Jueves, 04 de diciembre de 2014

El cambio de mentalidad es el concepto que engloba el  término arrepentimiento. Del griego, metanoia, intenta este vocablo decirnos que tenemos que aprender a distinguir al verdadero Dios en medio de los falsos dioses. Sí, la humanidad entera tiene la necesidad de cambiar su mentalidad respecto a quien es Dios. ¿Es acaso un ser hecho a imagen y semejanza nuestra? Eso fueron los dioses griegos, de acuerdo a las pasiones de los hombres. Sin embargo, la Biblia nos asegura que Dios no dará su gloria a otras divinidades.

No es que las haya, como tampoco hay otro evangelio, sin embargo hay muchos que inventan divinidades y evangelios distintos. Por eso urge arrepentirse y creer en la buena noticia de salvación. Esta no es otra que Jesucristo vino al mundo para salvar a su pueblo de sus pecados. Si usted es parte de ese pueblo entonces puede regocijarse y conocer plenamente las cualidades de Dios.

Los creyentes cometen errores siempre. No hay posibilidad alguna de salir inmaculados en nuestro diario vivir, pues la vieja naturaleza pecaminosa no nos abandona hasta la muerte. Pablo lo entendió muy bien y dijo que se sentía miserable, pues el bien que deseaba hacer no hacía, empero el mal que odiaba esto hacía. Supo que Jesucristo lo libraría de su cuerpo de muerte, pero que de los pecados diarios también hay que arrepentirse, pues son errores propios que acontecen fundamentalmente por nuestra testarudez.

Pedro negó al Señor en varias oportunidades pero su fe lo restituyó; con esa experiencia pudo cambiar su mentalidad respecto a Dios mismo. Supo que el Padre perdonaba, que sabía todas las cosas de antemano, pues el Hijo se lo había advertido. También comprendió que Satanás nos solicita en ocasiones para zarandearnos como a trigo.

Pero las ovejas del Buen Pastor le son propias y le siguen, nunca al extraño de quien no conocen su voz. Pedro siguió al Señor, no al extraño; Judas Iscariote, en cambio, siguió al extraño y desconocía la voz del Señor. David también pecó en varias ocasiones en forma muy cruda, pero reconoció la voz del Señor y le cantó salmos de arrepentimiento.

La Biblia nos dice que el sol no debe ponerse sobre nuestro enojo. Ese es un pecado de los más dañinos para la convivencia entre la masa, llámese pareja, amigo, congregación. El enojo debe ser prudente, airaos pero no pequéis. La prolongación de la ira nos lleva a un laberinto sin salida, nos provoca dar vueltas sobre una idea fija cuyo foco es el odio. Dado que se nos manda amar a los semejantes, en especial a los hermanos, el enojo sin límite es un sinsentido para el creyente.

Allí urge arrepentimiento, cambio de mentalidad. Ya no respecto a Dios, pero sí respecto a nosotros mismos y en especial a la persona objeto del enojo. Una raíz de amargura hace daño inconmensurable en la congregación de los justos. Una esposa que no perdona porque su ego es tan elevado que perdería su refugio si se baja hasta humillarse. Lo mismo vale para los maridos, los amigos, los que comparten en las iglesias de los santos las experiencias cotidianas.

En ocasiones cometemos errores al hablar con palabras no apropiadas, bajo el desenfreno del dolor y la emoción excitada. Pero de inmediato nos damos cuenta y tratamos de enmendar el problema generado. No obstante, nos percatamos de que la otra parte se ha ofendido sobremanera. Tal vez lo que ha pasado es que estaba esperando por ese momento para poder actuar en consecuencia, había preparado su huída y solamente necesitaba un detonante. Como consecuencia, el ofensor se desconcierta y asume culpas exageradas por todo lo que acontece. Lo que la víctima de la ofensa hace con el enojo es todavía peor que la ofensa que originó el desastre.

La Biblia nos recuerda que si no amamos a nuestros hermanos, a quienes vemos, ¿cómo podemos amar a Dios a quien no vemos? Nos dice que dejemos la ofrenda en el altar y que vayamos a reconciliarnos con los que ofendimos o con los que nos ofendieron. Por otra parte la existencia nos enseña que la vida es muy corta, que las dificultades del mundo son numerosas. Entonces ¿cuál es el sentido de vivir con rencores y bajo el influjo de las toxinas de la amargura?

El arrepentimiento nos permite el cambio de mentalidad respecto a muchas cosas. Por supuesto, el Señor manda a todos los seres humanos a que se arrepientan y crean el evangelio. Eso es parte de su plan para alcanzar a los elegidos del Padre, pero en cuanto al creyente sigue siendo viable que se arrepienta o que se vuelva de su mal camino. En ocasiones damos lugar al diablo para que nos amargue la existencia, por lo tanto conviene cortar el hilo del enojo, que ninguno se aparte de la gracia de Dios; no sea que brotando alguna raíz de amargura, os perturbe, y por ella muchos sean contaminados (Hebreos 12:15).

Los rumores unidos a la ansiedad son el medio de cultivo para la culpa y para el enojo. Arrepentirse implica en este contexto cambiar la mentalidad respecto a las circunstancias que han hecho posible que la ira abunde. Si queremos que Dios nos perdone debemos perdonar a los que nos ofenden, de acuerdo a la regla de oro de la oración ejemplar enseñada por Jesús. Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 10:47
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