Un nuevo libro sobre la vida de Jesucristo revela que el Hijo de Dios estuvo casado con María Magdalena y tuvo hijos con ella. Se llama El evangelio perdido, escrito por dos autores, uno de los cuales es judío-canadiense. Al parecer se basan en un viejo documento (libro) encontrado en un monasterio egipcio, que sin mencionar a Cristo específicamente hace alusión a un profeta con similar personalidad. Su lanzamiento se hace en Londres.
Esto cae como anillo al dedo, en medio del jolgorio de la iglesia anglicana, por haber abierto la discusión sobre el papel de la mujer en la jerarquía eclesiástica. Esa discusión terminó con la aprobación e inclusión de las obispas en la dirección de la mencionada iglesia. Todo un concierto londinense, un libro perdido que cobra vida bajo la pluma de dos autores contemporáneos hablando del trillado tema de la Magdalena y sus hijos con Jesús, junto al debate de la aparición y aceptación de las pastoras y obispas en el medio eclesiástico anglicano.
Por supuesto, con este golpe de la piedra en el lago, la onda expansiva viajará rápida hacia otros destinos. Pero el pentecostalismo evangélico va en avanzada con sus pastoras en las iglesias, si bien llevan la delantera por lo de los nuevos apóstoles (que ya no serían doce, con la reposición de Matías en remplazo del traidor) sino con sumatoria indefinida que incluye también a las mujeres apóstolas.
Para poder sustentar la tesis de la mujer como líder en la administración de la iglesia, se tacha al apóstol Pablo como el inquisidor femenino, o como miembro de un mundo cristiano primitivo. Se ha propuesto que los textos controversiales en relación a la participación femenina en el gobierno de la iglesia fueron añadidos a las cartas. Son denominados textos antimujeres no escritos por el apóstol. Pero esto es considerado un débil argumento, ya que esos versos de la controversia han circulado desde los primeros días de las epístolas en cuestión.
Lo cierto es que si las mujeres en Corinto podían profetizar con la cabeza cubierta (y eso es una actividad pública en el recinto de la iglesia) no se entiende cómo es que en el mismo texto de la carta a los Corintios se diga que la mujer guarde silencio en la congregación. Algunos prefieren referirse a dos contextos específicos, uno de los cuales habla del orden particular en esa iglesia porteña. El caos en Corinto se contrapone al orden en la mayoría de la iglesia moderna; sin embargo, la mujer no debería enseñar en materia teológica a su marido sino preguntarle. ¿Y las que no tienen marido, qué harán? Esa pregunta se la ha hecho mucha gente. ¿Será que se quiso indicar guardar la reverencia en el culto, de manera que la mujer de Corinto con su osadía fue reprendida por su manera extrovertida de actuar? Pero entonces, dice la contraparte, ¿por qué la generalización para todas las iglesias?
Sin embargo, la mujer sí tuvo papel protagónico en la época de la iglesia naciente. El mismo Pablo saluda a un gran número de ellas en reconocimiento por su labor en la expansión del evangelio, en la carta a los romanos. Más allá del rol de honor de la mujer en la iglesia primitiva, nada sugiere que ella ejerciera la autoridad del obispado o del presbiterio. Mucho menos que hubiese nuevos apóstoles (aparte de los conocidos doce), ni hombres ni mujeres.
Pero aparte de la controversia sobre el liderazgo en la iglesia (controversia que no está planteada en las Escrituras, que muy claramente permiten que lleguen hasta el cargo de diaconisa), el libro aparece como un puntal después de la decisión del sínodo anglicano, contribuyendo a la mitología ocultista descrita en las célebres novelas de Dan Brown, por lo del Santo Grial (Sangre Real - Sang Réal), que no se referiría a la copa de la última cena de Jesús, sino a la descendencia real a través de la semilla esparcida en María Magdalena.
Faltaría conseguir un viejo manuscrito en alguna caverna de pastores egipcios o de cualquier parte del Medio Oriente, en el cual se refieran al carácter homosexual de algunos personajes relevantes en el Nuevo Testamento. Eso haría feliz al conglomerado eclesiástico contemporáneo, que ya se adelantó con una Biblia para homosexuales, emulando a las feministas que tienen su propia Biblia, donde Dios es una mujer.
La restricción del gobierno eclesiástico por parte de las mujeres es una excepción a la multiplicidad de roles que ellas pueden ejercer en la iglesia. La práctica en Corintio era diferente de la que se hacía en las demás iglesias donde no se contemplaba el caos que nos muestra la epístola de Pablo a los miembros de esa congregación. Ciertamente podían hablar con salmos, himnos y cánticos espirituales; podían testificar de sus vidas en las reuniones eclesiásticas; pero se les restringía en cuanto a la instrucción y gobierno, a la autoridad en la iglesia. Se les pedía en cambio obediencia, de acuerdo al Génesis 3:16, donde se dice que su deseo será para su marido y que él la gobernará. Esta es la razón apostólica por la cual Pablo da esas instrucciones en la citada iglesia, pues la autoridad de Dios le fue dada al hombre. Las excepciones del Antiguo Testamento no invalidan la generalidad de la norma y deben ser analizadas en su propio contexto.
Claro, hay quienes reviran ante este relato del Génesis y podrán poner en duda su legitimidad. Ahora todo es posible, pues todo se ha vuelto relativo. Es por ello que se acusa de machista a los apóstoles, en especial a Pablo; es por ello que se señala de retrógrada a Dios mismo, por dar esa maldición en el Génesis. Mover uno de los ladrillos de la Biblia hará mover el edificio y resquebrajar su estructura. Al parecer, como la palabra es Cristo quien es la cabeza del ángulo, meterse con la palabra es trastocar el fundamento del edificio.
Y quien confunda sujeción bíblica con machismo comete el mismo error que quien confunda sujeción bíblica con maltrato de género (como se le dice ahora).
César Paredes
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