Jueves, 11 de diciembre de 2014

Son irrevocables los dones y el llamamiento de Dios, como se muestra por la práctica del llamado apostólico hecho por Jesucristo. Hubo uno por allá que le pidió esperar a enterrar a su papá, pero Jesús no se lo suplicó ni buscó indulgencias con un favor anticipado, sino que más bien le pronosticó el destino de su progenitor: Deje que los muertos entierren a sus muertos.

Este prospecto de discípulo tal vez no comprendió del todo lo que Jesús le dijo en ese momento, pero de seguro que a los pies del maestro pudo entender el mensaje global. La gracia de Dios es irresistible, pero la desgracia también. A ese discípulo le fue dado todo, mas a su padre le fue arrebatada hasta la vida. Deje que los muertos entierren a sus muertos es una sentencia categórica que pregona teología en su idea general.

La humanidad está muerta en delitos y pecados y el padre de ese futuro alumno también lo estaba. De manera que Jesús no le ofreció vida espiritual al progenitor sino solo a su descendencia individualizada. Así era Jesús y tal parece que así sigue siendo: un Dios soberano que hace como quiere. El dijo que era uno con el Padre, de manera que actúa y piensa como el soberano Dios, porque es Dios.

El evangelio es predicado en muchas partes y quienes tienen la oportunidad de oír pueden juzgar el mensaje. A algunos les parece vana palabrería religiosa, a otros les llama la atención la influencia del cristianismo en el mundo. Sin embargo, el evangelio no es cristianismo, ni religión, es simplemente una buena noticia para los escogidos de Dios. Por supuesto que será una mala nueva para los que no son llamados, pero el evangelio que se presenta como gracia no se puede resistir.

A los que antes conoció (o amó) a estos también predestinó, llamó, justificó y glorificó, un mismo sujeto pasivo movido en todas estas categorías por un mismo sujeto activo. Es Dios quien ama, predestina, llama, justifica y glorifica a cada uno de sus elegidos que habrán de creer por la locura de la predicación. Pablo lo vio como locura, ya que si Dios es quien prepara el terreno para que la semilla dé buen fruto, entonces no hay razón para echar la semilla fuera del camino, en espinos y pedregales. Pero el Señor nos dijo en esa parábola que esa era la voluntad del Padre, de manera que el apóstol se expresó de esa forma: quiso Dios salvar al mundo por medio de la locura de la predicación.

Si ya Dios todo lo preordenó ¿por qué razón no salva a todos los elegidos de una vez? Sin embargo, la predicación del evangelio cumple muchos propósitos y no solamente la de salvar. A algunos les añade mayor condenación (Lucas 122:47-48; Juan 19:11), asimismo instruye sobre las cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles (1 Pedro 112); ... para que ahora sea dada a conocer, por medio de la iglesia, la multiforme sabiduría de Dios a los principados y las autoridades en los lugares celestiales (Efesios 3:10).

Se da noticia de que Satanás es mortificado, sabiendo que le queda poco tiempo y que fue vencido en la cruz; de igual forma se anuncia que el pecado es condenado y el pecador es rescatado de las prisiones de tinieblas en que había sido sometido bajo el príncipe de la potestad del aire. La novedad consiste en que el impío pecador llega a ser justificado ante Dios,  en que el Dios airado contra el pecador ahora está pacificado, pues Dios es justo y justificador de los creyentes.

El injusto es justificado no en su injusticia sino de ella, con el perdón de pecados y con el olvido de todas sus iniquidades. Frente a este acto de misericordia la gracia se vuelve irresistible ante quien es ofrecida. Podríamos decir que el evangelio es la épica de Dios, que quiso escribir como un gran teatro preparado desde los siglos y manifestado en la historia de acuerdo a su voluntad. Y a Jesucristo le pareció bien cuando se humanó y dejó su gloria en los cielos, pues dijo que acordaba con lo que le había agradado al Padre (Mateo 11:26).

Lidia, la vendedora de púrpura, oía pero no entendía hasta que el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Jesús no le rogó al corazón de esa mujer, simplemente se lo abrió sin pedirle permiso, porque ella era una elegida. De allí que cuando se empieza la buena obra de salvación se termina hasta el final (Filipenses 1:6). En el camino de la gracia no hay abortos, no existen puentes rotos, o derrumbes inexpugnables, ya que todas las promesas de Dios son un sí y un amén.

La gracia de Dios es tan exacta que Jesucristo murió por los pecados de su pueblo (Mateo 1:21), que la condición de oveja precede al entendimiento de la palabra revelada (Juan 10:26), y nadie arrebatará de las manos del Padre y del Hijo a esas ovejas (Juan 10:28-29). Los trabajados y cargados con el pecado, los sedientos de Jesucristo y su perdón, lo son porque Dios ha colocado esa conciencia (espíritu nuevo) dentro de ellos, de manera que sin duda alguna irán a él para hallar descanso y satisfacer la sed. A ellos se les ha dicho que de su interior correrán ríos de agua viva y que no tendrán sed jamás.

Cuando la Biblia relata que Jesús está a la puerta de su iglesia apóstata Laodicea y llama, lo hace ante su pueblo a quien también le pide que huya de Babilonia. Hay ovejas escapadas al desierto donde el Buen Pastor acude a buscar y a sanar sus heridas. Jesús jamás se ha ocupado de los cabritos a quienes no conoce (ama), solamente ha hecho todo por su pueblo, quienes también son llamados amigos, iglesia y hermanos.

La gracia irresistible presupone varios elementos: 1) Un nuevo corazón de carne que suplanta al de piedra (Ezequiel 11:19; 36:26-27; Deuteronomio 30:6); 2) Una fe preciosa por la justicia de Dios y de nuestro Salvador Jesucristo (2 Pedro 1:1). Esta es la misma fe dada a Lidia, la vendedora de púrpura (Hechos 16:14), ya que solamente se cree por gracia (Hechos 18:27), como también se dice en Efesios 2:8-10, Por gracia sois salvados, por medio de la fe...un don de Dios; 3) Un arrepentimiento eficaz (2 Timoteo 2: 25-26), ya que todo lo que tenemos lo hemos recibido de arriba (1 Corintios 4:7), lo cual es posible en virtud de que su ley ha sido implantada en nuestros corazones (Jeremías 31:33). Pues es Dios quien garantiza también a los gentiles el arrepentimiento (Hechos 11:18).

Como punto final recordemos la escena en que Pedro reconoció que Jesucristo era el Hijo de Dios, el Mesías enviado. Mucha gente había presenciado los milagros de Jesús y muchos se acercaban para aprender de sus enseñanzas, sin embargo no todos ellos tenían la fe que proviene de la gracia. Sin embargo, el Señor reconoce que Pedro tiene esa fe especial, prueba y testimonio del regalo de Dios. Por eso le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mateo 16: 15-17).

Es Dios quien concede estos favores a quien quiere, que son los mismos que Él ha elegido: los ha escondido de los sabios y entendidos, pero los ha revelado a los niños (Lucas 10:21). Como también estuvo escrito en los profetas, que serían enseñados por Dios, de tal forma que solamente los que han oído y aprendido del Padre vienen a Jesucristo (Juan 6:45): la gracia de Dios es irresistible, por eso sabemos que los que han sido condenados no han recibido jamás dicha gracia.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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