Lunes, 25 de mayo de 2015

Las llamadas bienaventuranzas del Señor están representadas por un vocablo griego que el escritor bíblico quiso dejar como emblemático del concepto que refiere. Makarioi (μακάριοι), benditos, es el término que implica una referencia muy amplia. El que es bendito lo es en tanto se ha hablado bien de él; benedicere en el latín contiene en su étimo una similitud estrecha con el equivalente castellano. El bendecido es aquella persona a quien se le ha dado un sinnúmero de beneficios públicos y privados, en todas las instancias de su vida.

En ocasiones makarioi se asocia con personas ricas, entendiendo la riqueza como una bendición añadida a la cualidad moral de la persona. En la literatura griega uno puede leer que las divinidades eran felices en tanto tenían poder y dignidad, sin que se haga referencia a la noción de santidad o separación del mundo. Sin embargo, cierto aire moral acompañaba al término en cuestión, por cuanto los griegos asociaron la prosperidad con la observación de las leyes morales naturales, así como la fatalidad para aquellos que las violaban.

Un relato al margen en el Nuevo Testamento refiere a un naufragio de Pablo, cuando al llegar a la isla de Malta le picó una víbora. Entonces la muchedumbre dijo que era un criminal que estaba siendo juzgado por la divinidad, por causa del naufragio y por causa de la picada del reptil. Hechos 28 lo narra así: Cuando los que vivían en la isla vieron a la serpiente colgada de la mano de Pablo, dijeron: Este hombre debe ser un asesino porque, aunque se salvó de morir ahogado en el mar, la diosa de la justicia no lo deja vivir (verso 4). La referencia bíblica demuestra el sentido pagano de moralidad, donde la fatalidad como la contraparte de la felicidad persigue a los malhechores.

De manera que la prosperidad consistía también en una apariencia externa conformada por riqueza, poder y sobre todo ausencia de calamidad. No obstante, aunque la filosofía griega asoció en gran medida la felicidad al conocimiento y la fatalidad a la ignorancia, el escritor bíblico refirió la fatalidad al pecado. Como contraparte se levanta el pecado ante la felicidad o la bendición, por lo cual se entiende que Dios habla bien del que rechaza el pecado o del que odia el pecado. Esta tendencia en el escritor bíblico ha hecho que se conciba la felicidad como un asunto espiritual, no necesariamente material.

De hecho, los griegos tenían otro término para la feliciad, eudaimonía (εὐδαιμονία), que implicaba estar bajo el efecto protector de un dios, de un genio o demonio. Pero este vocablo no fue atractivo para el escritor bíblico por lo que no lo vemos en las Escrituras; antes bien, se prefiere makarioi ante esta otra aparición de la lengua griega. Se entiende que el término demonio tiene mala reputación en las Sagradas Escrituras, por lo tanto fue rechazado por completo por sus escritores. Tampoco aparece en la Septuaginta, que es la versión griega del Antiguo Testamento, traducción del hebreo al griego entre el siglo I y II antes de Cristo del texto sagrado judío.

El concepto de felicidad se liga a la bendición por trabajar en el ministerio de la iglesia, en procura del beneficio de la cristiandad. Pero aunque se use makarioi también se implica la idea de estar protegido por la divinidad, en este caso por el Dios de la Biblia. Los felices son aquellos depositarios de la felicidad otorgada por Dios, (los que son tres veces felices, como dicen los hebreos). El creyente es feliz cuando agrada a Dios, lo cual supone una actividad humana que redunda en su propio beneficio, aunque de todos modos la felicidad se produce por el favor de Dios, en especial por la revelación de su gracia. En tal sentido, la felicidad cristiana se liga cada vez más a una prosperidad en el plano espiritual. Si recordamos las palabras de Jesucristo podemos reforzar esta idea, cuando dijo que de nada le servía al hombre ganar el mundo si perdiere su alma. También dijo Felices los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios; felices son los que lloran, porque recibirán consolación, felices los mansos, porque heredarán la tierra, felices los hambrientos y sedientos de justicia, porque serían saciados.

Otro vocablo que equivale a felicidad o bendición es aineo (αἰνεω), pero se traduce como alabanza y conlleva la idea un poco vaga de hablar bien.  Encontramos este vocablo en Lucas 19:37, cuando los discípulos comenzaron a alabar a Dios; también aparece en Apocalisis 19:5, cuando del trono salió una voz que decía: ¡Load a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, tanto pequeños como grandes!  

Aunque hay otras apariciones de este término, el escritor bíblico emplea, además de makarioi y aineo, el vocablo Eulogeo (Ἐυλογεω), que significa hablar bien de alguien, alabarlo. En ocasiones es Dios quien elogia al hombre, aunque también el hombre puede elogiar a Dios. El vocablo analizado ahora es un compuesto de dos partes: eu (εὐ), que significa bien, bueno, y logeo (λογεω), relacionado con el verbo hablar. Aunque este término fue usado en la literatura pagana, vinculado con sus dioses, sí es empleado en la Escritura Sagrada sin ninguna dificultad. Tal vez su étimo da mejor reputación que su equivalente eudaimonía, que contiene el concepto de estar protegido por una fuerza demoníaca.

Simeón bendijo a Dios cuando Jesús fue presentado por sus padres en el templo, utilizando el verbo eulogeo, lo cual quiere decir que habló bien de Dios (Lucas 2:28). Este verbo también refiere al acto de Dios por medio del cual Él eleva al hombre, lo hace grande, dándole prosperidad y confiriéndole beneficios. Cuando es el hombre quien bendice a Dios, lo exalta con las mejores palabras y con la pasión del corazón. Cuando bendecimos a los que nos maldicen, nuestras palabras son como un bumerán que nos traen beneficios. También este elogio sobre el enemigo le amontona ascuas de fuego sobre su cabeza, por lo cual se nos recomienda en palabras de Pablo lo siguiente:  Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no maldigáis (Romanos 12: 14).

Bien decir y no mal decir, la estrategia para que Dios también hable bien de nosotros. Esto implica un esfuerzo de parte nuestra, si bien se nos garantiza que el eulogeo de Dios sobre nosotros es todavía de mayor importancia que el que podamos hacer sobre nuestros enemigos. Que Dios hable bien de su gente es ya la suma de toda felicidad, el cúmulo del progreso que nuestra alma pueda alcanzar. Esto no amontona ascuas de fuego sobre nuestras cabezas, por cuanto somos considerados sus amigos y no solamente sus siervos; esto amontona felicidad sobre felicidad.

Véase: Kenneth S. Wuest. Word Studies in the Greek New Testament. Grand Rapids, Michigan, 1950.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 18:16
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