El centro del evangelio es la expiación que Cristo hizo en la cruz; la sangre del Hijo de Dios, derramada por los elegidos desde antes de la fundación del mundo, marca la diferencia entre las ovejas y las cabras. La Biblia habla de un plan elaborado desde el principio, antes de que el mundo fuese creado y de que el hombre apareciese en el Edén. Por lo tanto, el Cordero de Dios estuvo planificado, como en efecto atestiguan los profetas, apóstoles y el mismo Jesús, para aparecer en el tiempo acordado y manifestar su luz a los hombres.
Existe gran confusión en el llamado universo cristiano. Son muchos los que erróneamente han asumido que Jesús vino al mundo a predicar ética y moral, a darnos una esperanza cívica y a brindar su amor por cada miembro de la raza humana. Sin embargo, él mismo se encargó de decirnos que había venido no a traer la paz sino la espada. Él rogó por los elegidos del Padre, pero dejó por fuera al mundo (Juan 17:9). Ese universo cristiano proclama a un Jesús imaginario, construcción de una mente pagana antes que bíblica.
Los que se auto-denominan creyentes en Cristo dan por hecho que uno de los objetivos de la aparición del Hijo de Dios en medio de la humanidad ha sido la transformación moral del hombre. Tal Jesús está dispuesto a sacar a la gente del alcoholismo, de las drogas, de la prostitución. Jesús también desea curar el cáncer de los cuerpos mortales y ha extendido su mano para perdonar a los corruptos que se roban el erario público. Sí, un perdón y cuenta nueva. Los que así piensan dejan de lado los textos de las Escrituras que muestran al Señor en medio de una multitud de enfermos (en el estanque de Bethesda) y que solamente sanó a un paralítico. Había demasiada gente con su cuerpo dañado y bastantes endemoniados en la región a la cual vino a vivir, pero Jesús apenas sanó y liberó a unos pocos. Un hombre público había robado y estafado a muchos; sin embargo, tras su conversión tuvo el propósito de devolver el cuádruple de lo que había usufructuado: Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, lo devuelvo con el cuatro tanto (Lucas 19:8).
Jesús ha llegado a ser una franquicia libre de adquisición que ofrece beneficios económicos y sociales para los que la regentan. Ha sido promocionado como la solución a los problemas amorosos, a los matrimonios venidos abajo, de la bancarrota, de enfermedades calamitosas. Es también la esperanza en medio de los terremotos y maremotos, de las guerras y rumores de guerras. Los que tal cosa enseñan se han olvidado de que él mismo anunció estos males para la tierra como señal de su segunda venida, si bien dijo que todavía no era el fin.
¿A qué vino Jesús a esta tierra? Dijimos que hubo un plan desde antes de la fundación del mundo, lo que nos conduce a inferir que Adán tenía que pecar en el huerto del Edén. La razón por la cual Dios creó el mundo fue su Hijo, su manifestación de amor para con los elegidos, la gloria que se revelaría en su persona por la enorme labor de reconciliación que hizo entre Dios y su pueblo. El hombre no pudo detener o impedir ninguno de los planes de Dios, no pudo el pobre Adán, hecho del barro al igual que nosotros, burlar los designios divinos. ¿Qué hubiese pasado si Dios se hubiese desentendido de Adán y lo hubiese dejado a su libre arbitrio? Al menos habría tenido la posibilidad de no pecar, de no caer, de manera que el plan del Dios soberano hubiese sido burlado. Tal absurdo lo pregonan los teólogos de ese universo cristiano del que estamos hablando.
Dios decreta cuanto acontece.
Tal vez a aquellos teólogos les parezca mejor pensar que Dios permite, antes que Dios decreta. Ellos se enredan con aquello de que Dios no puede ser el autor del pecado. Bien, en realidad confunden ser el autor del pecado con pecar. Si Dios no hizo el pecado, entonces hay una fuerza extraña a Él que actúa en forma independiente, por lo cual Él no puede ser Dios. En todo caso sería un dios. Esa tesis del dualismo es bastante perniciosa y de vieja data. Pero la Escritura enseña que el Todopoderoso ordenó todo cuanto acontece. Veamos algunos ejemplos: 1) Judas fue llamado hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese; 2) El Hijo de Dios iba de acuerdo a como estaba determinado que fuese (Lucas 22:21-22), con su traidor como pareja adecuada; 3) A Pilatos le fue dada autoridad del cielo para crucificar a Jesús (Juan 19: 10-11); 4) Jesucristo fue ordenado para ser crucificado por el predeterminado propósito de Dios (Hechos 2: 22-23). Este texto expone que manos criminosas y perversas crucificaron al Señor, pero que todo esto fue causado por Dios.
Vemos que la traición de Judas fue un pecado, pero ordenado por Dios; que los escribas, el sumo sacerdote y los ancianos pecaron al dar falso testimonio contra Jesús, pecando también cuando lo trajeron a Poncio Pilatos, incitando a la multitud a que gritaran que lo crucificaran. Y eso no puede llamarse de otra manera sino pecado, pero ordenado por Dios. Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban el cabello: no escondí mi rostro de las injurias y esputos (Isaías 50:6); Jesús sería traicionado y vendido por treinta monedas (Salmo 41:10; Zacarías 11:12-13); sería igualmente horadado en sus manos y en el costado (Salmo 22:17-18); burlado (Salmo 22: 8); crucificado (Zacarías 12:10).
¿Cómo pudo Dios estar seguro de estos eventos que anunció a sus profetas? ¿Será que vio en el corazón de los hombres volubles y cambiantes esta determinación? De ser así sería un Dios con mucha suerte, pues los hombres mantuvieron su voluntad de hacer aquello que ellos mismos idearon; pero lo peor de todo es que tendríamos a un Dios plagiario, alguien que se copia las ideas de los hombres y las coloca en la pluma de sus profetas como Suyas propias.
Sabemos que la Escritura no miente, de manera que todos estos eventos relacionados con la crucifixión del Señor fueron planeados por el Padre y tenían que cumplirse al pie de la letra. ¿Cómo pudieron acontecer si Dios no actuó en ellos? ¿Cómo acontecerían si dependiesen de la voluntad humana? Recordemos que en muchas oportunidades la gente intentó apedrear a Jesús, pues querían matarlo cuanto antes, pero el Señor se salía de en medio de ellos porque aún no había llegado su hora. Esto nos indica que de ser dejados a su libre arbitrio los hombres hubiesen dado muerte prematura al Hijo de Dios y no habría cumplido el designio de la voluntad de Su Padre.
Una objeción común.
Si Dios hace pecar a la gente, entonces ¿por qué inculpa? ¿Quién puede resistir a Su voluntad? Exactamente eso fue lo dicho por el objetor presentado en Romanos, capítulo 9, versos 14 y 19. Aquello se dijo a propósito de la condenación de Esaú, aún antes de que hiciera bien o mal, aún antes de haber nacido, ya que Dios lo había apartado como vaso de deshonra. Es la misma objeción que muchos hacen en relación con el pecado de Judas. De tal magnitud ha sido el objetar que se ha compuesto una obra teatral (ahora muy célebre) en la cual se exalta el trabajo del traidor que hizo posible la salvación.
El problema es que Dios es un Ser irresponsable, pues no responde ante nadie. No tiene ni igual ni ente superior ante el cual dar respuesta de sus actos. El hace como quiere y quiso hacer al malo para el día malo (Proverbios 16:4), como sus profetas lo pregonan una y otra vez: ¿Quién es aquel que dice que sucedió algo que el Señor no ordenó? ¿De la boca del Altísimo, no sale lo bueno y lo malo? (Lamentaciones 3:37); ¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? ¿habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? (Amós 3:6).
En la mente del objetor existe una vía en la cual Dios sería justo al encontrar faltas y castigarlas: si el pecador fuese totalmente libre para pecar cuanto y cuando quisiere pecar. Pero sabemos que no puede haber una fuerza superior a Dios ni que alguien pueda ser independiente de su control.
La respuesta al objetor.
En lugar de responder la objeción, Pablo responde al objetor. Haber respondido la objeción es haberse gastado en concebir maneras de explicar la forma en que Dios elige y decreta, asunto que es de su sola incumbencia. El apóstol va directo al asunto, al núcleo de la pregunta que radica en el corazón de quien objeta. Este objetor no está interesado en recibir respuesta alguna acerca de cómo Dios actúa sino en que se le resuelva su conflicto referente a la injusticia de Dios. A la pregunta de ¿Por qué, pues, se enoja? porque ¿quién resistirá a su voluntad? (Romanos 9: 19), Pablo responde Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso de barro al que lo labró: ¿Por qué me has hecho así? (Romanos 9: 20). Inmediatamente después le habló acerca del poder del alfarero para hacer de la misma masa un vaso para honra y otra para vergüenza. Desafía al objetor diciéndole ¿Y qué, si Dios queriendo mostrar la ira y hacer notoria su potencia, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para muerte, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que Él ha preparado para gloria? (Versos 22-23).
Dos vasos con dos destinos distintos, pero hechos de la misma masa, para que nadie se jacte o se inculpe de sus obras, por cuanto todo depende del que hace conforme a su voluntad. Acá vemos que la voluntad humana no cuenta para nada, ni para bien ni para mal, por cuanto es Dios quien endurece a los vasos de vergüenza que Él mismo ha preparado. En ese hecho teológico bien comprendido reposa el reclamo levantado por el objetor.
Una palabra dura de oír.
Unos discípulos oyeron el mismo argumento de boca del Señor, el de que nadie podía ir a él a menos que el Padre los llevare a la fuerza (Juan 6: 44 y 65). En el verso 65 les enfatizó lo que les venía diciendo, después de haber conocido su reclamo y murmuración por la cual se sentían ofendidos: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.
Desde el Edén el hombre reclama su independencia y pretende haberla alcanzado, tornándose engreído bajo la suposición de que puede buscar a Dios si así lo desea y puede encontrarlo cuando así lo requiera. Pero el hombre no puede huir de la presencia de Dios (Salmo 139:7), a quien todo el universo no puede contener.
Esta tesis de la inconmensurabilidad de Dios parece repugnante a muchos, por cuanto todo iría bien si Dios fuese soberano en toda su creación menos en lo tocante a la voluntad humana. El reclamo humano parece ser con mi libre albedrío no te metas. Pero el objetor presentado en Romanos 9 ha demostrado que Dios sí se mete con la libertad humana, que no existe, por cuanto le reclama por qué se molesta si Él ha hecho todo de esa manera y nadie puede resistir a Su voluntad. Al menos ese objetor fue digno contendor, quien guardaba un poco de sensatez al reconocer que él carecía de voluntad para oponerse al decreto divino. Aquellos discípulos que se retiraron ofendidos por la palabra dura de oír, también tuvieron sensatez al apartarse de los caminos de Jesús. Pero los objetores modernos se quedan en las iglesias enseñando una doctrina extraña, de demonios, de falsos maestros y lobos rapaces. Con ella engañan a la multitud, que también fue escogida para ser engañada. Por eso Dios les ha enviado un espíritu de mentira para que crean en ella y se pierdan, por cuanto no quisieron creer a la verdad (2 Tesalonicenses 2:11). De nuevo lo mismo, ¿cómo pudieron no creer a la verdad? Porque todo ha sido decretado desde los siglos.
La reacción que tengamos ante esta situación teológica dirá mucho de nosotros.
César Paredes
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