S?bado, 14 de junio de 2014

Discípulo quiere decir alumno. En la gran comisión dada por Jesús, él recomendó ir por todo el mundo para predicar el evangelio, hacer discípulos de entre las naciones, bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). En otros términos, el Señor encomendó a su iglesia el discipulado, el hacer alumnos con sus enseñanzas entre muchas gentes. Cualquiera podría suponer que esa es una tarea en la que se implica hacer conversos al evangelio, pero hay que mirar de cerca los contextos para comprender mejor lo que ello involucra.

En una oportunidad el Señor le dio autoridad a sus discípulos sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia (Mateo 10:1). De manera que Judas Iscariote tuvo esa misma potestad dada a los otros once, sanando leprosos, predicando el evangelio del reino de los cielos que se había acercado entre las ovejas perdidas de la casa de Israel. Una de las grandes tareas encomendadas fue resucitar muertos y echar fuera demonios (verso 8).

¿A qué viene todo esto que involucra a Judas Iscariote, el hijo de perdición? Pues el hecho de ser discípulo del Señor no implica por fuerza que éste sea una persona salva, creyente de verdad. En otra situación ocurrida, después que el Señor alimentó a una gran multitud con panes y peces, la gente le seguía de un sitio a otro. El comenzó a hablarles del tema de la soberanía de Dios diciéndoles que nadie podía ir a él si el Padre que lo envió no lo llevare hacia él. Eso ofendía a esa multitud, pero lo que nos llama la atención en este momento son las palabras específicas del evangelista Juan, el cual relata ese hecho: Juan 6:60: Al oírlas, muchos de sus DISCÍPULOS dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? Juan 6:61: Sabiendo Jesús en sí mismo que sus DISCÍPULOS murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende?  Juan 6:66: Desde entonces muchos de sus DISCÍPULOS volvieron atrás, y ya no andaban con él.

En este texto vemos que había discípulos no conversos, los cuales se apartaron espantados de la dura palabra de oír, aquella que hablaba de que nadie podía ir a Jesús si el Padre no lo enviaba en forma específica. Por ello, la tarea del discipulado no siempre garantiza que se está instruyendo a una oveja, pues sucede que muchas cabras también ponen atención y aprenden la doctrina que les interesa para ejercer su ministerio en medio de los ovinos.

Cuando Jesús envió a sus discípulos a la gran comisión (Mateo 28:19) no estaba Judas con ellos, ya que esto aconteció después de su resurrección. Mas los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado (Mateo 28:16). Matías, el que habría de tomar el lugar del Iscariote, apareció mucho después, como lo relata el libro de los Hechos.

EL DISCIPULADO

Enseñar a todas las naciones puede ser una forma de la traducción del griego, en lugar de hacer discípulos. Tanto judíos como gentiles son el conglomerado del mundo que deberían escuchar el mensaje acerca de Jesús y su misión en este mundo. Las doctrinas del evangelio y sus ordenanzas, todo lo que los apóstoles habían aprendido de Cristo, bien sea por sus palabras o por su ejemplo, es lo que se tiene que enseñar a todas las personas que sea posible alcanzar. El que esa gente se convierta a la fe cristiana ha de ser un proceso auténtico, pero no depende nunca ni del evangelista ni de su método, ya que lo que compete al interior del corazón de las personas es tarea del ministerio de la palabra de Cristo, de acuerdo a la voluntad de acción del Espíritu, que sopla como el viento de donde quiere aunque nadie sabe de dónde viene ni adónde va.

Cuando el Señor llamó a Pedro y a Andrés les dijo que los haría pescadores de hombres. Esa tarea era distinta del oficio habitual de estos dos hombres de mar, acostumbrados a atrapar peces en sus redes para cubrir sus necesidades materiales. Es cierto que dentro del amplio trabajo del evangelista (de todo creyente por extensión de la Gran Comisión) existe la esperanza de captar almas de ovejas para el reino. Pero al igual que en la parábola del trigo y la cizaña, la mala hierba crece junto al trigo y tiende a arroparlo. No hay garantía absoluta de que en ese hacernos pescadores de hombres no aparezcan las cabras junto a las ovejas. No obstante, esa situación no debe generar angustia sino más bien un gozo por el hecho de que existe la garantía de que las ovejas se acercarán al buen pastor.

Hacer discípulos es enseñar la doctrina de Jesús, no es convertir al evangelio del Señor. Sabemos que esa tarea es propia del Espíritu Santo y no podemos adentrarnos en ella. Simplemente nos toca decirle a nuestra comunidad, a nuestros vecinos, a nuestro prójimo lo que es el evangelio, lo que hemos aprendido del Señor, tratando de educarlos, de mostrarles la maravilla del anuncio de Dios a su pueblo. Si de entre esa gente hay alguna oveja esa persona tomará nuestra palabra como el llamado del buen pastor, siempre que el Espíritu de Dios le abra sus oídos para oír. Sucede a menudo que le anunciamos el evangelio a una oveja pero esta no cree todavía, porque no le ha llegado el tiempo señalado por el Señor. Nos toca hablar y hablar, repetir una y otra vez el llamado del evangelio a quien quiera oír, pues no podemos obligar a nadie a que nos escuche estas palabras.

En síntesis, hacer discípulos es hacer alumnos, seguidores de una doctrina en particular. En nuestro caso, hacerlos seguidores de las enseñanzas del Señor. Pero puede darse el caso de que muchos de esos seguidores después se aparten porque les parece dura de oír esa palabra (como en el caso de los discípulos que se apartaron del Señor), o que uno que otro discípulo se comporte como Judas Iscariote, razón por la que tampoco debemos preocuparnos.

Es cierto que no debemos echar las perlas a los cerdos ni lo santo a los perros, pero en muchas oportunidades anunciamos en forma general el evangelio del Señor y se acercan esos personajes malévolos. El Señor conoce a los que son suyos mucho mejor que nosotros.  Algunos pudieran preguntarse si cada vez que uno predica el evangelio tiene que hacer discípulos; cada quien podrá juzgar lo que le sea pertinente, pero creo que debemos intentar exponer la doctrina del Señor a la gente que tiene interés por el evangelio. El discipulado es algo que va viniendo poco a poco en aquellos que muestran interés por las enseñanzas de la Biblia. Sabemos que aún así no hay garantía de que sean verdaderos creyentes, como ya se demostró por la misma Escritura en los textos señalados acerca de Judas y de los otros discípulos a quienes la doctrina del Señor les pareció dura de oír.

Hay discípulos de falsos maestros, disfrazados de ángeles de luz. Están disfrazados tanto los maestros como sus alumnos, bajo el ropaje de una doctrina simulada, torcida y falaz. El argumento falaz se conoce porque no aprueba el riguroso examen de la razón, de allí que se nos ha encomendado probar los espíritus para ver si don de Dios. Los espíritus en este caso son las personas, aquellos que vienen en nombre de un evangelio diferente al que enseñaron Jesús y sus apóstoles. El verdadero discipulado en el Señor es el que incita al alumno a preguntarse por qué razón el Dios de amor habló en parábolas y no en forma plana. Ese buen discipulado permitirá indagar la respuesta de la Escritura y hará que el que inquiere comprenda la razón: para que viendo no vean ni entiendan y Dios no tenga que salvarlos.

Un discípulo conforme a lo que enseña la Biblia sabrá que hubo mucha gente murmurando por el tema de la predestinación, así como lo hay hoy en día. Si se es discípulo de viejos maestros que enseñan conforme a su propia disolución, la interpretación de la Escritura se tornará de carácter privado. Los fariseos cuando oían la palabra de Dios se ofendían (Mateo 15:12), los discípulos de Arminio así lo hacen, al igual que los discípulos de Loyola, de los papistas o del antiguo Pelagio.

Jesús le recomendó a sus alumnos que se guardaran de la levadura de los fariseos y de los saduceos (Mateo 16:6). Con esto se refería no al pan de trigo que podían hacer sino a las enseñanzas que podían comunicar. Y esto era muy simple por cuanto su doctrina indicaba que estaban perdidos, ya que el cuerpo de enseñanzas que uno asume es un indicativo de quién es uno, de la condición o estatus espiritual en el cual se ubica y de aquello que uno cree.

Ese mismo Jesús dijo en Juan 10:1-5 que sus ovejas no pueden irse tras los extraños porque no conocen su voz, de manera que si alguien, llamándose cristiano, está sosteniendo un cuerpo doctrinal contravenido con las Escrituras está perdido porque de seguro no ha nacido de nuevo. Una oveja que conoce al Pastor seguirá siempre al Pastor, nunca al extraño. Es posible que la oveja cometa errores, que peque, pues si decimos que no tenemos pecado le hacemos a él mentiroso y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1:10).

Es fácil comunicar lo que uno cree, por lo tanto es fácil tener seguidores de aquello que uno cree. Muy distinto es tener seguidores de uno mismo, eso es otro asunto. Pero que alguien siga la verdad espiritual que uno ha creído  es sencillo. Los valores espirituales se pueden compartir sin que eso disminuya el placer de quien los disfruta. Así sucede con la obra de arte, que sin dividirse se entrega a todos los que quieran complacerse. Cada vez que alguien nos pregunte por lo que nosotros creemos, al responderle estamos enseñando a esa persona. En tal sentido estamos haciendo discípulos; si ellos llegan a creer, lo harán porque ha sido la voluntad eterna del Padre que ellos crean.

Publiquemos nuestras creencias, digámosle a otros lo que hemos creído. El peligro del testimonio es pretender que a experiencias similares habrá respuestas idénticas. El testimonio es otra historia, un relato personal que no se ve en la Biblia por ningún lado. Lo que allí aprendemos es que se predicaba el evangelio porque eso fue lo que Jesús ordenó. Hoy día las iglesias se complacen en el tema del testimonio, esas historietas personalísimas que mueven a la audiencia en sus emociones y sepultan el anuncio del evangelio. Jesucristo no vino al mundo para sacar a la gente del consumo de drogas o de sus problemas con el alcohol. Tampoco vino para acomodar matrimonios, ni para darle empleo a la gente. Si examinamos su vida y su trabajo entonces dejaremos de lado el cuento del testimonio y empezaremos a enseñar su doctrina. Esa es la mejor forma de hacer discípulos.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 23:16
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