Lunes, 16 de junio de 2014

Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos declinaron, juntamente se han corrompido: No hay quien haga bien, no hay ni siquiera uno (Salmo 14:2-3) ... no saben aquellos que erigen el madero de su escultura, y los que ruegan al dios que no salva (Isaías 45:20).

En las iglesias hay muchas personas que permanecen en sus ritos, ceremonias y sacrificios, en su auto-castigo, como si pagaran cada semana los pecados no perdonados. El Señor está harto de esos holocaustos y de los vanos presentes. Aún su perfume es abominación, e incluso la convocatoria de las asambleas Jehová no las quiere sufrir. Todos esos actos solemnes son molestos al Dios soberano, quien está cansado de soportar las reuniones de los que buscan la justicia de la iglesia. Pero en los que buscan la justicia de Cristo hecha en ellos por la imputación en la cruz, Dios se agrada y ama su olor. Porque de estos, la justicia no está basada en sus obras personales, ni en las liturgias eclesiásticas, ni en el recurrir semanal a la asamblea, sino en la pascua que es Cristo.

De aquellos habló Judas, como manchas en vuestros convites, que se apacientan a sí mismos sin ningún temor: nubes sin agua, las cuales son llevadas de acá para allá de los vientos: árboles marchitos como en otoño, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados. Son estrellas que por erráticas tienen reservada la oscuridad de las tinieblas. Esto es asombroso, una estrella que es luz por naturaleza será lanzada a la densa oscuridad.  Al igual que Satanás se disfraza de ángel de luz, estos creyentes tienen la piel de oveja cubriendo su naturaleza de lobo.

EL CONCEPTO DE JUSTICIA

La Biblia es tajante en la descripción de los impíos y en mostrar su contraste con los justos. La obra del justo es para vida; mas el fruto del impío es para pecado ... Los labios del justo conocerán lo que agrada: mas la boca de los impíos habla perversidades (Proverbios 10: 16,32).  Algunos no comprenden lo que significa el concepto de justicia ante Dios, pues miran su pecado diario y suponen que siguen siendo injustos. Pero está claro que Dios es el que justifica, por lo tanto se agrada en la justicia de su Hijo. Dios ha declarado justos a todos aquellos que fueron representados en el sacrificio expiatorio del Señor; a los que justificó los llamó antes porque ellos fueron predestinados y conocidos por Dios. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? (Romanos 8: 33).

Fue el Señor quien aseguró que el árbol bueno no puede dar malos frutos; al mismo tiempo dijo que tampoco el mal árbol dará buenos frutos (Mateo 7:18).  Cuando la Biblia habla del corazón perverso del hombre se está refiriendo al corazón del impío; del justo ha dicho un profeta que Dios cambiaría su corazón de piedra por uno de carne, con el propósito siguiente: para que anden en mis estatutos y guarden mis juicios y los cumplan, y me sean por pueblo y yo sea a ellos por Dios (Ezequiel 11:20). ¿No es ese el buen fruto del árbol bueno? Pues el mal fruto del árbol malo lo declaró otro profeta: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jeremías 17:9).

Los impíos tienen perversión en su alma, sus pensamientos son tenebrosos y sus frutos son para muerte. Ellos conocieron a Dios a través de la creación, pero no lo glorificaron como a Dios ni le agradecieron. Envanecidos en sus razonamientos su corazón fue entenebrecido, su sabiduría llegó a ser necedad. De los impíos se dice que Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos (Romanos 1: 24). Esa deshonra la disimulan declarándose orgullosos de aquello que hacen con sus cuerpos, en sus pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío (Romanos 1: 26-27).

Los impíos han sido entregados por Dios a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen. De manera que si los creyentes en Cristo siguen pensando que su corazón es perverso, más que todas las cosas, siguen siendo impíos. Una cosa es pecar, por cuanto todavía no hemos sido librados de este cuerpo de muerte, por lo cual tenemos un abogado, a Jesucristo el Justo. Otra cosa es practicar el pecado, acto de hábito en los impíos, quienes están atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, malicia, llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; quienes son murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia, y se complacen en hacer esas cosas y con los que también las hacen (Romanos 1: 29-32).

El creyente debe ver esta pintura hecha por Pablo para que compruebe la diferencia entre el árbol bueno y el árbol malo, pues por sus frutos los conoceréis. No existe confusión en la Escritura, no hay contradicción ni de fondo ni de forma, ni en realidad ni en apariencia, por cuanto uno es el corazón del impío, engañoso y perverso, y otro es el corazón del creyente, de carne y no de piedra. La Escritura enfatiza una y otra vez la gran diferencia entre el creyente y el incrédulo, pero nos recuerda siempre que esta distinción ha sido hecha por Dios y nunca por el hombre.

EL HOMBRE NATURAL

El impío es llamado hombre natural, que no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, pues le parecen locura y no puede entenderlas, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14). De allí que a pesar de que todos hemos sido hechos de la misma masa, a unos hizo Dios como vasos de deshonra y a otros como vasos de honra. El hombre natural visitado por Dios es transformado por su poder y gracia soberana, por la potencia de su Espíritu quien produce el nuevo nacimiento.

Por tal razón se nos encomienda a no andar más como lo hiciéramos en la época pasada, en la vanidad de nuestra mente. Ese tiempo ya bastó para hacer lo que agradaba a aquellas gentes (los impíos) con quienes anduvimos haciendo las mismas cosas. Ellos quedaron con el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón (Efesios 4: 17-18). ¿Ignorancia de qué? La misma ignorancia que tenían los judíos celosos de Dios pero desconocedores de la justicia que es Cristo; ellos colocaban la suya propia en lugar de la que satisface a Dios. El conocimiento teológico de aquellos se basaba en su celo por la Divinidad, aunque sin ciencia: Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios (Romanos 10:3). Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado (Colosenses 1:21).

La diferencia es palpable, pero es percibida claramente por quienes podemos discernir espiritualmente el mensaje. Los que insisten en que el creyente todavía tiene un corazón de piedra, enemistado con Dios, deben hacerlo en base a su propia experiencia. En realidad ellos así se sienten, en la adversidad de su naturaleza y batallan con sus propias fuerzas para alcanzar lo que les es imposible por mérito propio.

A muchos les sucede que por un período de tiempo se sienten bien, de acuerdo a como van leyendo en la Biblia; pero en ocasiones los asalta la duda acerca de aquello que han leído. No pueden comprender la justicia de Cristo y quieren añadir algo más de suyo propio para hacerla suficiente. De pronto escuchan un sermón alentador y se sienten animados, ahora sí que están seguros de ser salvos. Pero más tarde vuelven a leer fuera del contexto y sienten que su corazón es terriblemente malvado y su lucha comienza de nuevo para batallar contra su propia maldad.

El testimonio ha venido a ser la catapulta de esos creyentes que ansían recibir el ánimo de la experiencia ajena, hasta llegar a tener la suya propia.  A fin de cuentas, poner un poco de su justicia les da la idea de que están haciendo algo para ser meritorios ante Dios. Han llegado a percibir que su lucha contra la maldad es una muestra de humildad ante Dios y ante la iglesia; por eso relatan su testimonio ante una asamblea para que se note el cambio alcanzado en su diario batallar contra las fuerzas del mal.

EXPERIENCIA O PROPOSICION BIBLICA

Pero aquella humildad puede ser orgullo. Se llega a creer que mientras más vil se sienta su corazón más lucha espiritual tiene que enfrentar, lo cual se traducirá en una victoria momentánea que se hace digna de contar. Pretenden que la experiencia propia y de otros los vindique ante Dios, pero no la proposición bíblica de que Cristo llevó nuestras culpas y ahora somos declarados justos ante Dios. Al no llegar a comprender esa verdad piensan que no merecen el perdón gratuito decretado por el Padre; y el no merecer los conduce a la expiación de sus propias culpas en una combinatoria de esfuerzos: el de Cristo en la cruz y el de sus penitencias, con el sufrimiento mental por el corazón perverso.

Es factible que por este camino se llegue a la experiencia mística o carismática, incluso a tener visiones o manifestaciones más allá de lo natural. El continuo cuestionarse acerca de si son o no son salvos los hace sentir más cercanos al perdón de Dios. Por eso la Biblia asegura que el camino de los impíos es como la oscuridad: no saben en qué tropiezan (Proverbios 4:19).

En este estadio la doctrina ha cedido su paso a la experiencia, porque aquella se ha convertido en una palabra dura de oír. Lo que ellos llaman convicción de pecado lo han trocado por moralismo, de manera que su vida puede mostrar lo que en su imaginario consideran el fruto del árbol bueno. Ahora no fuman, no beben, dejaron la fornicación; son rigurosos asistentes cada semana a la iglesia de turno, ofrendan debidamente y tienen actividades eclesiásticas. Su conducta ha cambiado y la pueden mostrar como una experiencia más. Han alcanzado el nivel adecuado para dar su testimonio.

¿Y la doctrina enseñada por Jesús y los apóstoles? Bueno, eso es materia de teólogos, eso queda para los pastores y maestros, pues lo que interesa es el cambio de carácter obtenido y el esfuerzo puesto para alcanzarlo.  Por esa vía ellos mismos han aprendido a ser cirujanos, cambiando su corazón de piedra por uno de carne; han probado que es posible nacer de nuevo con un poco de buena voluntad y muchos de sus maestros han escrito libros acerca de cómo procurar el nuevo nacimiento por sí mismos. El árbol malo que eran se ha convertido en un árbol de navidad, con muchas luces encendidas y variados adornos exhibidos como frutos de justicia, aunque continúen en su paganismo como antes, pues no puede un árbol malo dar frutos buenos.

Los fariseos recorrían la tierra en busca de un prosélito y lo hacían doblemente merecedores del castigo eterno. Su celo por Dios y su elocuente teología no les bastó para entrar al reino de los cielos. Ellos habían olvidado la justicia de Dios, muy a pesar de que se habían pasado siglos enteros buscando la manera de ser justificados junto con la actividad religiosa que hacían. Cuidaban las sinagogas, leían los papiros de Jeremías, de Isaías, de los Salmos, los libros históricos y un gran etcétera. Ellos eran los intérpretes de la ley, anotando sus comentarios y pregonando sus dichos a las asambleas. Estaban prestos a juzgar cualquier asunto que se saliera del margen legal que ellos habían asumido, si bien no respetaban el contexto de lo escrito. Mas Jesús dijo de los fariseos, que se ofendían por su palabra, que eran ciegos guías de ciegos. Ellos eran planta que no plantó mi Padre celestial, por lo cual serían desarraigados y caerían en su propio hoyo.

Pablo pidió que nos examináramos a nosotros mismos, para ver si estábamos en la fe. Nosotros preguntamos, ¿qué corazón tenemos: el de carne o el de piedra? Cada quien responderá de acuerdo a lo que ha creído, pero recordemos que la Biblia hace diferencia entre creyentes e impíos, entre justos y condenados, entre ovejas y cabras, entre los que están bajo la potestad del príncipe del aire y los libertados por Jesucristo. ¿En cuál bando estamos? Examinémonos para ver si estamos en la fe del Hijo de Dios.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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