro, idéntica en todos, tanto en Faraón como en Caín y Jacob, sino en la voluntad del Elector.
El completo trabajo de salvación fluye de la libre gracia de Dios. Su elección no estuvo atada a la criatura ni a alguna de sus obras que le resultara atractiva. No vio el Señor arrepentimiento, fe o amor en su vaso elegido, como si algún antecedente lo vinculara en su decreto de elección. Estando en la tierra, Jesús alabó al Padre por haber escondido el evangelio de los sabios y entendidos, para revelarlo a los niños (a los elegidos). La razón del Padre ha sido muy sencilla: porque eso fue de su agrado (Mateo 11:26).
Hemos sido separados del resto del mundo en cuanto a la elección, la redención y el llamado eficaz, para formar parte de la iglesia de Cristo. Se nos ha llamado la manada pequeña, pocos en número al ser comparados con el resto del mundo, como aquellos israelitas que en el censo de David fueron muy pocos en comparación con el conglomerado de personas del planeta (y sabemos que solamente el Señor llamaría en Isaac a su descendencia).
Pequeños y con muchos temores, con escasez de bienes muchas veces, somos sometidos a peligros y desprecio por parte de los altivos personajes que se agrupan bajo el concepto de mayoría. Aún para ellos les sirve el eslogan la mayoría siempre tiene la razón, o este otro: voz del pueblo, voz de Dios. Bajo estas premisas del argumento de cantidad se nos propina el vejamen de considerarnos inferiores en intelecto, fanáticos de la moral o fundamentalistas hasta la obsesión.
Pero a esa manada pequeña le fue dada la esperanza de no ser olvidada, en la providencia del buen pastor. Tampoco se le olvida que el buen pastor dio su vida por ella, o que prometió guardarla en sus manos y en las manos de su Padre, de quien la elección se hizo de acuerdo al beneplácito de su voluntad ... según el beneplácito que se propuso en Cristo ... según el propósito de aquel que realiza todas las cosas conforme al consejo de su voluntad (Efesios 1: 5,9,11).
¿No fue Israel el más insignificante de todos los pueblos de la tierra? No fue escogido porque fuese mejor que sus vecinos, sino por el amor de Jehová que cumple su promesa (decreto) bajo juramento, para librar de la casa de esclavitud a la muchedumbre de sus elegidos (Deuteronomio 7:7-8). De manera que tanto el profeta Malaquías como el apóstol Pablo vieron en Jacob y Esaú los modelos de la elección de Dios, los que estando bajo un mismo vientre no tenían valor alguno en su materia o esencia. Por ser de la misma masa, carecían de fe para motivar al Elector, no habían aún nacido, no habían aún hecho ni bien ni mal como para motivar su rechazo (pero el propósito de Dios dependía de su elección y no de las obras -Romanos 9: 11 y 18; Malaquías 1:2-3).
El Señor llamó a los dos hijos de Zebedeo (Santiago y Juan), pero dejó a su padre junto a sus jornaleros; a otro que le pidió enterrar a su padre le respondió que dejara que los muertos enterrasen a sus muertos. Con esta frase el Señor le dijo al futuro discípulo adónde iría su papá muerto espiritualmente, al igual que los muertos espirituales que lo habrían de enterrar. No hubo negocio ni contrato con el elegido, para favorecer su casa y dar salvación a toda la familia. De los habitantes del planeta, a unos les fue dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a la mayoría les fue negado ese privilegio; el mismo Dios escondió de los sabios y entendidos los asuntos que del reino otorgó a los niños.
Si la fe es un regalo de Dios, se deriva que también proviene de su libre afecto y voluntad. Dios obra todas las cosas de acuerdo al consejo de su voluntad, tanto el querer como el hacer, para que todas las cosas que pasen ayuden a bien a los que son llamados conforme a su propósito. Por esta razón un discípulo le preguntó maravillado: Señor, ¿cómo es que te has de manifestar a nosotros y no al mundo? (Juan 14: 22).
Pese a la enfática demostración en la literatura bíblica acerca de los decretos incondicionales de Dios, el otro evangelio continúa con el anuncio de una soberanía relativa, junto a un sacrificio expiatorio opcional y potencial. En realidad los prosélitos del evangelio espurio caminan hacia un final de muerte y no de bien. Las palabras de Jesús son evidencia de lo dicho: Sí, Padre, porque así te agradó (Mateo 11: 26).
César Paredes
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