Martes, 03 de marzo de 2015

Cuán difícil es encontrar creyentes hoy día. Claro está que si se trata de profesantes cristianos la abundancia es la norma. En un mundo cristianizado los hay de diversas índoles. El asunto es buscar el ideal bíblico, aquel que exige la permanencia en la doctrina de Cristo. Ciertamente muchos creen que Jesucristo vino en carne, pero eso no los califica como creyentes en el verdadero evangelio. ¿No creen lo mismo los miembros de otras religiones, aquellos que lo consideran un profeta?

Cuando el apóstol Juan hizo referencia a Jesús venido en carne y sangre implicaba mucho más que la referencia histórica. Estaba hablando de permanecer en su doctrina y nadie podría hacerlo a no ser que la conociese. Lo que Jesús enseñó fue su vida y su obra, nada más. Ah, pero muchos refieren a la ética cristiana, a asuntos de moral y costumbres, como si ese fuese el centro del evangelio.

Más allá de juzgar acciones pecaminosas de la humanidad, la vida de Jesucristo nos habla de su santidad. Su perfección, por ser el Hijo de Dios, nos mostró su capacidad para ser el Cordero anunciado desde el Antiguo Testamento. Su obra que le dio el Padre la acabó en la cruz, cuando antes de expirar profirió la célebre sentencia: Consumado es (Tetelestai). Pablo hizo referencia a este hecho trascendental en los creyentes, cuando afirmó que el acta de los decretos que nos era contraria fue clavada en la cruz.

La comprensión de este dicho de Pablo, aunado al entendimiento del mensaje central del evangelio, constituye el ideal de Juan en su exhortación de permanecer en la doctrina de Cristo. Puntualicemos algunos aspectos de las enseñanzas de Jesús, recordemos lo que fue escrito en los evangelios. Por ejemplo, nadie podrá ir a él a no ser que el Padre lo lleve (por la fuerza) hacia él. No se dice nunca que el hombre tiene libre albedrío para decidir al respecto. Surge un nuevo texto de apoyo, no me elegisteis vosotros a mi sino yo a vosotros. Tal vez hay que añadir otro más: le amamos a él porque él nos amó primero.

Sumemos el hecho de que la noche antes de la crucifixión Jesús oró al Padre y le agradeció por los que le había dado, pidió por ellos y por los que habrían de creer por intermedio de la predicación de su palabra. Pero cualquiera pudiera sugerir que en ese conjunto de los que habrían de creer se implica el mundo entero, quedando a su arbitrio la decisión final. Por eso es que se predica en los púlpitos que ya Jesús hizo su parte, pero ahora le toca a cada quien hacer la suya.

Sin embargo, en esa oración referida por Juan (capítulo 17) se añade una expresión clarificadora, específica, excluyente: No ruego por el mundo. Vaya, el Hijo de Dios que es amor nos dijo que no rogaba por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado. Uno relaciona esa súplica con la intercesión que él hace hoy día a la diestra del Padre. Dice la Escritura que ora por nosotros (por los que el Padre le dio) y no añade que en estos momentos ora por el mundo. Y es que el trabajo expiatorio de Jesús acabó en la cruz. Jesús llevó nuestros pecados y pagó por ellos como el Cordero de la expiación.

Aún el Antiguo Testamento que nos muestra como prefiguración ciertas cosas que habrían de venir nos habla del sacrificio del sacerdocio levítico en el pueblo de Israel. No era tal expiación hecha por el resto de los pueblos vecinos sino circunscrito a los escogidos por el Padre. Aquello era simbólico de lo que habría de ocurrir y ocurrió. La pascua judía demuestra ese hecho, que todos los que estuvieron protegidos por la sangre de un cordero no fueron visitados por el ángel de la muerte.

No se pretende decir que aquella gente fue salvada de la muerte eterna sino que fueron testigos de un hecho histórico y simbólico, precursor y anuncio de lo que acontecería siglos después. El impacto para el mundo conocido fue enorme, pues los gentiles que no buscaban a ese Dios fueron alcanzados por la gracia soberana. El mensaje se hizo extensivo al resto del mundo, sin que ello implique que cada persona lo haya escuchado o se haya enterado. Pero ciertamente hubo una inclusión universal que no implica por fuerza a cada uno de los miembros de la raza humana sin excepción.

Esa fue la alarma que ofendió a los judíos cristianos en un principio, pues no entendían cómo iban a recibir a los gentiles. Por esta razón la Escritura enseña que en Cristo no hay ni judío ni griego, ni hombre ni mujer, de manera que Dios no hace acepción o distinción de personas, ya que no ve cualidades en uno o en otro. Pero también enseña que así como la creación fue un acto soberano la nueva creación en Cristo es también soberana. A Lázaro no se le consultó si quería volver a la vida, de la misma forma que el Espíritu ordena la regeneración como quiere.

Sabemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu concuerdan en una sola voluntad, por lo que en materia de redención no hay colisión alguna. No se trata de que el Espíritu arbitrariamente reviva a alguien que el Padre no haya elegido; mucho menos que el Hijo haya expiado los pecados de aquellos que el Padre no le dio. Por ejemplo, Judas fue llamado el hijo de perdición, de manera que Jesús no murió por él. No lo hizo por aquellos cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la Vida del Cordero desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8 y 17:8).

Decir que el Padre escogió en base a lo que previó en el túnel del tiempo es suponer el caos como la apuesta de Dios. Si eso fuese cierto, entonces ocurrirían varios supuestos: 1) Dios sería un plagiario al haber copiado sin permiso el guión de los actos humanos para dictarlo a sus profetas; 2) Dios corrió con mucha suerte, pues lo que vio se cumplió en virtud de la férrea voluntad humana que no cambió ni un ápice en siglos; 3) Una parte de la humanidad en forma autónoma ideó la venida del Hijo de Dios (sin siquiera conocer de él) y lo anheló para crucificarlo, a fin de que se expiara sus pecados. Este hecho hizo que Dios tuviese que convencer a Su Hijo para que cumpliera tan idónea manera de expiación concebida por la humanidad muerta en delitos y pecados. 

Ante estos absurdos hay quienes proponen que Dios previó quienes creerían pero que fue Dios quien ideó el plan de salvación. Si lo ideó cómo es eso de que pudo ver quiénes lo recibirían con agrado, si no hay justo ni aún uno, si no hay quien busque a Dios. Agregan que ideó un espacio neutro en el cual se despojó de su soberanía para ofertar la salvación a la criatura humana; al revivir uno a uno, a cada persona ha ido proponiendo el mensaje de salvación. De esta manera es el hombre quien decide sin influencia alguna.

Tal proposición es por demás sin fundamento de la Escritura, es pura fábula teológica romana. La verdad bíblica es que un Dios tan ordenado y perfecto no enviaría a morir a Su Hijo por todas las personas sin excepción, pues se despreciaría la sangre de Jesús en aquellos por quienes murió. Al contrario, se demuestra que la expiación limitada de Jesús es la idea presentada en la Biblia. Todo lo que el Padre me da a mí, vendrá a mí. Y el que a mi viene no lo echo fuera. Y de nuevo, nadie viene a mi si no le fuere dado del Padre. También se dice esto: Y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna; o el Señor añadía cada día a la iglesia los que habrían de ser salvos.

Los que no permanecen en esta doctrina de Cristo no son dignos de llamarse hermanos ni de que tengamos comunión con ellos (no le digáis bienvenidos). En verdad este mensaje enardece a quienes no han sido llamados al reino, por eso levantan su puño contra el Señor y le dicen ¿Por qué, pues, inculpa? Pues ¿quién ha podido resistir a su voluntad? La única respuesta bíblica que se da es la siguiente: ¿Quién eres tú, oh hombre, para discutir con Dios? La olla de barro no puede hablar con su alfarero para decirle por qué la ha hecho de una u otra figura. La potestad del alfarero sobre el barro es indiscutible. Cuánto más no será, por la analogía del ejemplo, la potestad del Creador del barro y de la idea de hacer vasos para honra y vasos para deshonra. Por eso la Escritura ha dicho enfáticamente que Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 12:32
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