Muchos se han acostumbrado a decir que Dios está en control de todo cuanto pasa. Pero estar en control refiere a aprender a controlarse a uno mismo y a lidiar con la vida de una persona o con las cosas. Implica también intentar no perder el control. Entonces, rápidamente vemos que esta expresión lejos de ser inocente conlleva la idea de esforzarse para nivelar las situaciones desfavorables. Un Dios que necesite manipular a su audiencia para no perder el control de sí mismo, de su público y de su creación es un Dios limitado.
Por su parte, controlar presupone dirigir o dominar lo que se dirige. O Dios decreta o Dios permite; si esto último hace, implica por fuerza que ha decretado permitir. Este absurdo es el que esgrimen los teólogos del otro evangelio, que Dios decretó despojarse de su soberanía por un tiempo y por un espacio determinado, de manera que permite que el hombre sea libre al decidir (gracia media o gracia preventiva). Dios permite el pecado (como algo que acontece sin su voluntad absoluta, por lo cual se le añade la voluntad permisiva).
En realidad un Dios que está en control de todas las cosas no controla absolutamente nada. Primero tendría que perder mucho tiempo tratando de controlarse a sí mismo para después lidiar con los factores externos y ¨ajenos¨ que circundan su creación. Imaginémonos a Dios estando en control de Faraón. Hubiese sido una lucha bárbara sin garantías para vencer y, por supuesto, Faraón hubiese podido resistirse a la voluntad divina. Ya que un Dios que depone su soberanía respetará la voluntad del otro y buscará una salida media a los conflictos.
Estar en control implica ejercer diplomacia en el trato, intentar persuadir por serían tan numerosos y hubiese existido un común acuerdo desde tiempo inmemorial, de modo que se facilitase las relaciones del hombre con la Divinidad. Un Dios que está en control lo primero que debió haber hecho fue recoger todas las Biblias para reeditar su palabra.
El nuevo libro expondría: A Jacob amé, pero a Esaú amé menos; el infierno sería aniquilamiento de materia y alma (al estilo adventista); el cielo abundaría en armonía democrática, para satisfacción de las masas que allí logren entrar. El mérito humano estaría a la par que el mérito de la sangre del Hijo, y dado que Cristo hizo su parte, ahora le toca a usted hacer la suya.
En cambio, un Dios que controla hace que Adán caiga en pecado y con él toda la humanidad, pero hace que todos los que su Hijo representó en la cruz tengan vida juntamente con él. Si en Adán todos pecan, todos los que él representa nacerán muertos en delitos y pecados. ¡Cuánto más no se le imputará a Jesucristo la vida de todos aquellos que él representó en la cruz!
Controlar no es tentar, ya que ni Dios tienta ni puede ser tentado. El Dios que controla pudo hacer escribir: Así que no me enviasteis vosotros acá, sino Dios, que me ha puesto como protector del faraón, como señor de toda su casa y como gobernador de toda la tierra de Egipto (Génesis 45:8). Estas fueron las palabras de José, el hermano vendido como esclavo, quien reconoció que mucho antes de que la venta se gestara en la imaginación de sus hermanos Dios tenía un proyecto que la incluía.
Esto provenía de Jehová, quien endurecía el corazón de ellos, para que resistiesen con la guerra a Israel, a fin de que fueran destruidos sin que se les tuviese misericordia; para que fuesen desarraigados, como Jehová había mandado a Moisés (Josué 11:20). La muerte del rey Acab Jehová la había planificado, como también cuando envió un espíritu de mentira entre los profetas para que el rey de Israel fuese a la guerra. De Dios provino lo que le aconteció a Absalón al conspirar contra su padre, era Dios quien conspiraba contra el joven al determinar que el acertado consejo de Ahitofel se frustrara y de esta forma el mal cayera sobre el desafiante hijo de David (2 Samuel 17:14).
Preguntémonos cómo hizo Dios para que su Hijo fuese crucificado de acuerdo a como lo dijeron sus profetas. Si no hubiese controlado cada detalle y cada pensamiento de las personas que rodeaban a Jesús, hubiese fallado su plan. A Jesucristo lo querían matar mucho antes de ir al madero, incluso han podido no crucificarlo cuando fue apresado por los soldados. El mismo Judas pudo haberse visto impelido a no entregarlo, pudo vacilar y alterar el propósito eterno de Dios; Pilatos no se hubiese lavado las manos sino que habría soltado al inocente hombre de Galilea.
Frente a los múltiples textos bíblicos que exhiben a un Dios absolutamente soberano, se ha levantado la voz del objetor que intenta recriminar al Altísimo por el ejercicio de su poder. ¿Por qué, pues, inculpa? Pues ¿quién ha resistido a su voluntad? Al parecer nadie puede poner resistencia ante Dios, por lo que al mismo tiempo en virtud de la pequeñez y debilidad humana se objeta el excesivo uso de la fuerza divina. La mente natural ve injusto el que Dios haya decidido el destino de Esaú antes de que existiese o antes de que hiciese bien o mal.
Porque las obras no cuentan en ese destino, como tampoco en el de Jacob; lo que cuenta es la voluntad del elector (en este caso Dios). Dado que la pregunta contra Dios la hizo el objetor, el Espíritu Santo responde de acuerdo a su destinatario: ¿Quién eres tú para discutir con Dios? La comparación que sigue demuestra la impotencia absoluta del hombre: una olla de barro frente al alfarero hacedor del barro. Dios no solo hizo al hombre sino que hizo primero la arcilla, de manera que tiene derecho pleno de crear el destino que ocuparán sus vasos. Si el hombre impotente reclama ante su Hacedor, el Dios Omnipotente lo termina de aplastar con la respuesta: ¿Quién eres tú?
A Job se le hicieron preguntas similares: ¿dónde estabas tú cuando yo formaba la tierra? ¿Te han sido reveladas las puertas de la muerte? ¿Has visto las puertas de la densa oscuridad? (Job 38:4 y 17).
¡Ay del que pleitea con su Hacedor! ¡el tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: Qué haces; o tu obra: No tiene manos? ¡Ay del que dice al padre: ¿Por qué engendraste? y a la mujer: ¿Por qué pariste? (Isaías 45:9-10). ¿Se gloriará el hacha contra el que con ella corta? ¿Se ensoberbecerá la sierra contra el que la mueve? ¡Como si el bordón se levantase contra el que lo levanta! ¡Como si se levantase la vara como si no fuese leño! (Isaías 10:15).
César Paredes
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