Todas las cosas nos ayudan a bien, siempre y cuando hayamos sido llamados de acuerdo al propósito de Dios. Sí, la Biblia anuncia esa buena noticia para los creyentes, los que hemos nacido de nuevo, que cada cosa que acontece en este mundo sirve para cumplir el propósito de Dios en relación con la salvación de sus elegidos.
Si Dios no estuviera en control absoluto de todas las circunstancias que ocurren en el universo, ¿cómo podría afirmar que a los que a Dios aman todas las cosas ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados? (Romanos 8:28). Dios debe tener el control de los fenómenos que ordena en la naturaleza, en la política, en los corazones de los hombres (en su amplia gama, pues aún no ha acontecido algo malo en la ciudad el cual Jehová no haya hecho -Amós 3:6). Por lo tanto, Dios está metido en todo.
La crucifixión de Su Hijo fue el crimen más horrendo en la historia, pero fue planificado al detalle por el Padre de las luces. Judas era el hijo de perdición y tuvo que cumplir al mínimo todo aquello para lo cual fue elegido. La predestinación incluye cada evento en la historia, antes de ella y después de ella. Tiene que ver con los ángeles, con la creación, con lo que habrá de acontecer. De esa manera Su providencia se hace notar en toda lo que ha creado, por lo cual para los elegidos en la eternidad todo aquello que parece bueno o malo nos ayuda a bien.
Nada puede alterarse, nada puede ser frustrado ni cambiado; nada se interrumpe en aquello que Dios ha predestinado que acontezca. La predestinación es semejante al plan de Dios, pero Su providencia es la manera en que ejecuta eso que ha dispuesto que acontezca.
Es una maravilla saber que todas las cosas ayudan para bien, nada nos daña, sino que todo colabora con el plan de Dios. Se ha comparado la predestinación con el amor del Padre, pues a los que amó (conoció) a éstos también predestinó para que fuésemos conformes a la imagen de Su Hijo. José es un personaje célebre del Antiguo Testamento, fue vendido por sus hermanos que lo odiaban pero al final de la historia sabemos que dijo que ellos habían pensado mal contra él, pero Jehová lo había tornado para bien de todos ellos.
A veces se nos cierran puertas, las personas huyen de nosotros, el dinero parece escasear; entonces tenemos que pensar que todas esas circunstancias no son casuales sino causales. Dios las ha creado como causa de lo que nos habrá de acontecer más tarde: puede ser en muchos casos que se dé un giro a la vida, que se abra un nuevo proyecto, que se cambie de perspectiva. Dios cierra puertas y ventanas, pero abre cerraduras de bronce o de hierro; lo que cierra nadie puede abrir, mas lo que abre nadie puede cerrar.
En ocasiones vemos a nuestros enemigos mirándonos en nuestras aflicciones, deseándonos la caída definitiva. Pero acudimos a la misericordia del Señor porque sabemos que aún ese odio adversario es parte de Su providencia. El impío se ve a veces muy enaltecido, se extiende como laurel verde; pero de momento uno lo mira y no lo encuentra, lo busca y no lo haya. Dios se ha encargado de glorificarse para nuestro beneficio. Conocidas son a Dios todas las cosas desde el principio, dice la Escritura; entonces nada lo sorprende. Nosotros somos los sorprendidos, interpretamos los signos como sobrenaturales porque nos parece que cuando todo estaba perdido Dios apareció con la solución ejemplar. Pero para Él es natural su actuar porque sabe lo que habrá de acontecer con la precisión de quien ha preordinado todo lo que acontece.
Nosotros cambiamos, pero Dios no cambia ni tiene sombra de variación; Él no reacciona ante nosotros sino nosotros ante Él. Por eso oramos, porque le deseamos y sabemos que tiene la respuesta a nuestras inquietudes. El nos espera porque también ha puesto el deseo de que lo busquemos, ya que en eso ha consistido el nuevo nacimiento. Se nos ha implantado un corazón nuevo, de carne, y se nos ha eliminado el corazón de piedra. Ahora deseamos sus estatutos y procuramos agradarle.
Pero las naciones son nada delante de Él. ¿Con quién podemos comparar a Dios? ¿Con cuál imagen? El escultor funde una imagen, el platero la cubre con oro y plata; los que son pobres la tallan de madera y buscan a un escultor experto. Pero Dios está sentado sobre el círculo de la tierra (Isaías 40: 22) y mira a los habitantes del planeta como langostas. (Interesante que siglos antes de Cristo ya Isaías escribiera acerca del círculo de la tierra, de manera que sabía que la tierra era redonda. La Iglesia corrupta negó tal afirmación, aún teniendo en sus manos las Escrituras, pues aún en latín se lee: qui sedet super gyrum terrae).
No podemos decir que nuestro camino le es oculto al Señor, o que nuestra causa le pase inadvertida a Él. No, eso jamás acontece, aunque lo pensemos. El da fuerzas al cansado y le aumenta el poder al que no tiene vigor; los que esperan en Jehová renovarán sus fuerzas, levantarán alas como de águilas; correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán (Isaías 40).
LA PROVIDENCIA
La Biblia nos recomienda deleitarnos en Jehová; en uno de sus libros se lee que hemos de entender que el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Los deseos de nuestro corazón serán concedidos porque nuestro suspiro no le es oculto a Dios. Por ello Pablo pudo escribir que a los que a Dios aman, todo ayuda a bien. Nuestra pregunta ha de ser: ¿amamos a Dios? Si la respuesta es positiva se debe a que él nos amó primero (como dijo el apóstol Juan). Al saber que hemos sido amados primero comprendemos que es en base a la predestinación, pues no estarían nuestros nombres escritos en el libro de la Vida del Cordero, desde la fundación del mundo, si no nos hubiese amado el Padre, si no nos hubiese predestinado para ser conformes a la imagen de Su Hijo.
Todo nos ayuda a bien porque hemos sido llamados conforme a su propósito. Nuestra actitud ha de ser la de encomendarle nuestro camino, confiar en él y estar seguros de que él hará. Dice que exhibirá nuestra justicia como la luz y nuestro derecho como el mediodía (Salmo 37:6). Tengamos presente que Jesucristo es nuestra justicia, nuestra pascua. Cristo, justicia de Dios, se señala en un texto bíblico; de manera que nuestro derecho no se fundamenta en nosotros, en obra humana, sino que viene dado por el lado divino.
Hay muchos momentos históricos en que el impío se ve enaltecido y nosotros nos alteramos por el hombre que prospera en su camino de maldad. La ira humana no obra la justicia de Dios, por lo tanto no debemos apasionarnos en hacer lo malo, en tomar venganza por nosotros mismos. Jehová dará el pago de su venganza, esa es tarea exclusiva de Su poder. El lugar de los impíos será eliminado y la tierra quedará libre de ellos, pero eso no será posible que lo veamos de un todo mientras no ocurra el juicio definitivo de Dios. No obstante, somos testigos de su mano ejecutora, de la intervención selectiva para castigar a aquellos que nos estorban en el camino.
La providencia divina es la forma como Jehová responde, la manera en que abre el camino para sus hijos. El va delante de nosotros, como el buen Pastor, y dado que conocemos su voz lo seguimos (nunca al extraño, de quien desconocemos aún su sonido). Esa es la manera como Dios provee, yendo delante de nosotros y haciendo que sigamos su palabra; nuestra oración es contestada de muchas formas, pero recordemos que nosotros no lo impactamos en nada sino a la inversa, Él nos cambia y nos impresiona con sus respuestas.
Nosotros hemos sido descritos en el libro de los Salmos como gente bendecida (feliz), porque caminamos en el consejo del Señor y meditamos en su palabra de día y de noche. ¿Estamos caminando en el consejo de los malvados? Estos son los que no tienen a Dios como su Padre; no existen sino dos caminos, el de los justos (los que han sido declarados así por Dios) y el de los injustos (los que no tienen a Cristo como su Redentor). Pero el hombre sabio anda en camino de sabios, no de escarnecedores.
¿Qué sentido tiene la queja diaria a la que nos sometemos, cuando damos rienda suelta a la lengua y al oído en relación con las distintas situaciones que nos circundan? ¿Podemos añadir por nuestro afán un milímetro a nuestra estatura? No, sabemos que es imposible, por lo cual tampoco podemos cambiar el mundo político, económico o social del universo. Somos parte de un engranaje, pero si entendemos que Dios es quien conduce el mundo de acuerdo a sus planes eternos, entonces nuestra preocupación es estéril. Insano también es el hablar en forma circular sobre nuestras quejas, por más que nos moleste el saqueo del inicuo a los erarios públicos.
Andar en camino de escarnecedores disminuye nuestra sabiduría y nos hace caer en sus errores. Pase un momento analizando lo que oye en la calle, en la compañía de los que no son redimidos; ¿qué voz escucha? ¿Acaso hay una palabra de aliento para nuestra vida? No proviene nuestra salud de los que moran en el mundo, ni de su príncipe; antes bien, ellos son como el rey Saúl que necesitaba el arpa de David para calmar sus angustias. La angustia de Saúl provenía de su alma atormentada por un espíritu maligno enviado por Jehová, pero también por su propia iniquidad y su odio hacia el que heredaría el trono. Nosotros somos los que vamos a heredar la tierra, somos coherederos junto con Cristo, por eso el mundo nos odia (porque solamente ama lo suyo). El mundo conoce en alguna medida que su paz momentánea es inferior a la paz que da Jesucristo a los que son suyos; pero el mundo nos necesita para succionar en alguna medida nuestra serenidad y seguridad. Así lo hizo el rey Saúl, un ejemplo bíblico de lo que acontece a diario en medio del pueblo de Dios. Al rey malvado le urgía escuchar el arpa del cantor de Dios, del poeta que cantaba la grandeza del Señor; pero no se detenía en su deseo de matarlo, ya que en más de una oportunidad lo procuró, lanzándole su propia lanza para aniquilarlo. ¿Por qué quería Saúl asesinar a David, quien era el que le daba la calma con su música? Porque no soportaba tanta paz en ese otro que no tomaba venganza contra sus fechorías.
David era un hombre bendecido (tres veces feliz), mientras Saúl estuvo maldecido (un espíritu maligno le fue enviado de parte de Jehová y fue desechado por Dios). Este contraste nos muestra la oposición entre el árbol plantado junto a corrientes de agua y el que está en el desierto, en tierra árida, seca y enferma. La providencia de Dios se muestra también en la forma como nos separa del mundo; a muchos les causa dolor porque su carne está inmiscuida con los moradores de Babilonia. Otros aguardan como el justo Lot su salida de Sodoma, en la aflicción de su alma. Lo cierto es que la santificación significa separación del mundo; esa tarea está en manos del Espíritu, de manera que él va operando de acuerdo a los planes particulares que tiene para cada uno de los que son suyos.
Es cierto que hay recomendaciones generales para no andar con los escarnecedores, los que hacen maldades. Nos toca una parte de la tarea de la separación del mundo, pero la fuerza para alcanzar ese objetivo proviene de la renovación de nuestro entendimiento, de la energía de águila que se ha implantado en nosotros. Es el Espíritu de Dios quien nos anhela celosamente, de manera que por su palabra nos vamos distanciando más y más de la morada del mundo.
En el día del juicio el hombre inicuo no podrá estar de pie, en cambio el hombre bendecido (el que es declarado justo) es amado por Dios y permanecerá de pie. Nuestra justicia es Jesucristo, el único que pudo vivir justamente sin pecado alguno, el Justo y Justificador. Ser conocido por el Señor implica haber sido amado desde la eternidad y guardado para su gloria. Por eso se dice que Dios conoce el camino de los justos, de los que aman su ley y en ella meditan de día y de noche. Ya ha sido suficiente el haber hecho los deseos de las gentes, habiendo andado en sensualidad, en bajas pasiones, en borracheras, orgías, banquetes y abominables idolatrías (1 Pedro 4:3); al mundo le parece extraño que ya no andemos con ellos en el mismo desenfreno de disolución, por lo cual nos ultraja. Una de las formas preferidas del ultraje ha sido la conseja satánica de la acusación, el restriego de nuestro pasado y de nuestras caídas. Pero, ¿quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica y nos ha convertido en más que vencedores, por medio de aquel que nos amó. Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor (de la providencia) de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro (Romanos 8: 37-39).
Esta es, sin duda, una declaración suficiente de la providencia de Dios para sus hijos.
César Paredes
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