La elección refuta al universalismo teológico, pues como los hombres no tienen opción alguna de escoger, se asume que el dictamen bíblico que asegura que la humanidad murió en delitos y pecados es veraz. Si todos están muertos nadie tiene espíritu para ver o escuchar, sino solamente una disposición para continuar en la muerte que le dicta su naturaleza. Solamente aquellos que son despertados hacia una nueva vida son capaces de oír la voz de Dios. El nuevo nacimiento es la clave para que los elegidos de Dios lleguen a conocerlo. Así como en el Antiguo Testamento se afirma que Dios no escogió a todas las naciones sino solamente a Israel, de la misma forma la elección a vida eterna presupone que hubo un grupo a quien no eligió para tal fin. Más allá de que hubo personas de otros pueblos a quienes Jehová se manifestó, no lo hizo con ellos como nación, a la manera en que estuvo con Israel; pero ahora, de todas las naciones ha llamado a su pueblo, de acuerdo al beneplácito de su voluntad. Sabemos que la elección implica discriminación, pues si escogió a once apóstoles para llevar su evangelio, al número doce lo escogió también pero como hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese (me refiero a Judas Iscariote).
Como afirmó Christopher Ness, si la elección fuese general bajo la condición de creer, entonces Pilatos, Caifás y Judas también fueron elegidos bajo la condición de creer. En tal sentido, si ellos hubiesen creído Cristo no habría sido crucificado. Si la elección de Dios estuviese condicionada a la libertad de creer, y si estos hombres hubiesen creído, entonces el decreto de Dios en relación a la muerte de Cristo no habría sido absoluto, sino relativo, dependiente de la fe que estos hombres hubiesen tenido ( Christopher Ness. An Antidote Against Arminianism. A Treatise to Enervate and Confute All Five Points Of Arminianism, p.14).
Conocemos por las Escrituras que Dios nunca ha intentado eficazmente la salvación de aquellos que habrán de ser condenados. Dios no es un Ser frustrado, pues todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3), por eso es que ninguna persona puede resistir su voluntad. Dios es el autor de la fe, la cual es un regalo que recibe el elegido; no es de todos la fe y aún las buenas obras en las que debemos andar han sido preparadas de antemano. En otros términos, Dios hace la diferencia.
NO RUEGO POR EL MUNDO
La noche antes de ser crucificado Jesús tuvo una oración dirigida al Padre. Mucha pasión se hizo presente, era su gemir sentido. Sabía que su muerte sería el sacrificio presentado como pago por la redención de todos aquellos que le habían sido dados (los que estuvieron con él y los que vendrían después por la palabra de ellos). Por todos ellos rogó, mas no lo hizo por el mundo (Juan 17:9). ¿Por qué el Dios de amor, el Verbo hecho carne, no rogó por el mundo? ¿Por qué lo dejó manifiesto expresamente? Porque esa era la voluntad del que lo había enviado, porque ya había declarado que moriría por sus ovejas. Al mismo tiempo, había dicho a un grupo de personas que ellos morirían en sus pecados, de manera que antes de morir ya había condenado a muchos.
El grupo de personas por el que Jesús rogó no pertenecía al mundo (Son tuyos, no son del mundo, Juan 17:14). ¿Qué hubiese pasado si Jesucristo hubiese orado por los que son del mundo? ¿Si hubiese orado por Judas, que le habría de entregar? De seguro el Padre hubiese rechazado tal plegaria. Sabemos que una vez ascendido al cielo está a la diestra del Padre e intercede por nosotros (asunto que no podría hacer por Judas o por Caifás, o por cualquiera que pertenezca al mundo). Cristo intercede por aquellos que reconcilió ante Dios por medio de su muerte, que son los mismos que representó en la cruz. El autor de Hebreos así lo confirma (Hebreos 9: 11-12; 10: 19-21). Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores (Isaías 53:11-12).
De seguro muchos de los que le crucificaron llegaron a creer en él, pues de un soldado se dice que afirmó: de verdad éste era el Hijo de Dios. Jesús no hacía oraciones en vano, por eso pidió al Padre que perdonara a aquellos que no sabían lo que hacían (y esta oración dio fruto, de seguro). Muchos son los llamados y no todos, pero pocos son los escogidos. En otros términos, como la iglesia no sabe quiénes son los elegidos a quienes llamar, llama a todos por igual con el mandato de arrepentirse y creer en el evangelio. La mayoría de los que oyen se burlan, toman en poco el mensaje de la cruz y dejan para más tarde la atención que amerita. Estos jamás se impresionan por la declaración de que no hay justo ni aún uno, de que la humanidad está muerta en delitos y pecados; ellos no interpretan como júbilo el anuncio de las buenas nuevas de salvación. Para ellos el mensaje llega a oídos sordos, a corazones engrosados que suponen que de haber necesidad de salvación ellos aportarán sus buenas obras (la conducta de su vida en consonancia con las leyes humanas).
Hay gente que cuando mueren, otros dicen de ellos que merecen el cielo. La trayectoria cívica podría señalar la pauta para que el Dios de amor los tenga en cuenta a la hora de la entrada a Su reino. Pero la verdad es que la declaración de la Biblia es taxativa: no hay justo ni aún uno, no hay quien busque a Dios, no hay quien haga lo bueno. La justicia humana es como nada y como menos que nada, por lo tanto la justicia divina ha llegado a ser Jesucristo. Pero este Jesús bíblico no es una opción que tiene cada habitante del planeta, y eso sí que es una mala noticia para muchos. El problema es que aún los que deberían recibir este anuncio como mala noticia no se percatan del mensaje; les parece locura esta predicación y además injusta.
Pero el evangelio es un regalo de Dios, el nuevo nacimiento que hace creer el evangelio es también una operación exclusiva del Espíritu de Dios; la fe, la salvación y la gracia son un regalo de Dios. Por cierto, con lo que hemos dicho hemos podido comprobar que Dios no le dio este regalo a toda la humanidad: no se lo dio a Judas Iscariote, a Caifás, a Pilato, a Faraón, a Caín ni a millones de personas que jamás han oído el mensaje de salvación.
Pero los que se sienten cansados y trabajados, los que tienen sed de Cristo, los que quieren ir a Cristo, son los bienvenidos al reino de los cielos. Sí, los que quieren, porque ninguno puede llegar a querer si su voluntad no es movida desde el cielo.
LA SEMILLA
En la parábola del sembrador vemos que la semilla cae en diversos lugares, prosperando a veces pero no siempre. Sin embargo, a pesar de haber retoñado, de haber producido una pequeña planta, ésta puede llegar a morir porque no cayó en buena tierra. Los espinos y las piedras no permiten un buen desarrollo de la planta o una buena raigambre. ¿Cuáles son las semillas que prosperan? Las que cayeron en buena tierra. Por eso Jesús también dijo que él era la vid y que su Padre era el labrador. El labrador es quien prepara la tierra cuya semilla prospera.
PARA RECORDAR Y MEDITAR
A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David. He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones. He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti, por causa de Jehová tu Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado. Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar (Isaías 55:1-7).
César Paredes
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