Martes, 02 de diciembre de 2014

La lógica humana a partir de la exposición bíblica encuentra fácil alcanzar la conclusión desprendida de la enseñanza impartida en la Escritura. Si Jesús vino a salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21), el que no es su pueblo no encuentra salvación en su sangre. Si hay réprobos en cuanto a fe, de los cuales la condenación no se tarda, la expiación de Jesús no los alcanzó. Los personeros de Apocalipsis 13:8 y 17:8, cuyos nombres no estaban en el libro de la vida del Cordero, inmolado desde la fundación del mundo, tampoco fueron objeto de la expiación de Jesús.

Dado que una multiplicidad de textos se añaden para ilustrar la misma idea, no es posible apuntar a la salvación universal. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros; le amamos a él porque él nos amó primero; a Jacob amé, mas a Esaú aborrecí (antes de que hiciesen bien o mal). Una gran cantidad de discípulos (alumnos que lo seguían) murmuraban contra las palabras de su maestro, en el desconcierto que les produjo la falta de halago a su militancia. La ofensa del discurso de Jesús fue notoria, esa gente que había participado del milagro de los panes y los peces ahora percibía lo dura que era esa palabra predicada. Ellos dijeron: ¿quién la puede oír? Pero Jesús sabía todas las cosas y entendió que aquella murmuración la hacían los que no eran suyos, por lo cual les preguntó: ¿esto os ofende?

¿Quién puede oír la palabra del evangelio sin ofenderse? ¿Quién puede no burlarse de las palabras de la Escritura que enseña de Jesús como el Hijo de Dios? Si la carne para nada aprovecha entonces el espíritu es el que da vida, y las palabras de Jesús son espíritu y vida. Se puede ser discípulo del Señor pero sin la garantía de la salvación; se puede incluso hacer milagros en su nombre, sin que exista la alegría de tener los nombres escritos en los cielos.

El escándalo consiste en poner una trampa para que alguien tropiece y caiga, en ofender y juzgar injustamente. Al parecer, aquellos discípulos sintieron la ofensa de las palabras de Jesucristo, percibieron que habían sido juzgados injustamente. ¿Por qué, pues, inculpa? Ese fue el sentido de su célebre dictamen: dura es esta palabra, ¿quién la puede oír? (Juan 6: 60). Las palabras del Señor son una ofensa para el incrédulo, o para los creyentes discípulos que no fueron escogidos. Pero estos que no son creyentes de verdad no pueden engañar al Señor que conoce desde el principio quienes son los que no creen su doctrina; a este tipo de personas les es advertido lo siguiente: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre (Juan 6:65).

¿A quienes les dijo Jesús esas palabras? A los mismos que les había mostrado que a pesar de que lo habían visto no creían en él. Son tres las ocurrencias del mensaje acerca de la soberanía de Dios en la salvación, que nos muestran el énfasis de la doctrina de Jesús en el breve parlamento descrito en Juan 6. 1) Todo lo que el Padre da al Hijo vendrá a él sin ser jamás echado fuera (verso 37);  2) Reiteración de la condición necesaria para ir hacia él en forma eficaz: que el Padre lo haya enviado hacia el Hijo (verso 44); 3) Jesús subraya una vez más su doctrina enseñada: que nadie puede acudir hacia él a no ser que le fuere dado del Padre (verso 65).

El mismo evangelio de Juan nos enseña que la noche antes de su muerte Jesús oró al Padre dando gracias por los que le había dado (de los cuales ninguno se perdió, sino Judas para que la Escritura se cumpliese). En esa oración sacerdotal el Señor se mostró congruente con su doctrina expuesta: no rogó por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado (Juan 17). Dado que al día siguiente iba a exponer su vida en rescate por muchos, en ofrenda por su pueblo, su ruego solamente fue derramado por ese grupo de personas sin la inclusión demagógica del mundo. No quiso el Señor rogar por el mundo que no le había sido dado por el Padre; tan solo oró por los que vino a salvar, por lo cual en ese día de dolor pudo decir Consumado es.

La salvación se consumó en la cruz, sin nuestra participación como sujetos voluntarios. Nosotros, como sujetos pasivos actuamos por consecuencia del nuevo nacimiento. Pero eso no nos da lugar a protagonismo alguno: fuimos conocidos (amados) por Dios, fuimos predestinados, llamados, justificados y glorificados (Romanos 8).

El alcance de la expiación no es universal sino limitado y particularizado. La expiación es la suma expresión del amor de Dios para con los vasos de misericordia, hecho que desde tiempo inmemorial ha escandalizado a los vasos de ira. La pregunta que el Señor les hizo a sus discípulos escogidos sigue vigente: ¿queréis vosotros iros también? Lo dijo porque aquellos discípulos que decidieron seguirlo sin ser escogidos no pudieron resistir su doctrina, ya que les pareció dura la palabra para poderla oír. Su generalización es significativa, pues argumentaron que nadie más podía oírla, así como ellos tampoco la podían digerir. Ese es el mismo argumento del objetor a través de los siglos: Dios es injusto porque siendo soberano nadie puede resistirle, por lo tanto si no eligió a todos que no elija a ninguno.

Este es el comunismo evangélico que se pregona en las iglesias que siguen al impostor Jacobo Arminio, o al viejo Pelagio con todas sus variantes, donde Dios es acusado de derramar la sangre del alma de Esaú ante sus propios pies. A Dios se le arrebata la soberanía en la condenación eterna, dejándole el lado positivo de la soberanía en la salvación. De esa manera aseguran una mejor imagen ante las masas enardecidas y escandalizadas por la palabra dura de oír.

Pero por mucho que los supuestos discípulos se afanen en torcer las Escrituras ellos no fueron llamados por el Padre para heredar su reino. Esta es la razón de su tropiezo, su ofensa y murmuración. ¿Pero qué diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó, de manera que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8). Ciertamente, el amor de Dios se muestra solamente en la expiación de su pueblo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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