A la pregunta de sus discípulos sobre el fin de los tiempos, el Señor les dio una clara señal que abarca desde el nacimiento de la iglesia hasta nuestra época: les habló del engaño que vendría sobre los que se dicen miembros del cuerpo del Cristo. Mirad que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.
En principio pareciera que los creyentes pueden ser engañados, pero más adelante se explica que se levantarían falsos Cristos, y falsos profetas, y harían grandes señales y prodigios; de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos (verso 24). La expresión si fuere posible presenta a un verbo en futuro de subjuntivo, lo cual expresa una acción hipotética no acabada, que añade un matiz de incertidumbre, de improbabilidad o de futuro no alcanzable.
En el griego se lee: εἰ δυνατὸν (ei du-nat-on') (si posible), pero en latín, la Vulgata Latina lo traduce: si fieri potest (si fuere posible). Esta traducción, más cercana al sentido del español, refleja la idea central del texto griego al permitirnos el uso del futuro del subjuntivo. De todas maneras, el si condicional griego exige la presencia tácita del verbo ser antes del adjetivo posible. La semántica del texto y del contexto nos conduce al futuro de subjuntivo, como la expresión más hipotética de todas, ya que el Señor está hablando de los elegidos, por lo tanto nadie los podrá arrebatar ni de sus manos ni de la mano de su Padre (Juan 10: 28-29). En tal sentido, nadie podrá engañar a los elegidos, lo cual corrobora otra asunción de Jesús, que sus ovejas no se irán jamás tras los extraños porque no conocen su voz (Juan 10: 5).
EL PORQUÉ DE LA ADVERTENCIA
El hecho de que seamos advertidos no agudiza el peligro, sino que es una admonición contra la pasividad. Un padre cruza una avenida atestada de autos; lleva a su hijo de cinco años tomado de la mano. El no piensa soltarlo jamás, pero le advierte al pequeño que no se le despegue y que cruce rápido junto con él. ¿Quién puede encontrar inoportuno el consejo de tal padre? De igual forma el Señor nos advierte para que no seamos engañados, más allá de que nos haya dejado la referencia de que nadie podrá engañar a los elegidos.
Más bien, esta admonición ilustra por argumento a contrario sensu (en sentido contrario) que los que se dejan engañar demuestran no ser elegidos, o que si siéndolos no les ha amanecido todavía la luz del evangelio. En otros términos, no han creído todavía, no han nacido de nuevo. Los engañados son los mismos que tropiezan, los descritos en el verso 10: Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.
Juan nos dijo que el que aborrece a su hermano no tiene vida eterna permanente en Cristo. Si este grupo descrito por Jesús se aborrece mutuamente hasta delatarse unos a otros, entonces lo hacen porque tropezaron (cayeron) y no eran de nosotros (hermanos en Cristo), sino que salieron de nosotros para que se manifestase que son extraños (hermanos en Satanás).
Engañarán a muchos.
Ha sido la costumbre desde el nacimiento de la iglesia el que aparezcan falsos maestros y profetas mentirosos, todos ellos en el nombre de un Cristo que no encaja con las Escrituras. Pero su aceptación ha sido notoria desde hace muchos siglos; tan aceptados han sido que muchas sectas nuevas han visto la luz en virtud de sus enseñanzas. Para muchos ha sido doloroso ver a sus familiares y demás seres queridos partir con esos engañadores de turno, pero el único consuelo a recibir es comprender que así ha tenido que ser y no de otra manera.
Con esta actitud se puede uno liberar de la culpa acosadora por el desvarío del otro. Lo cierto es que aún Juan lo expresó de una manera muy contundente: Salieron de nosotros, mas no eran de nosotros; porque si fueran de nosotros, hubieran permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros (1 Juan 2:19). Jesús también habló del trigo y la cizaña, del sembrador que plantó las semillas en diversos terrenos, de la diferencia entre las cabras y las ovejas.
Santiago deja abierta la posibilidad de caer en el error en cuanto a la verdad y anima a los hermanos a que hagan retornar al camino a aquellos que andan con problemas de desvío (Santiago 5:19-20). De manera que si un hermano se convierte en el instrumento para mostrarle el error en que anda el otro, sea de principio o de práctica, si le instruye lo suficiente en la doctrina del evangelio, si orando lo ayuda, será una gran bendición para ambos.
Al comparar estos dos textos (el de Juan y el de Santiago) debemos obtener una síntesis coherente. Hay hermanos que cometen errores de principio o de hecho práctico, sea por su conducta apartada de la ética cristiana o sea por la interpretación indebida de la palabra aprendida, pero que son compelidos por otros hermanos para que se den cuenta de su error. Al ser animados a dejar el desvarío en que andan logran comprender a qué han sido llamados, claman como el rey David delante del profeta Natán y se vuelven a Dios, el cual es amplio en perdonar.
Sin embargo, habrá los falsos hermanos que actuarán como Saúl. Ante el profeta Samuel, el rey de Israel se distrajo entre las mentiras concebidas para tapar pecado con pecado. Si recordamos la escena en que el primer rey de los israelitas perdonó lo gordo del ganado del enemigo, cuando fue increpado por Samuel argumentó que era el pueblo quien lo había hecho, quien además tenía la intención de hacer ofrenda a Jehová. Samuel le declaró que Jehová lo había desechado como rey y procedió a dar muerte al rey Agag de Amalec, a quien Saúl había perdonado.
Diremos que todo aquel que no oye la admonición del Señor es porque ha sido endurecido para tal fin, que no había sido escogido desde antes de la fundación del mundo para ser vaso de honra. Por lo tanto no se podrá argumentar que la Escritura haya fallado, sino que precisamente se ha cumplido en todo cuanto acontece. Pues si salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, nunca habían nacido de nuevo. Su profesión de fe era apariencia de piedad, como sepulcros blanqueados con podredumbre interna.
La Iglesia tendrá siempre un continuo conflicto con las incontables miserias y ofensas en su nombre, pero aún más con aquellos que se dicen venir en calidad de profetas dando señales para su propia perdición y de aquellos que los siguen. Por eso la admonición de Jesús, tengan cuidado de que no los engañen. Estos engañadores de oficio pretenden inspiración divina, enseñan en las iglesias como maestros doctos, pero su discurso deja traslucir la mentira doctrinal que han asumido, fácilmente detectable para aquellos que cotejan la Escritura con la Escritura y verifican lo verdadero dejando a un lado lo falaz.
El tiempo ha llegado en que muchos no aceptan la sana doctrina, sino que por su comezón de oír se amontonan alrededor de los maestros que les dicen lo que es agradable al oído; esta gente prefiere la fábula a la verdad revelada. Son afines a la interpretación privada, antes que a la pública hecha por el Espíritu.
Si se nos ha advertido contra el engaño es porque nuestra actitud como herederos del reino no puede ser negligente; no porque vayamos a ser engañados de tal forma que sigamos al extraño, pero sí para que no demos rienda suelta a la pasividad de nuestro espíritu como si no tuviésemos al Espíritu Santo por garantía de nuestra salvación, el cual nos conduce a toda verdad. Aquellos que caen definitivamente en el error nunca han tenido el Espíritu de Cristo y no son de él, como también ha sido declarado en la Biblia, por lo cual saldrán de nosotros porque nunca fueron de nosotros.
Mirad que nadie os engañe es una advertencia que tiene suma vigencia hoy día, cuando los medios de comunicación masivos, expertos en ardides tecnológicos, permean los rincones del planeta con los agoreros de turno. Parecieran la iglesia del Faraón repleta de magos que imitan las señales de Moisés, réplicas emanadas del pozo del abismo. Las viejas señales dadas a la iglesia primitiva en calidad de poder de difusión de su verdad, hasta que lo perfecto vino, son reavivadas para hacer creer que un nuevo refrigerio espiritual se acerca hacia nosotros. Olvidan los que tal hacen que el Señor predicó todo lo contrario para esta época: Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18:8).
Pero estos nuevos agoreros egipcios hablan en lenguas, predicen el futuro al estilo de los oráculos ancestrales, juegan con la anfibología (un lenguaje ambiguo). Ellos anuncian los terremotos que vendrán para el nuevo año, por eso las gentes se emocionan; ellos predicen la caída de algún tirano, y los sometidos suman esperanzas. Tal vez anuncien el matrimonio entre una pareja de novios y aquellos emocionados sucumben ante el hechizo; o declaran ente la asamblea que hay alguien a quien le duele terriblemente la cabeza o alguien que tiene un problema muy serio. Esas ingenuas personas, que siempre están aprendiendo pero que nunca llegan al discernimiento de la verdad, se maravillan de que hayan sido descubiertas por tan ejemplar profeta.
Los encantadores de oficio están dispuestos a orar por los gobernantes que someten a su pueblo con cargas represivas, y lo hacen para obtener fama y más riquezas. Ellos olvidaron el ejemplo de Zaqueo el publicano, que arrepentido dio la mitad de su dinero a los pobres y ofreció el cuádruple de lo que habría robado. Pero para estos gobernantes enriquecidos con el erario público decretan perdón, les declaran paz, paz, sin que haya paz. Ellos llaman bueno a lo malo y a lo malo llaman bueno. Ese es su trabajo, agradar a las multitudes con la sicología barata que aprendieron en los seminarios o en los libros de auto-ayuda, además de proclamar la liberación de los pueblos con sus artes locutoras. Se la pasan decretando, como si fuesen Dios, andan declarando la adquisición de los inmuebles o muebles que les apetecen bajo el ardid de la imposición de manos sobre esos objetos. Son los que disfrutan aturdir a las multitudes con un micrófono, los que esgrimen discursos como de tiranos, en un monólogo ininterrumpido, extendido por el tiempo que desean, fustigando a los penitentes que purgan sus culpas semanales sentados en sus asambleas.
Y es que desde que aparecieron los magos del Faraón hasta nuestro tiempo, la imitación de las señales de Moisés no es más que una ilusión pasajera. ¿De qué les sirvió al mandatario egipcio y a sus soldados tanta magia si sucumbieron en las terribles aguas del mar? Pero los milagritos de estos falsos profetas y maestros del averno calman la sed de las multitudes que prefieren la experiencia a la revelación. Porque una cosa es muy clara, que por mucha Biblia que se sepa no se tiene por fuerza la doctrina del Señor. Y que la doctrina de Cristo impide que seamos engañados por estos sortilegios potenciados con los medios de comunicación de masas.
Escudriñen las Escrituras, porque parece que en ellas está la vida eterna; dejen de escuchar a los magos egipcios y despierten del letargo de los muertos. Tal vez Cristo les alumbre.
César Paredes
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