Habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios. En otros términos, tengamos paz porque hemos sido justificados por Dios. Esto es un hecho consumado en la cruz, la declaración de nuestra inocencia, ya que una persona justificada no es más que una que ha sido declarada inocente. El lugar común de encuentro entre dos grandes enemigos fue la propiciación que hizo Jesucristo por nuestros pecados; de un lado, fuimos reconciliados con Dios por el Hijo, de otro lado, estamos permanentemente reconciliados con Dios. El verbo ser nos da el estatus de estar; lo eterno e inmutable nos permite lo histórico y puntual. Fuimos (ser) reconciliados por el Hijo, ahora estamos (estar) reconciliados con Dios. La consecuencia inmediata es un tratado de paz permanente entre estos dos grandes enemigos: Dios y el hombre caído.
En virtud de la reconciliación la enemistad fue quitada de en medio, ya que el actor principal en estos actos citados nos ve escondidos en Cristo, por lo tanto no borrará nuestros nombres del libro de la vida.
La fe es el acceso a la gracia, pero aquélla solo como su instrumento. La fe, que es un don de Dios, es el mecanismo para tener acceso a esta gracia. En ese sentido, si ha habido gracia ésta tuvo que dar la fe como medio para alcanzarla. No existe contradicción en esta proposición, pues decirle a un ciego que vea carece de sentido si no se le habilita fisiológicamente para que pueda ver. De allí que el acto performativo en los milagros de Jesús nos demuestra que la proposición lingüística sería hueca si no estuviese ungida con su poder y voluntad de acción. La gracia nos es dada, pero junto con ella la fe en tanto instrumento de aquella.
La paz otorgada nos permite tener la gloria de las tribulaciones que opera la paciencia. Pero esta paciencia es la que nos permite permanecer manteniendo la promesa viva. En ocasiones pensamos que ya que hemos sido justificados y amistados con Dios, y dado que nos ha sido depositada la fe para esta gracia tan misericordiosa, deberíamos vencer al mundo en cada circunstancia. Sin embargo el mundo nos odia y por ello nos incrusta el colmillo del lobo en nuestros lomos. Su ataque busca perturbarnos la paz, pero en nuestro auxilio acude la paciencia nacida de los conflictos. De acá sale la evidencia de la experiencia, la prueba que nos da la esperanza por haber creído a través de la gracia.
Es notorio que en esta presentación los elementos enunciados por el apóstol Pablo excluyen cualquier gloria individual por mérito propio; todo este renglón de la amistad con Dios es exhibido como el producto de su iniciativa ubicada desde los siglos. Fue en la eternidad cuando el amor de Dios se manifestó en la elección y ahora en nuestros tiempos se ha manifestado como si fuese un derrame hacia nuestros corazones.
La idea del amor de Dios derramado supone algo líquido; la metáfora se explica desde la otra figura del lenguaje según la cual Jesús nos habla de las aguas vivas que correrán en nuestro interior. Él también es la fuente de agua viva, quien tome de esa agua no tendrá sed jamás. Esa es la razón por la cual nuestra esperanza en él no avergüenza. La paz del mundo no perdura, se da como una promesa pero es frágil; el mundo nos odia y siempre será nuestro enemigo, por ello la esperanza en el mundo nos llena de vergüenza, porque es hueca y traidora.
La seguridad de la justificación ante Dios es muy importante: de un lado es algo que no podríamos lograr por nuestros medios; de otro lado ha sido un gesto exclusivo del Creador al querer acercarnos a Él a través del Hijo. Es grato pensar que jamás volveremos a ser sus enemigos, que la rebeldía del Edén quedó atrás con la serpiente, que el castigo de la muerte eterna (por los delitos y pecados) ha sido revocado junto con el acta de los decretos que nos era contraria. No es prudente confundir el castigo del Padre a sus hijos, a quienes disciplina y azota para corregir, con el castigo por el pecado no perdonado. El impío es azotado en este mundo y en el venidero, con la muerte segunda.
Cristo fue entregado a manos justicieras hasta conseguir la muerte. Los mediadores inmediatos fueron Judas, los jefes de los sacerdotes, Pilatos y también la muchedumbre que gritaba furiosa crucifícale. Pero fue entregado por su Padre por causa de nuestras ofensas; incluso Jesús se ofreció voluntariamente en agrado con la voluntad del Padre, para salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Es de importancia capital entender que el sacrificio de Jesús no fue hecho en favor de todo el mundo sin excepción, sino en pro de sus escogidos. De otra manera, la expiación hubiese resultado un fracaso, pues muchos de los que hubiesen sido justificados o declarados inocentes estarían hoy día pagando una condena eterna injustamente. No murió Jesús por Judas Iscariote, ni por Caín ni Faraón. Tampoco lo hizo por aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8 y 17:8). Si Jesús fue entregado por nuestras ofensas, le debemos obediencia y agradecimiento. Dada la naturaleza del pecado y su innegable castigo prometido en el Génesis, dada la severidad de la justicia de Dios, el hecho de que hayamos sido declarados justificados o inocentes nos compromete hacia una vida de honor y de gloria. Por eso se nos ha sugerido que nos ocupemos de nuestra salvación con temor y temblor, porque la dádiva ha sido muy alta y generosa. Lo menos que debemos procurar es agradar al Padre en todo lo que nos ha recomendado en su revelación.
Para esa tarea ardua de agradar al Creador nos ha sido enviado el Espíritu Santo, quien mora en los corazones de los nacidos de nuevo como garantía o arras de nuestra redención, pero también para interceder con gemidos indecibles, para llevarnos a toda verdad, para adoctrinarnos contra el hacer mal, ya que Él mismo se contrista en nosotros si actuamos contra la razón del amor de Dios.
Por la alegría que produce el haber sido convertidos en amigos de Dios nos podemos gloriar en las tribulaciones, hasta que hallemos paciencia. La paciencia ha sido definida como un esperar en actividad. ὑπομονή -Hupomoné- significa paciencia y se define como firmeza, constancia, resistencia. En el Nuevo Testamento representa la característica de alguien que no se desvía de su propósito ni de su lealtad a la fe, pese a las pruebas y sufrimientos. Una persona paciente es aquella que continúa esperando a pesar de las dificultades. Al mirar a Jesucristo como Cordero de Dios valoramos su paciencia, lo cual se constituye en un instrumento objetivo para animarnos a esperar confiados en que obtendremos el fruto debido. La paciencia nos lleva a la esperanza de la gloria de Dios que en nosotros ha de manifestarse, la cual no avergüenza, porque sabemos que Dios nos amó. Tenemos la esperanza del acceso a la presencia de Dios, en virtud de su amor por nosotros; de manera que Pablo le recomendaba a Tito que dentro de la iglesia no debería haber gente pendenciera sino personas modestas. La razón estriba en que antes éramos necios, rebeldes, extraviados, sometidos al servicio de la concupiscencia y diversos deleites, maliciosos y envidiosos, bajo un denominador común: éramos aborrecibles.
Al manifestarse la bondad de Dios El Salvador, no por mérito nuestro -no por virtud del supuesto libre albedrío- sino por su misericordia, a través del lavado de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo, hemos llegado a ser justificados por su gracia, herederos de la vida eterna, que es nuestra esperanza (Tito 3: 7).
La grandiosa carta de Pablo a los romanos tiene muchos temas para estudiar; sin embargo, en todos existe el denominador común del triunfo del creyente. De allí que nuestra alegría reaparece una vez más al recordar que hemos sido justificados (declarados inocentes) ante Dios, por lo cual tenemos paz con Él. Nuestra relación se ha vuelto pacífica, tan apacible que nuestro entendimiento ha quedado embargado por esa paz que el mundo no puede dar. Es en este estadio que está nuestro reposo; todo posible tormento queda disipado con la conciencia de que estamos en las manos del Padre y del Hijo y de allí nadie podrá arrancarnos.
César Paredes
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