Mi?rcoles, 27 de noviembre de 2013

El Señor conoce el camino de los justos, mas la senda de los malos perecerá. Pero ¿quién es justo? Todos los seres humanos son tomados como nada y como menos que nada; no hay quien busque a Dios, ni quien haga lo bueno. No hay justo ni aún uno. No obstante, por voluntad de Dios Él ha escogido desde antes de la fundación del mundo a un grupo de personas a quienes ha llamado su pueblo. Estos son elegidos para escuchar la palabra de Cristo, para que oyéndola tengan fe y puedan creer para salvación. Esta acción se denomina el nuevo nacimiento, una operación ejecutada exclusivamente por el Espíritu Santo. Cuando Jesús vino al mundo dijo que él era la luz, pero que los hombres preferían más las tinieblas que la misma luz. La razón estriba en que las obras humanas son malas y cuando la luz alumbra las descubre. Es cierto que cuando la luz aparece, las cosas más recónditas y ocultas son exhibidas; pero también es cierto que a nivel del espíritu, cuando la luz entra en el corazón de los hombres sus obras malas desaparecen. Una cosa hace la luz en la humanidad en general: mostrar su pecado; pero otra cosa hace en los que son regenerados, los pecados son borrados, porque la luz en las tinieblas resplandece. Nicodemo vino a Jesús de noche para hacerle unas preguntas en relación a sus obras sobrenaturales. Pero Jesús no se entretuvo en esos asuntos sino que le dijo que era necesario nacer de nuevo para ver el reino de Dios. Nicodemo no supo lo que esas palabras significaban; pero Jesús insistió en que el nuevo nacimiento es una obra exclusiva del Espíritu de Dios, donde la voluntad humana no entra. Es decir, el ficticio libre albedrío que podía existir en la mente de los judíos de su época quedaba excluido de toda posibilidad de acción para el nuevo nacimiento. Juan en su evangelio aseguró que el Bautista daba testimonio de la luz, si bien no era la luz; la luz era Jesucristo a quien él anunciaba. El apóstol añadió que a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1:12-13). La voluntad de varón la dejó Jesucristo por fuera de la justificación. En este sentido es imposible que alguien pueda nacer de nuevo por su propia cuenta; es imposible que alguien desee la luz de Dios porque sus malas obras serán exhibidas. Sin embargo, sabemos que cuando la luz entra en nuestro espíritu (por la operación del Espíritu) nuestros pecados se desvanecen. La razón descansa en que ellos son tinieblas y la luz resplandece en las tinieblas y éstas desaparecen con la luz. Pero esto no es una ficción, aunque nos parezca un asunto metafórico. Jesucristo representó a su pueblo en la cruz del calvario, por lo tanto lo justificó, razón por la cual Dios nos llama justos. Esto no significa que los creyentes hayan dejado de pecar (aunque sí de practicar el pecado), sino que ahora existe en ellos un deseo de hacer el bien y de no hacer el mal (Romanos 7). El creyente se incorpora a una lucha entre dos fuerzas por demás antagónicas: la de la ley del pecado y la del hombre interior. Condelector enim legi Dei secundum interiorem hominem (Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior), video autem aliam legem in membris meis repugnantem legi mentis meae et captivantem me in lege peccati quae est in membris meis (Veo una ley en mis miembros -repugnante- que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros). La Vulgata Latina nos permite apreciar al menos un vocablo que da mayor vehemencia a lo que se ha traducido al español: repugnante es el término que Pablo ha usado. Sabemos que si el apóstol estuviese narrando algún acontecimiento de su vida pasada cuando era Saulo de Tarso no hubiese padecido la lucha por hacer el bien y dejar de hacer el mal. El hombre natural está totalmente muerto en delitos y pecados y no desea la luz; acá el apóstol habla de sí mismo, por cuanto desea hacer lo bueno y rechaza lo malo. Por lo tanto, relata lo que sucede en la vida de cualquier creyente. Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (ego sum lux mundi qui sequitur me non ambulabit in tenebris sed habebit lucem vitae)-Juan 8:12. La Biblia nos dice que todo el que no se vuelve de sus pecados (que no se arrepiente) y cree en el Señor Jesucristo está en tinieblas. La gran mayoría del mundo no cree en Jesucristo, bien porque jamás han oído hablar de él o bien porque habiendo escuchado el mensaje de salvación lo han rechazado. Pero la luz del mundo ha venido a nosotros para mostrarnos la verdad acerca de nuestros pecados y para decirnos cómo ser liberados de esa esclavitud. Los que creen y siguen a Jesús no están más en tinieblas porque la luz las disipa. Los mismos hermanos de Jesús no creían en él (Juan 7:5), pues el mundo detesta al Señor y no a los que son sus moradores. Nos acordamos del hecho de que la noche antes de que Jesús representara a su pueblo en la cruz hizo una significativa oración. Rogó al Padre por aquellos que le había dado (y por los que irían a creer por la palabra de ellos), pero dejó explícitamente por fuera a los que son del mundo; en efecto, dijo que no rogaba por el mundo (Juan 17:9). Sabemos que Santiago era su hermano y para el momento no creía en él, aunque más tarde llegó a ser su seguidor y un escritor de una epístola bíblica. No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo doy testimonio de él, que sus obras son malas (non potest mundus odisse vos me autem odit quia ego testimonium perhibeo de illo quia opera eius mala sunt) -Juan 7:7-8. Aborrecer es odiar, el mundo odia a Jesús y odia a sus seguidores; pero a los que no siguen a Jesús no los odia pues todos pertenecen a un mismo grupo. Poco importan los bemoles, las variaciones sociales, económicas o raciales, lo cierto es que un mismo conjunto muy pintoresco se confronta en odio con otro muy pequeño. A nosotros se nos ordena no amar al mundo ni las cosas que están en el mundo; pero de igual manera se nos encomienda amar aún a los que nos ultrajan y maldicen. Pero no nos equivoquemos, que Dios no está obligado a amar a todos. Antes, al contrario, Él mismo ha dicho que ha amado a su pueblo únicamente (Amós 3:2), que ha odiado a Esaú antes de que hiciese bien o mal. Por esta declaración muchos aborrecen la Palabra y tropiezan en ella para su propia destrucción. Este conocer refiere a reconocer, admitir, confesar (Qal es el verbo hebreo usado para expresar el conocimiento de Dios en relación a nosotros, un conocimiento que trasciende lo meramente cognoscitivo y refiere a la comunión de amor). Por eso son muchos los textos bíblicos que hablan de conocer como de amar: conoció Adán a su mujer y tuvieron un hijo; José no conoció a María, su mujer, hasta que dio a luz al niño; apartaos de mí, hacedores de maldad, nunca os conocí. Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón, tan puros que alumbran los ojos. Jesús es la luz, es el pan de vida, es el camino y la verdad, pero también es la vida. Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (que le conoce); es también agua viva del pozo de Jacob. Muchas metáforas identifican a Jesús con elementos cotidianos de nuestra diaria vida, pero es también el maná que descendió del cielo. Esto, metáfora para nosotros, fue en realidad una verdad concreta para los israelitas en el desierto. Pero sus metáforas no son falaces sino absoluta realidad espiritual. A pesar de que Jehová lo ha colocado por luz de las gentes (Isaías 42:6), son muchos los que andan en la grosura de su corazón. Los judíos llamaban al resto de las gentes (los gentiles) el mundo; Jesús llegó como la luz del mundo, pero hay millares a quienes no les ha amanecido la luz de Cristo. Son muchos los que continúan sentados en la oscuridad del espíritu, en los engaños demoníacos, en el servicio al dios de este mundo. Son demasiados los que andan en sombra de muerte; en aquella época los religiosos se negaron a creer la verdad porque la Escritura de Isaías tenía que cumplirse. Dios había engrosado el corazón de ese pueblo para que no viese ni entendiese, y de la misma forma Jesús les había hablado en parábolas para que no entendiesen el sentido de sus palabras. Hoy día existe un gran número de personas a quienes tampoco les es dado el arrepentimiento como el regalo del cielo; mas la Escritura tiene que cumplirse en todos los tiempos. A propósito, el Apocalipsis habla de aquellos que darán el poder y la gloria a la Bestia, porque sus nombres no han sido escritos en el libro de la vida, desde la fundación del mundo; también porque Dios puso en sus corazones el hacer tal cosa (Apocalipsis 13:8 y 17:8). Pero quien sigue a Jesús no estará en tinieblas, en la oscuridad de la incredulidad. Los ciegos llegan a ver, a conocer en quién han creído. Ellos están bajo el pacto de gracia, en las manos de Cristo y en las manos del Padre, de tal forma que nadie los puede arrebatar de ese lugar ni los podrán acusar para condenarlos. Por fe andan tras los pasos del Maestro, no en las tinieblas del error (tras los senderos de adivinos y agoreros, de falsos maestros y profetas, y en las doctrinas de demonios). Estos andan en la luz del verdadero evangelio, el predicado por los apóstoles. Los que andan en la luz pasan a ser luz en el mundo; por eso son rechazados por aquellos que desean ocultar sus pecados, pero son bienvenidos por los que anhelan la vida eterna. Para esto nadie es suficiente; solamente la gracia hace posible una salvación tan grande. Pero el que predestinó el fin hizo lo mismo con los medios; no de balde la advertencia de que si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón. También se dijo que era necesario buscar a Dios mientras pudiera ser hallado, llamarle entretanto está cercano. Las tinieblas del mundo suelen ser más intensas o más densas porque la maldad ha sido aumentada y el amor de muchos enfriado. La fe en la tierra parece haberse desvanecido, pero serán acortados estos tiempos por amor a los escogidos. No se pone una lámpara bajo una mesa sino sobre ella, para que alumbre por doquier. En la parábola de las Diez Vírgenes, solamente cinco de ellas tenían suficiente aceite para alumbrarse hasta que viniera el esposo. Somos débiles, pero Dios es fuerte. Judas se quejó de que se derramara perfume costoso sobre los pies de Jesús, diciendo que con su venta se obtendría dinero para los pobres. Pero los discípulos sabían que era un mentiroso que usaba esos argumentos para echar mano de la bolsa. Judas parece un prototipo de miles de políticos en este mundo de tinieblas; ellos también hablan de los pobres y procuran programas sociales porque de esa manera justifican los gastos que ingresan a sus arcas. Lo grande de la metáfora expresada por Jesús respecto a que él y nosotros somos la luz del mundo es que las tinieblas siempre se disipan aunque sea poca la luminaria. Nunca las tinieblas podrán apagar cualquier luz por pequeña que parezca, antes bien sirven de contraste para que la luz alumbre con mayor sentido. El Señor conoce el camino de los justos, mas la senda de los malos perecerá.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 16:51
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